MEDITACIÓN XXXII
(1 DE FEBRERO)
Sobre el homicidio.
Punto 1°.- No matarás, dice
el Señor: Non occides. Esta ley prohíbe todos los homicidios
exteriores, y por consiguiente: 1°. El suicidio; cuando se atenta a su
propia vida por apresurar el fin de sus penas; 2°. Los duelos; lo cual trae la
condenación de aquellos que los provocan, de quien los autoriza o quien los
aprueba: 3°. La precipitación, negligencia o prevención en los juicios que
deciden de la vida de un hombre y algunas veces de la de muchos: tal era la
sentencia injusta por la cual Asuero
ordenó la matanza de todos los judíos a instigación del cruel Aman: 4°. Las guerras encendidas
por una ambición exagerada, o por un desenfrenado deseo de aumentar el poder
más allá de los límites legítimos.
Punto 2°.- Esta misma ley prohíbe igualmente los homicidios interiores que se cometen en el corazón, por el
deseo de la muerte de un enemigo que nos ofende y nos persigue; de un esposo
cuya conducta nos es odiosa y nos parece insoportable; y aun de un padre, (¿Quién
lo creyera?) o de un pariente cuya sucesión se hace esperar. Porque ¡a qué excesos, gran Dios, no nos
dejamos llevar en el secreto del corazón cuando la codicia nos domina! ¡Y de
cuántos horrores no llega a ser capaz un alma a quien habéis abandonado por que
ella es abandonada!
Oración Universal
Para servir de preparación a la
lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi
esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os
doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por
vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de
que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra
sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo
queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad,
purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes
que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis
culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo
con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza
con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros,
paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la
templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un
exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la
gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del
cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite
el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.