Por Mons de Segur
XXV.
TERRIBLE Y POSIBILÍSIMO TÉRMINO DE LA CUESTION REVOLUCIONARIA.
Cierto
número de, católicos, y entre ellos muchos Obispos y Doctores muy eminentes en
ciencia y santidad, tienen la profunda convicción de que nos acercamos a los
últimos tiempos del mundo, y que la gran rebelión que viene destrozando desde
hace tres siglos todas las tradiciones e instituciones religiosas, tendrá por
fin el reino del Anticristo.
Es
de fe revelada, que a la última venida de Jesucristo precederán un trastorno
moral horroroso y la más terrible lucha de Satanás contra Jesucristo y su
Iglesia:
Erit
enim tunc tribulatio magna, qualis non fuíl ab initio mundi usque modo, neque
fiet. (S. Mt., xxiv, 21.) Lo
mismo que el cristianismo entero se resume en la persona de su Jefe Divino,
nuestro Salvador, lo mismo el anticristianismo entero con sus rebeliones, sus
atentados y sus sacrilegios se resumirá en aquellos tiempos en la persona de un
hombre que estará lleno de le inspiración y de la rabia de Satanás, y este
hombre será el Anticristo. Este será una especie de encarnación de Satanás, y
el esfuerzo supremo de la rebeldía del demonio contra Dios.
La Escritura nos habla
claramente, en muchas partes, de la aparición de éste en el mundo; entre otras
en el capítulo xxiv de San Mateo, en el xiii de San Marcos, y en el xxi de San
Lucas. Y en muchas epístolas de los Santos Apóstoles (véase sobre todo la
segunda epístola a los Tesalonicenses, cap. ii)
En cuanto a San Juan, es el que ha sido escogido por la Divina Providencia
para enseñarnos en la magnífica profecía de su Apocalipsis, los dolores que
precederán y acompañarán al reinado maldito del Anticristo, la destrucción de
este, y, por fin, el reinado glorioso de Jesucristo y su Iglesia [véase el
Apocalipsis desde el cap. vi hasta el xx, el que refiere la ruina del
Anticristo y el triunfo de la Iglesia hasta el juicio final.]. El Anticristo reasumirá, decíamos, y en un
grado supremo, todos los caracteres de todos las revoluciones anticristianas.
Será gran sacerdote como Nerón y como los otros Emperadores paganos; heresiarca
como Arrio, Nestorio, Manés, Pelagio, Lutero y Calvino; destruirá y matará como
Mahoma y los demás bárbaros, se revelará contra el papado como los Césares de
la edad media, como el cismático Focio; negará el verdadero Dios en Cristo y su
Iglesia, y hará reinar sobre todo el universo el satanismo o la Revolución
perfecta. Después de una persecución universal, sin ejemplo, desde que existe
el mundo, volverá a echar la Iglesia en las catacumbas, abolirá el culto
divino, se hará adorar como el Cristo-Dios, y como tal se creará un Pontífice
jefe de su culto impío; y todo hombre que no lleve su marca en la frente o en
la mano derecha, será declarado fuera de la ley y condenado a muerte. El reino revolucionario del Anticristo
durara tres años y medio, Nuestros Santos Libros contienen la narración
espantosa y profética del mismo y nos enseñan que la salvación vendrá, aunque
inesperada, con la gloriosa llegada del Salvador en el momento en que todo
parecerá estar tranquilo. Esta será le Pascua, la resurrección de la Iglesia,
después de su dolorosa pasión. Entonces quedará despedazado, aniquilado el
poder de Satanás; entonces, pero solamente entonces quedará vencida la
Revolución. †
Tenemos
indicios muy graves para creer que el reinado del Anticristo no está tan lejano
como se piensa. La Revolución le prepara el camino, destruyendo la fe,
seduciendo las masas, envileciendo los caracteres, trabajando, en fin, sin
descanso en la abolición social de la Iglesia. Entre las razones que inducen a creer
la llegada de la tentación suprema, indicaré las siguientes, a la seria
meditación de los hombres de fe. El valor de ellas es incontestable, y por mi
parte las encuentro más que probables.
1.ª Después de haber anunciado las
señales precursoras del último combate, que Él llama “los principios de los dolores,” haec
autem omnia initia sunt dolorum, Nuestro
Señor en el cap. xxiv del Evangelio de San Mateo, dice formalmente que la consumación
vendrá cuando el Evangelio habrá sido predicado a todas las naciones: Praedicabitur hoc Evangelium regni in
universo orbe, in testimonium omnibus gentíbus, et TUNC veniet consummatio.
Todos saben que ya apenas queda ningún pueblo al cual no le
haya sido predicado el Evangelio. Principalmente de treinta años a esta
parte, ha tornado la propagación de la fe una extensión prodigiosa. Se ha
evangelizado la Oceanía entera; nuestros misioneros han penetrado hasta el
centro de la alta Asia, hasta el Tíbet; se ha principiado gloriosamente la evangelización
del África, aun de la África Central; las dos Américas han sido recorridas en
todos sentidos por los infatigables heraldos de Jesucristo. Que pase medio
siglo, y quizá menos (gracias a los revolucionarios de Europa que echan a lo lejos
las Órdenes religiosas, y principalmente las poderosas legiones de la Compañía
de Jesús); que pase este tiempo, digo, y seguro es "que el Evangelio del reino habrá sido predicado al mundo entero en
testimonio para todas las naciones; et TUNC veniet consumatío, ENTONCES VENDRÁ EL FIN” Ahora pregunto: ¿cómo escapar de este
hecho, a estas palabras y a su consecuencia evidente?
2. ª Está anunciado además por
el mismo Jesucristo, que al acercarse
los últimos tiempos, la fe estará casi apagada sobre la tierra: “¿Cuándo volverá el Hijo del Hombre, pensáis
vosotros, dijo á sus discípulos, que encontrara fe sobre la tierra?” Filius
Hominis veniens, putas inveniet fidem in terra? (S. Lúcas., xviii, 8).
Ahora bien: ¿no es también evidente el que, a pesar de la resurrección
religiosa y muy real de un cierto número de almas escogidas; no es evidente que las masas han perdido ya
la fe, ó están en camino de perderlo? Esto es verdad para Francia; empieza
a serlo para Italia y España, etc. El
mundo católico está perdiendo la fe, que ya está arruinado en las tres cuartas
partes de Europa por el protestantismo, y combatida, amenazada en el universo
entero por el furor de este mismo protestantismo reunido al de las demás falsas
religiones. Como lo hemos observado más arriba, la influencia deletérea de la
prensa cotidiana bastará ella sola, en muy poco tiempo, para arrancar del
corazón de los pueblos una fe que ya está profundamente desarraigada. En todos
los siglos cristianos ha habido incrédulos, pero nunca penetró la incredulidad
en las masas y en las leyes del modo que lo viene haciendo hace medio siglo.
Y cuando se recuerdan las palabras de Jesucristo, ¿no se encuentra acaso
bastante motivo para reflexionar?
3. ª El Apóstol San Pablo, en
su segunda Epístola a los Tesalonicenses, hablo muy detalladamente de los
últimos tiempos y del Anticristo. Nos da otra señal por la cual podremos
conocer que se acerca el peligro: “Ne
terreamíni... Quasí instet dies Domini; quoníam NISI VENERIT DICESSIO PRIMUN.
No temáis, como si el día del Señor
estuviese cercano; antes de él debe tener lugar la apostasía (cap. ii,
3)." Los principales intérpretes de la Escritura, como lo expone Santo
Tomás, entienden únicamente por esta palabra discessio, la reunión general de los reinos a la fe católica y a la
Iglesia, la apostasía universal de las sociedades y de las naciones, apostatio gentium. Y es también uno de
los caracteres distintivos de nuestra época, al mismo tiempo que la esencia
misma de la Revolución, la separación de la Iglesia y del Estado; la apostasía
de las sociedades como tales, la desorganización social del mundo católico, el
ateísmo político y legal. Esta apostasía de las sociedades está ya consumada, o
poco menos. ¿Cuál es el estado, hoy día, sobre la tierra, que reconozca
oficialmente y como una institución divina todos los derechos de la Iglesia, y
que se someta, antes que a toda otra ley, a la ley de Jesucristo, promulgada, explicada
y aplicada soberanamente por el Papa, Jefe de la Iglesia? No existe ya uno solo
de estos. Llegó, pues, la señal dada por San Pablo, y seguramente no es a nosotros,
cristianos del siglo XIX, a quienes se dirige aquella palabra; ne terreamini: no temáis.
“Mas ¿no se ha creído ver en
muchas ocasiones de los siglos pasados estas mismas señales? ¿No se ha
anunciado ya muchas veces el fin del mundo?" De esto se ha hablado en tres
épocas, y no sin razón:
1ª
En el tiempo de Nerón, al acercarse la primera persecución general de la
Iglesia, y la destrucción de Jerusalén.
2ª
A la caída del imperio romano, la invasión de los bárbaros y la aparición de
Mahoma.
3ª
Finalmente, en el siglo XV, al acercarse el pretendido renacimiento, y cuando
se rebelaron Lutero y Calvino.
No hablo del pánico famoso del
año 1000, que no ha tenido carácter alguno formal y menos eclesiástico, ni ha
estado fundado sobre la enseñanza de ningún Doctor de la Iglesia, y que no fue
mas que una impresión popular.
Las
tres épocas que acabo de decir han sido los diferentes planos de un mismo y
único cuadro. Cada una de ellas ha sido la figura profética y parcial del
acontecimiento final de la catástrofe suprema que las profecías divinas parecen
desarrollar mas y mas delante de los ojos oscurecidos de la generación presente.
He aquí por qué en estas tres épocas fue legítimo en la
Iglesia el presentimiento del fin del mundo. Jerusalén destruida simbolizaba en
el primer siglo la destrucción futura de la Santa Iglesia, ciudad viva de Dios;
Nerón era la figura del Anticristo, Cesar y Pontífice pagano, haciéndose adorar
por todo su imperio, perseguidor de los cristianos en todo el mundo conocido,
dueño de la tierra, verdugo de San Pedro y San Pablo, del mismo modo que el Anticristo
lo será de los dos grandes enviados de Dios, Enoch y Elias. No de otra manera
cuando cayó el imperio romano, Mahoma, enemigo implacable del nombre cristiano,
fue otra figura del Anticristo, como los bárbaros fueron el instrumento de Dios
para castigar y derrumbar el imperio de los Césares, la Babilonia pagana, ebria
de sangre de los mártires.
En fin, en el siglo XV tuvo razón San Vicente Ferrer diciendo al mundo
católico: “Despertad y haced penitencia, la tentación se acerca;” porque poco
tiempo después, el renacimiento del paganismo y la fatal aparición de los dos
grandes rebeldes Lutero y Calvino, comenzaron esta destrucción universal que se
llama la Revolución; prepararon de antemano su venida y su triunfo, este triunfo
desastroso formulado en 89, realizado plenamente, pero de paso, en 93, y desde
entonces organizado, y que va tomando cada día mas posesión de las inteligencias,
instituciones, leyes, costumbres y sociedades. Que pase todavía algún tiempo, y
la Revolución dará a luz a su hijo, al hijo de Satanás, adversario del Hijo de
Dios, “el hombre del pecado,” como dice San Pablo, “el hijo de perdición el
enemigo que se ensalzará sobre todo lo que se llama Dios ó de lo que recibe un
culto." El Anticristo, en efecto, no solamente aplastará el cristianismo,
y la verdadera Iglesia; no solamente abolirá el culto del verdadero Dios, el
sacrificio católico y el culto del Santísimo Sacramento, sino que se elevará
por encima de todos los dioses de las naciones, de sus ídolos de sus
ceremonias; y se sentará en el templo de Dios, y se mostrará con él como si
fuese Dios (2ª Tes., ii 3,4.). El misterio de iniquidad quedará consumado en
toda su extensión, como lo fue al principio, cuando Jesucristo nuestro Jefe, espiró
sobre la Cruz; y Satanás se creerá dueño de lodo. Su culto público se es
establecerá por todo el universo, por medio de aquellos prestigios y falsos
milagros de que habla el Evangelio. Y estos deberán ser muy poderosos, cuando
Nuestro Señor, para prevenirnos contra ellos, nos declare que habrá “que seducirá los elegidos mismos"
(si esto fuera posible): ET DABUNT SIGNA
MAGNA ET PRODIGIA, ITA UT IN ERROREM INDUCANTUR (si fieri potest) ETIAM ELECTI.
(S. Mt., xxiv.) Según todas las probabilidades, y según el testimonio de los
antiguos Padres, Roma infiel, a pesar del Papado que perseguirá como en otro
tiempo, Roma será la capital del Anticristo y de su imperio; la Babilonia
universal, maldita, más completamente aún que bajo Nerón y los Césares paganos.
Suarez, Belarmino, Cornelio de Lapide, aseguran que esta es la tradición común
de los Santos Padres, y que esta tradición tiene un origen apostólico. Uno de
los motivos más serios que inducen e creer que nos acercamos definitivamente á
estos tiempos nefastos, es que nadie cree en ello. En las tres épocas
precitadas se creía, y en particular se creía en el fin del mundo; esto era una
prueba segura de que aun estaba lejos. Hoy día ya no sucede lo mismo.
Todavía podría añadir muchas
otras consideraciones muy serias; podría citar muchos otros textos de las
Sagradas Escrituras; podría hacer ver muchas analogías entre la obra de seis
días de la creación del mundo material y las seis edades tradicionales que debe
durar la Iglesia, que es la creación espiritual y la obra divina por excelencia.
Cada una de estas edades es mil años, según todas las tradiciones hebraicas y
cristianas; y solo nos faltan cien años poco mas ó menos, para llegar al fin de
la sexta edad, del sexto día de la iglesia. Pero todas estas consideraciones
nos llevarían demasiado lejos, y, si no me engaño, creo haber dicho lo
suficiente para demostrar a un espíritu
cristiano y no prevenido, que la situación presente merece ser tomada por lo
serio; y que, según todas las apariencias, la Iglesia deberá pronto defenderse
contra el peligro supremo.
Ante
este peligro, acercándonos probablemente a esta prueba, sobrehumana, preciso es
que todos seamos santos, hombres de oración y de penitencia, enteramente
separados de corazón de los bienes perecederos que la Revolución puede
arrebatarnos, usando de este mundo como si no usásemos de él, dirigiendo
nuestras miradas hacia la patria celestial, y no viviendo sobre la tierra mas
que para la eternidad. Debemos tomar por Reina y Señora de nuestro corazón a la
Virgen Inmaculada, la Eucaristía por nuestro pan de cada día, al Santo
Evangelio por nuestra lectura predilecta. Vivamos todos para Dios, fuertes en
medio del torrente devastador y universal, unidos en todo con un lazo
indisoluble al Vicario de Nuestro Señor Jesucristo; busquemos en la pura luz
católica el guía fiel que nos hará atravesar con paso seguro las tinieblas de
la Revolución, conduciéndonos hasta el puerto del descanso.
†
FIN