miércoles, 13 de enero de 2016

TODAS LAS RELIGIONES SON BUENAS

Contestaciones breves y sencillas a las objeciones mas extendidas contra la religión


XVIII

Todas las religiones son buenas.

Contestación. Todas las religiones son buenas, en el sentido de que es mejor tener una, sea cual fuere, que no tener ninguna; pero no en el dé que sea cosa indiferente el profesar esta o aquella.
   ¿Piensas tal vez que con tal de que uno tenga un poco más o menos de probidad, nada importa el ser pagano, judío, turco, cristiano, católico, o protestante; y que todas las religiones son invenciones humanas, de las que muy poco se cuida Dios?
   Pero dime ¿de dónde has sacado esto? ¿Quién os ha revelado que todos los cultos que vemos extendidos sobre la tierra agradan igualmente al Señor?
   Porque haya religiones falsas, ¿se sigue de ello que no hay una verdadera? Y porque os encontráis rodeado de impostores ¿no habéis de encontrar un amigo sincero?
   ¿Has hecho tú el descubrimiento de que Dios acoge con igual amor tanto al Cristiano que adora a Jesucristo, como al judío que no reconoce en Él más que un vil impostor? ¿Qué es bueno y permitido, adorar en lugar del Dios verdadero a Júpiter, Marte, Príapo, Venus en las comarcas paganas? ¿Tributar en Egipto, los honores debidos a la Divinidad, a los Cocodrilos y al toro Apis? ¿Entre los Fenicios sacrificar sus hijos al dios Moloch; en las Gálias y en México, inmolar millares de víctimas humanas a los deformes ídolos que allí se veneraban? Y aparte de esto, ¿postrarse como delante de otras tantas divinidades delante del tronco de un árbol, ante las piedras, las plantas, los huesos de los animales, despojos impuros de la muerte? ¿Repetir del fondo del corazón en Constantinopla: “Dios es Dios (no se refiere a la Santísima Trinidad de los católicos) y Mahoma su profeta” y en Roma, París, abominar a todos esos falsos dioses, despreciando a Mahoma como a un impostor?
   ¡Es imposible que lo creas seriamente! Y he aquí sin embargo lo que dices: “Todas las religiones son buenas.”
   ¿Por qué no tener más bien el mérito de la  franqueza y confesar que no quieres tomarte el trabajo de buscar la verdad; que, esta te importa poco, y que la consideras cosa inútil y de poca monta?
    ¡Ah! ¡La indagación de la verdad religiosa inútil y de poca monta!... ¡Insensato!
   ¿Y si al contrario, de lo que tú afirmas y nada apoya, Dios ha impuesto al hombre un orden de determinados homenajes?  Si entre todas las religiones una, una sola es la RELIGIÓN, la Verdad Religiosa, absoluta, como todas las verdades, rechazando toda mezcla, excluyendo  todo lo que no es ELLA. ¿A qué peligros no te expones? ¿Creéis que tu indiferencia te excusará ante el tribunal del soberano Juez? Y ¿Puedes, a menos de ser loco, arrostrar impasible una tan terrible perspectiva?
   Pero, ¡atiende a la miseria del hombre sin una religión divina! ¡Mírale con los pálidos resplandores de su razón, abandonado a la duda, y aún con frecuencia, a la más lamentable ignorancia, la más peligrosa sobre las cuestiones fundamentales de su destino, de sus deberes, de su felicidad! “¿De dónde vengo? ¿Quién soy yo? ¿A dónde voy? ¿Cuál es mi último fin? ¿Cómo plegare a él? ¿Qué hay más allá de esta vida? ¿Qué cosa es Dios? ¿Qué me quiere? etc.”
   ¿Qué la razón abandonada a sus solas fuerzas responde a estos inmensos problemas? ¡Tartamudea, enmudece; no presenta más que probabilidades; un tal vez, insuficiente mil veces para hacernos dominar la violencia de las pasiones y mantenernos en el áspero sendero del deber!...
   Y ¿queréis tú que el Dios de toda sabiduría, de toda bondad, de toda luz haya así abandonado a su criatura racional, al hombre, la obra maestra de sus manos?
   No, y mil veces no. Él ha hecho brillar ante sus ojos una luz celestial que satisfaciendo las imperiosas exigencias de su ser, le revela con evidencia divina, la naturaleza, la justicia, la bondad y los designios de ese mismo Dios, su primer principio y su último fin; una luz que le muestra el camino del bien y el camino del mal, ambos abiertos delante de él, conduciendo el uno a los goces eternos, y el otro a los castigos sin fin; una luz que, en medio de los falsos resplandores con que la corrupción humana la ha rodeado, se distingue siempre por el solo el rayo de su Verdad; una luz que ilumina, que vivifica, que perfecciona todo lo que penetra…
   Esta luz es la revelación cristiana, es el Cristianismo (Católico), la sola Religión que tiene pruebas, la sola que ilustra el entendimiento, que santifica el corazón, que encaminando toda nuestra perfección moral al conocimiento y al amor de Dios, sea digna de Dios y de nosotros mismos. 
   ¿Qué lengua humana podrá explicar todos los títulos que el cristianismo presenta a nuestra creencia?
   ¡Vedle desde luego remontarse a la cuna del mundo por medio de las profecías que le anuncian, por la fe, la esperanza y el amor de los santos Patriarcas, y también las ceremonias de los cultos mosaico y primitivo, que son sus figuras!
   Él ha sido, en efecto, una sola e idéntica Religión, si bien que se haya desarrollado en tres fases sucesivas.
  1° En la religión patriarcal que duró desde Adán hasta Moisés.
  2° En la religión judaica, que promulgó Moisés promulgó de parte de Dios, y que duró hasta la venida de Jesucristo.
  3° En la religión cristiana o católica que enseñó el mismo Jesucristo y predicaron sus apóstoles.
  Desarrollóse desde  su principio con lentitud y majestad, como todas las obras de Dios; como el hombre que pasa por la infancia, y luego por la adolescencia, antes de llegar a la perfección de la edad; como el día que pasa por el crepúsculo y por la aurora, antes de lucir en el esplendor del mediodía; como la flor, que por de pronto no es más que una yema, y luego un botón cerrado, antes de dejar entrever las riquezas que guarda en  su seno.
   Y así es como el Cristianismo, y solo él, abraza a la humanidad toda entera; él lo domina todo, el tiempo, y los siglos. Arranca de la Eternidad para volver a entrar en la Eternidad; sale de Dios para reposar eternamente en Dios…
   Todo en él es digno de su autor. Todo él es Verdad y Santidad; y los que le estudian descubren en él una maravillosa armonía, una belleza, una grandeza, una evidencia de verdad siempre crecientes, a medida que adelantan en la indagación de sus dogmas... Él toca y purifica el corazón, al paso que ilumina el espíritu; él llena, por completo al hombre.
   El carácter sublime, sobrehumano, incomparable de Jesucristo su fundador;
   La perfección divina de su vida;
   La santidad de su ley;
   La sublime práctica de la doctrina que ha enseñado;
   Su lenguaje que se sería una locura si no fuese divino;
   El número y la evidencia de sus milagros, reconocidos hasta por sus más encarnizados enemigos;
   El poder de la Cruz;
   Las circunstancias de su pasión inefable, predichas todas con anticipación;
   Su Resurrección gloriosa, anunciada por Él mismo por cuatro veces a sus discípulos, y la incredulidad misma de sus Apóstoles, a quienes la evidencia obligó a creer en la verdad de la resurrección de su Maestro;
   Su ascensión a los cielos en presencia de más de quinientos testigos;
   El desarrollo sobrenatural de su Iglesia, a pesar de todas las imposibilidades naturales, físicas y morales;
   Los progresos sobrenaturales de su Iglesia, a pesar de todos los imposibles naturales, físicos y morales;
   Los sorprendentes milagros que por toda la tierra han acompañado la predicación de los Apóstoles, pescadores, ignorantes y tímidos, convertidos de repente en doctores y conquistadores del mundo;
   La fuerza sobrehumana de sus diez y nueve millones de mártires;
   El ingenio de los Padres de la Iglesia pulverizando todos los errores con la sola exposición de la fe cristiana;
   La vida santa de los verdaderos cristianos, tan en oposición con la corrupción y fragilidad natural de los hombres;
   La metamorfosis social que el Cristianismo ha realizado, y realiza aún en nuestros días, en todos los países en que penetra;
   En fin, su duración, la inmutabilidad de su dogma, de su constitución, de su jerarquía católica: su indisoluble unidad en medio de los imperios que se derrumban, de las sociedades que se modifican, todo, todo nos demuestra que aquí está el dedo de Dios, y que no hay poder en el  hombre, ni para concebir, ni para realizar, ni para conservar una obra semejante.
   Hay, pues, tú lo vez, una verdadera Religión, una sola, la religión cristiana.
   Ella sola es la RELIGIÓN, es decir, el lazo sagrado que nos une con Dios, nuestro Cristo y nuestro Padre.
   Ella sola  nos trasmite la verdadera doctrina religiosa, esto es, lo que Dios nos ha enseñado acerca de sí mismo, acerca de su naturaleza, acerca de sus obras, acerca de nosotros, acerca de nuestro eterno destino, y acerca de nuestros deberes morales.
   Todas las demás pretendidas religiones, que enseñan lo que el Cristianismo rechaza, o rechazan lo que el Cristianismo enseña; el paganismo, el judaísmo,* el mahometismo, cualesquiera que ellas sean, son por lo mismo falsas, y desde luego malas. 
   No son más que invenciones humanas, en tanto que la Religión es una institución divina. Son imitaciones sacrílegas de la verdadera Religión, como la moneda falsa es una imitación criminal de la moneda de buena ley.
   ¿Y no sería locura decir: “Todas las monedas son buenas” sin hacer distinción entre las verdaderas y las falsas?
   Mayor locura aún sería el repetir de hoy en adelante esta expresión cuya falsedad acabamos de demostrar: “Todas las religiones son buenas.”
   El decir esto, no es más que una impiedad enorme o una enorme necedad: lo primero, si se dice por indiferencia; y lo segundo, si por ignorancia o por atolondramiento.

   * Por lo que toca a la religión judaica, media aquí una circunstancia especial; porque habiendo sido en los designios de Dios la preparación a la venida del Mesías, y como la segunda de las bases de la verdadera Religión, ha sido, pero, después de Jesucristo, ha dejado de ser la Religión verdadera. El judaísmo era, como quien dice, el andamio necesario para la construcción del edificio. Una vez construido éste, debe quitarse aquel, que no sería ya más que un obstáculo inútil y embarazoso.
El judío, empeñado en abandonar la casa para conservar el andamio, ha sacrificado la realidad a la figura. Después de la venida del Mesías, sin templo, sin altares, sin sacrificios, el pueblo judío dispersado por todo el mundo, y sin que pueda ser destruido, lleva consigo su cadáver de religión; subsiste al través de los siglos, según la predicción de Jesucristo, para servir de testigo perpetuo en favor del Cristianismo, del mismo modo que por la sombra de un cuerpo se prueba su existencia.

“Contestaciones breves y sencillas a las objeciones mas extendidas contra la religión”
Monseñor De Segur. MEXICO. IMPRENTA POLIGLOTA. Año 1885


No hay comentarios:

Publicar un comentario