“Contestaciones breves y sencillas a las objeciones mas extendidas contra la religión”
XVIII
Todas las religiones son buenas.
Contestación. Todas las religiones son buenas, en el sentido
de que es mejor tener una, sea cual fuere, que no tener ninguna; pero no en el
dé que sea cosa indiferente el profesar esta o aquella.
¿Piensas tal vez que
con tal de que uno tenga un poco más o menos de probidad, nada importa el ser
pagano, judío, turco, cristiano, católico, o protestante; y que todas las
religiones son invenciones humanas, de las que muy poco se cuida Dios?
Pero dime ¿de dónde
has sacado esto? ¿Quién os ha revelado que todos los cultos que vemos
extendidos sobre la tierra agradan igualmente al Señor?
Porque haya
religiones falsas, ¿se sigue de ello que no hay una verdadera? Y porque os
encontráis rodeado de impostores ¿no habéis de encontrar un amigo sincero?
¿Has hecho tú el
descubrimiento de que Dios acoge con igual amor tanto al Cristiano que adora a
Jesucristo, como al judío que no reconoce en Él más que un vil impostor? ¿Qué
es bueno y permitido, adorar en lugar del Dios verdadero a Júpiter, Marte,
Príapo, Venus en las comarcas paganas? ¿Tributar en Egipto, los honores debidos
a la Divinidad, a los Cocodrilos y al toro Apis? ¿Entre los Fenicios sacrificar
sus hijos al dios Moloch; en las Gálias y en México, inmolar millares de
víctimas humanas a los deformes ídolos que allí se veneraban? Y aparte de esto,
¿postrarse como delante de otras tantas divinidades delante del tronco de un
árbol, ante las piedras, las plantas, los huesos de los animales, despojos
impuros de la muerte? ¿Repetir del fondo del corazón en Constantinopla: “Dios
es Dios (no se refiere a la Santísima Trinidad de los católicos) y Mahoma su
profeta” y en Roma, París, abominar a todos esos falsos dioses, despreciando a
Mahoma como a un impostor?
¡Es imposible que lo
creas seriamente! Y he aquí sin embargo lo que dices: “Todas las religiones son
buenas.”
¿Por qué no tener
más bien el mérito de la franqueza y
confesar que no quieres tomarte el trabajo de buscar la verdad; que, esta te
importa poco, y que la consideras cosa inútil y de poca monta?
¡Ah! ¡La indagación
de la verdad religiosa inútil y de poca monta!... ¡Insensato!
¿Y si al contrario,
de lo que tú afirmas y nada apoya, Dios ha impuesto al hombre un orden de
determinados homenajes? Si entre todas
las religiones una, una sola es la RELIGIÓN, la Verdad Religiosa, absoluta,
como todas las verdades, rechazando toda mezcla, excluyendo todo lo que no es ELLA. ¿A qué peligros no te
expones? ¿Creéis que tu indiferencia te excusará ante el tribunal del soberano
Juez? Y ¿Puedes, a menos de ser loco, arrostrar impasible una tan terrible
perspectiva?
Pero, ¡atiende a la
miseria del hombre sin una religión divina! ¡Mírale con los pálidos
resplandores de su razón, abandonado a la duda, y aún con frecuencia, a la más
lamentable ignorancia, la más peligrosa sobre las cuestiones fundamentales de
su destino, de sus deberes, de su felicidad! “¿De dónde vengo? ¿Quién soy yo? ¿A
dónde voy? ¿Cuál es mi último fin? ¿Cómo plegare a él? ¿Qué hay más allá de
esta vida? ¿Qué cosa es Dios? ¿Qué me quiere? etc.”
¿Qué la razón
abandonada a sus solas fuerzas responde a estos inmensos problemas?
¡Tartamudea, enmudece; no presenta más que probabilidades; un tal vez,
insuficiente mil veces para hacernos dominar la violencia de las pasiones y
mantenernos en el áspero sendero del deber!...
Y ¿queréis tú que el
Dios de toda sabiduría, de toda bondad, de toda luz haya así abandonado a su criatura
racional, al hombre, la obra maestra de sus manos?
No, y mil veces no.
Él ha hecho brillar ante sus ojos una luz celestial que satisfaciendo las
imperiosas exigencias de su ser, le revela con evidencia divina, la naturaleza,
la justicia, la bondad y los designios de ese mismo Dios, su primer principio y
su último fin; una luz que le muestra el camino del bien y el camino del mal,
ambos abiertos delante de él, conduciendo el uno a los goces eternos, y el otro
a los castigos sin fin; una luz que, en medio de los falsos resplandores con
que la corrupción humana la ha rodeado, se distingue siempre por el solo el
rayo de su Verdad; una luz que ilumina, que vivifica, que perfecciona todo lo
que penetra…
Esta luz es la
revelación cristiana, es el Cristianismo (Católico), la sola Religión que tiene
pruebas, la sola que ilustra el entendimiento, que santifica el corazón, que
encaminando toda nuestra perfección moral al conocimiento y al amor de Dios,
sea digna de Dios y de nosotros mismos.
¿Qué lengua humana
podrá explicar todos los títulos que el cristianismo presenta a nuestra
creencia?
¡Vedle desde luego
remontarse a la cuna del mundo por medio de las profecías que le anuncian, por
la fe, la esperanza y el amor de los santos Patriarcas, y también las
ceremonias de los cultos mosaico y primitivo, que son sus figuras!
Él ha sido, en
efecto, una sola e idéntica Religión, si bien que se haya desarrollado en tres
fases sucesivas.
1° En la religión
patriarcal que duró desde Adán hasta Moisés.
2° En la religión
judaica, que promulgó Moisés promulgó de parte de Dios, y que duró hasta la
venida de Jesucristo.
3° En la religión
cristiana o católica que enseñó el mismo Jesucristo y predicaron sus apóstoles.
Desarrollóse
desde su principio con lentitud y
majestad, como todas las obras de Dios; como el hombre que pasa por la
infancia, y luego por la adolescencia, antes de llegar a la perfección de la
edad; como el día que pasa por el crepúsculo y por la aurora, antes de lucir en
el esplendor del mediodía; como la flor, que por de pronto no es más que una
yema, y luego un botón cerrado, antes de dejar entrever las riquezas que guarda
en su seno.
Y así es como el
Cristianismo, y solo él, abraza a la humanidad toda entera; él lo domina todo,
el tiempo, y los siglos. Arranca de la Eternidad para volver a entrar en la
Eternidad; sale de Dios para reposar eternamente en Dios…
Todo en él es digno
de su autor. Todo él es Verdad y Santidad; y los que le estudian descubren en
él una maravillosa armonía, una belleza, una grandeza, una evidencia de verdad
siempre crecientes, a medida que adelantan en la indagación de sus dogmas... Él
toca y purifica el corazón, al paso que ilumina el espíritu; él llena, por
completo al hombre.
El carácter sublime,
sobrehumano, incomparable de Jesucristo su fundador;
La perfección divina
de su vida;
La santidad de su
ley;
La sublime práctica
de la doctrina que ha enseñado;
Su lenguaje que se
sería una locura si no fuese divino;
El número y la
evidencia de sus milagros, reconocidos hasta por sus más encarnizados enemigos;
El poder de la Cruz;
Las circunstancias
de su pasión inefable, predichas todas con anticipación;
Su Resurrección
gloriosa, anunciada por Él mismo por cuatro veces a sus discípulos, y la
incredulidad misma de sus Apóstoles, a quienes la evidencia obligó a creer en
la verdad de la resurrección de su Maestro;
Su ascensión a los
cielos en presencia de más de quinientos testigos;
El desarrollo
sobrenatural de su Iglesia, a pesar de todas las imposibilidades naturales,
físicas y morales;
Los progresos
sobrenaturales de su Iglesia, a pesar de todos los imposibles naturales,
físicos y morales;
Los sorprendentes
milagros que por toda la tierra han acompañado la predicación de los Apóstoles,
pescadores, ignorantes y tímidos, convertidos de repente en doctores y
conquistadores del mundo;
La fuerza sobrehumana
de sus diez y nueve millones de mártires;
El ingenio de los
Padres de la Iglesia pulverizando todos los errores con la sola exposición de
la fe cristiana;
La vida santa de los
verdaderos cristianos, tan en oposición con la corrupción y fragilidad natural
de los hombres;
La metamorfosis
social que el Cristianismo ha realizado, y realiza aún en nuestros días, en
todos los países en que penetra;
En fin, su duración,
la inmutabilidad de su dogma, de su constitución, de su jerarquía católica: su
indisoluble unidad en medio de los imperios que se derrumban, de las sociedades
que se modifican, todo, todo nos demuestra que aquí está el dedo de Dios, y que
no hay poder en el hombre, ni para
concebir, ni para realizar, ni para conservar una obra semejante.
Hay, pues, tú lo
vez, una verdadera Religión, una sola, la religión cristiana.
Ella sola es la
RELIGIÓN, es decir, el lazo sagrado que nos une con Dios, nuestro Cristo y
nuestro Padre.
Ella sola nos trasmite la verdadera doctrina religiosa,
esto es, lo que Dios nos ha enseñado acerca de sí mismo, acerca de su
naturaleza, acerca de sus obras, acerca de nosotros, acerca de nuestro eterno
destino, y acerca de nuestros deberes morales.
Todas las demás
pretendidas religiones, que enseñan lo que el Cristianismo rechaza, o rechazan
lo que el Cristianismo enseña; el paganismo, el judaísmo,* el mahometismo,
cualesquiera que ellas sean, son por lo mismo falsas, y desde luego malas.
No son más que
invenciones humanas, en tanto que la Religión es una institución divina. Son
imitaciones sacrílegas de la verdadera Religión, como la moneda falsa es una
imitación criminal de la moneda de buena ley.
¿Y no sería locura
decir: “Todas las monedas son buenas” sin hacer distinción entre las verdaderas
y las falsas?
Mayor locura aún
sería el repetir de hoy en adelante esta expresión cuya falsedad acabamos de
demostrar: “Todas las religiones son buenas.”
El decir esto, no es
más que una impiedad enorme o una enorme necedad: lo primero, si se dice por
indiferencia; y lo segundo, si por ignorancia o por atolondramiento.
* Por lo que toca a
la religión judaica, media aquí una circunstancia especial; porque habiendo
sido en los designios de Dios la preparación a la venida del Mesías, y como la
segunda de las bases de la verdadera Religión, ha sido, pero, después de
Jesucristo, ha dejado de ser la Religión verdadera. El judaísmo era, como quien
dice, el andamio necesario para la construcción del edificio. Una vez
construido éste, debe quitarse aquel, que no sería ya más que un obstáculo
inútil y embarazoso.
El judío, empeñado en abandonar la casa para conservar el
andamio, ha sacrificado la realidad a la figura. Después de la venida del
Mesías, sin templo, sin altares, sin sacrificios, el pueblo judío dispersado
por todo el mundo, y sin que pueda ser destruido, lleva consigo su cadáver de
religión; subsiste al través de los siglos, según la predicción de Jesucristo,
para servir de testigo perpetuo en favor del Cristianismo, del mismo modo que
por la sombra de un cuerpo se prueba su existencia.
“Contestaciones breves y sencillas a las objeciones mas
extendidas contra la religión”
Monseñor
De Segur. MEXICO. IMPRENTA POLIGLOTA. Año 1885
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