martes, 31 de diciembre de 2013

LA REVOLUCIÓN (25 y final)

Por Mons de Segur

XXV. TERRIBLE Y POSIBILÍSIMO TÉRMINO DE LA CUESTION REVOLUCIONARIA

Cierto número de, católicos, y entre ellos muchos Obispos y Doctores muy eminentes en ciencia y santidad, tienen la profunda convicción de que nos acercamos a los últimos tiempos del mundo, y que la gran rebelión que viene destrozando desde hace tres siglos todas las tradiciones e instituciones religiosas, tendrá por fin el reino del Anticristo



Es de fe revelada, que a la última venida de Jesucristo precederán un trastorno moral horroroso y la más terrible lucha de Satanás contra Jesucristo y su Iglesia: Erit enim tunc tribulatio magna, qualis non fuíl ab initio mundi usque modo, neque fiet. (S. Mt., xxiv, 21.) Lo mismo que el cristianismo entero se resume en la persona de su Jefe Divino, nuestro Salvador, lo mismo el anticristianismo entero con sus rebeliones, sus atentados y sus sacrilegios se resumirá en aquellos tiempos en la persona de un hombre que estará lleno de le inspiración y de la rabia de Satanás, y este hombre será el Anticristo. Este será una especie de encarnación de Satanás, y el esfuerzo supremo de la rebeldía del demonio contra Dios

La Escritura nos habla claramente, en muchas partes, de la aparición de éste en el mundo; entre otras en el capítulo xxiv de San Mateo, en el xiii de San Marcos, y en el xxi de San Lucas. Y en muchas epístolas de los Santos Apóstoles (véase sobre todo la segunda epístola a los Tesalonicenses, cap. ii)  En cuanto a San Juan, es el que ha sido escogido por la Divina Providencia para enseñarnos en la magnífica profecía de su Apocalipsis, los dolores que precederán y acompañarán al reinado maldito del Anticristo, la destrucción de este, y, por fin, el reinado glorioso de Jesucristo y su Iglesia [véase el Apocalipsis desde el cap. vi hasta el xx, el que refiere la ruina del Anticristo y el triunfo de la Iglesia hasta el juicio final.]. El Anticristo reasumirá, decíamos, y en un grado supremo, todos los caracteres de todos las revoluciones anticristianas. Será gran sacerdote como Nerón y como los otros Emperadores paganos; heresiarca como Arrio, Nestorio, Manés, Pelagio, Lutero y Calvino; destruirá y matará como Mahoma y los demás bárbaros, se revelará contra el papado como los Césares de la edad media, como el cismático Focio; negará el verdadero Dios en Cristo y su Iglesia, y hará reinar sobre todo el universo el satanismo o la Revolución perfecta. Después de una persecución universal, sin ejemplo, desde que existe el mundo, volverá a echar la Iglesia en las catacumbas, abolirá el culto divino, se hará adorar como el Cristo-Dios, y como tal se creará un Pontífice jefe de su culto impío; y todo hombre que no lleve su marca en la frente o en la mano derecha, será declarado fuera de la ley y condenado a muerte. El reino revolucionario del Anticristo durara tres años y medio, Nuestros Santos Libros contienen la narración espantosa y profética del mismo y nos enseñan que la salvación vendrá, aunque inesperada, con la gloriosa llegada del Salvador en el momento en que todo parecerá estar tranquilo. Esta será le Pascua, la resurrección de la Iglesia, después de su dolorosa pasión. Entonces quedará despedazado, aniquilado el poder de Satanás; entonces, pero solamente entonces quedará vencida la Revolución. † 

Tenemos indicios muy graves para creer que el reinado del Anticristo no está tan lejano como se piensa. La Revolución le prepara el camino, destruyendo la fe, seduciendo las masas, envileciendo los caracteres, trabajando, en fin, sin descanso en la abolición social de la Iglesia. Entre las razones que inducen a creer la llegada de la tentación suprema, indicaré las siguientes, a la seria meditación de los hombres de fe. El valor de ellas es incontestable, y por mi parte las encuentro más que probables

1.ª Después de haber anunciado las señales precursoras del último combate, que Él llama “los principios de los dolores,” haec autem omnia initia sunt dolorum, Nuestro Señor en el cap. xxiv del Evangelio de San Mateo, dice formalmente que la consumación vendrá cuando el Evangelio habrá sido predicado a todas las naciones: Praedicabitur hoc Evangelium regni in universo orbe, in testimonium omnibus gentíbus, et TUNC veniet consummatio

Todos saben que ya apenas queda ningún pueblo al cual no le haya sido predicado el Evangelio. Principalmente de treinta años a esta parte, ha tornado la propagación de la fe una extensión prodigiosa. Se ha evangelizado la Oceanía entera; nuestros misioneros han penetrado hasta el centro de la alta Asia, hasta el Tíbet; se ha principiado gloriosamente la evangelización del África, aun de la África Central; las dos Américas han sido recorridas en todos sentidos por los infatigables heraldos de Jesucristo. Que pase medio siglo, y quizá menos (gracias a los revolucionarios de Europa que echan a lo lejos las Órdenes religiosas, y principalmente las poderosas legiones de la Compañía de Jesús); que pase este tiempo, digo, y seguro es "que el Evangelio del reino habrá sido predicado al mundo entero en testimonio para todas las naciones; et TUNC veniet consumatío, ENTONCES VENDRÁ EL FIN” Ahora pregunto: ¿cómo escapar de este hecho, a estas palabras y a su consecuencia evidente? 

2. ª Está anunciado además por el mismo Jesucristo, que al acercarse los últimos tiempos, la fe estará casi apagada sobre la tierra: “¿Cuándo volverá el Hijo del Hombre, pensáis vosotros, dijo á sus discípulos, que encontrara fe sobre la tierra? Filius Hominis veniens, putas inveniet fidem in terra? (S. Lúcas., xviii, 8). Ahora bien: ¿no es también evidente el que, a pesar de la resurrección religiosa y muy real de un cierto número de almas escogidas; no es evidente que las masas han perdido ya la fe, ó están en camino de perderlo? Esto es verdad para Francia; empieza a serlo para Italia y España, etc. El mundo católico está perdiendo la fe, que ya está arruinado en las tres cuartas partes de Europa por el protestantismo, y combatida, amenazada en el universo entero por el furor de este mismo protestantismo reunido al de las demás falsas religiones. Como lo hemos observado más arriba, la influencia deletérea de la prensa cotidiana bastará ella sola, en muy poco tiempo, para arrancar del corazón de los pueblos una fe que ya está profundamente desarraigada. En todos los siglos cristianos ha habido incrédulos, pero nunca penetró la incredulidad en las masas y en las leyes del modo que lo viene haciendo hace medio siglo

Y cuando se recuerdan las palabras de Jesucristo, ¿no se encuentra acaso bastante motivo para reflexionar? 

3. ª El Apóstol San Pablo, en su segunda Epístola a los Tesalonicenses, hablo muy detalladamente de los últimos tiempos y del Anticristo. Nos da otra señal por la cual podremos conocer que se acerca el peligro: “Ne terreamíni... Quasí instet dies Domini; quoníam NISI VENERIT DICESSIO PRIMUN. No temáis, como si el día del Señor estuviese cercano; antes de él debe tener lugar la apostasía (cap. ii, 3)." Los principales intérpretes de la Escritura, como lo expone Santo Tomás, entienden únicamente por esta palabra discessio, la reunión general de los reinos a la fe católica y a la Iglesia, la apostasía universal de las sociedades y de las naciones, apostatio gentium. Y es también uno de los caracteres distintivos de nuestra época, al mismo tiempo que la esencia misma de la Revolución, la separación de la Iglesia y del Estado; la apostasía de las sociedades como tales, la desorganización social del mundo católico, el ateísmo político y legal. Esta apostasía de las sociedades está ya consumada, o poco menos. ¿Cuál es el estado, hoy día, sobre la tierra, que reconozca oficialmente y como una institución divina todos los derechos de la Iglesia, y que se someta, antes que a toda otra ley, a la ley de Jesucristo, promulgada, explicada y aplicada soberanamente por el Papa, Jefe de la Iglesia? No existe ya uno solo de estos. Llegó, pues, la señal dada por San Pablo, y seguramente no es a nosotros, cristianos del siglo XIX, a quienes se dirige aquella palabra; ne terreamini: no temáis

“Mas ¿no se ha creído ver en muchas ocasiones de los siglos pasados estas mismas señales? ¿No se ha anunciado ya muchas veces el fin del mundo?" De esto se ha hablado en tres épocas, y no sin razón: 

1ª En el tiempo de Nerón, al acercarse la primera persecución general de la Iglesia, y la destrucción de Jerusalén. 

2ª A la caída del imperio romano, la invasión de los bárbaros y la aparición de Mahoma. 

3ª Finalmente, en el siglo XV, al acercarse el pretendido renacimiento, y cuando se rebelaron Lutero y Calvino

No hablo del pánico famoso del año 1000, que no ha tenido carácter alguno formal y menos eclesiástico, ni ha estado fundado sobre la enseñanza de ningún Doctor de la Iglesia, y que no fue mas que una impresión popular. 

Las tres épocas que acabo de decir han sido los diferentes planos de un mismo y único cuadro. Cada una de ellas ha sido la figura profética y parcial del acontecimiento final de la catástrofe suprema que las profecías divinas parecen desarrollar mas y mas delante de los ojos oscurecidos de la generación presente

He aquí por qué en estas tres épocas fue legítimo en la Iglesia el presentimiento del fin del mundo. Jerusalén destruida simbolizaba en el primer siglo la destrucción futura de la Santa Iglesia, ciudad viva de Dios; Nerón era la figura del Anticristo, Cesar y Pontífice pagano, haciéndose adorar por todo su imperio, perseguidor de los cristianos en todo el mundo conocido, dueño de la tierra, verdugo de San Pedro y San Pablo, del mismo modo que el Anticristo lo será de los dos grandes enviados de Dios, Enoch y Elias. No de otra manera cuando cayó el imperio romano, Mahoma, enemigo implacable del nombre cristiano, fue otra figura del Anticristo, como los bárbaros fueron el instrumento de Dios para castigar y derrumbar el imperio de los Césares, la Babilonia pagana, ebria de sangre de los mártires

En fin, en el siglo XV tuvo razón San Vicente Ferrer diciendo al mundo católico: “Despertad y haced penitencia, la tentación se acerca;” porque poco tiempo después, el renacimiento del paganismo y la fatal aparición de los dos grandes rebeldes Lutero y Calvino, comenzaron esta destrucción universal que se llama la Revolución; prepararon de antemano su venida y su triunfo, este triunfo desastroso formulado en 89, realizado plenamente, pero de paso, en 93, y desde entonces organizado, y que va tomando cada día mas posesión de las inteligencias, instituciones, leyes, costumbres y sociedades. Que pase todavía algún tiempo, y la Revolución dará a luz a su hijo, al hijo de Satanás, adversario del Hijo de Dios, “el hombre del pecado,” como dice San Pablo, “el hijo de perdición el enemigo que se ensalzará sobre todo lo que se llama Dios ó de lo que recibe un culto." El Anticristo, en efecto, no solamente aplastará el cristianismo, y la verdadera Iglesia; no solamente abolirá el culto del verdadero Dios, el sacrificio católico y el culto del Santísimo Sacramento, sino que se elevará por encima de todos los dioses de las naciones, de sus ídolos de sus ceremonias; y se sentará en el templo de Dios, y se mostrará con él como si fuese Dios (2ª Tes., ii 3,4.). El misterio de iniquidad quedará consumado en toda su extensión, como lo fue al principio, cuando Jesucristo nuestro Jefe, espiró sobre la Cruz; y Satanás se creerá dueño de lodo. Su culto público se es establecerá por todo el universo, por medio de aquellos prestigios y falsos milagros de que habla el Evangelio. Y estos deberán ser muy poderosos, cuando Nuestro Señor, para prevenirnos contra ellos, nos declare que habrá “que seducirá los elegidos mismos" (si esto fuera posible): ET DABUNT SIGNA MAGNA ET PRODIGIA, ITA UT IN ERROREM INDUCANTUR (si fieri potest) ETIAM ELECTI. (S. Mt., xxiv.) Según todas las probabilidades, y según el testimonio de los antiguos Padres, Roma infiel, a pesar del Papado que perseguirá como en otro tiempo, Roma será la capital del Anticristo y de su imperio; la Babilonia universal, maldita, más completamente aún que bajo Nerón y los Césares paganos. Suarez, Belarmino, Cornelio de Lapide, aseguran que esta es la tradición común de los Santos Padres, y que esta tradición tiene un origen apostólico. Uno de los motivos más serios que inducen e creer que nos acercamos definitivamente á estos tiempos nefastos, es que nadie cree en ello. En las tres épocas precitadas se creía, y en particular se creía en el fin del mundo; esto era una prueba segura de que aun estaba lejos. Hoy día ya no sucede lo mismo

Todavía podría añadir muchas otras consideraciones muy serias; podría citar muchos otros textos de las Sagradas Escrituras; podría hacer ver muchas analogías entre la obra de seis días de la creación del mundo material y las seis edades tradicionales que debe durar la Iglesia, que es la creación espiritual y la obra divina por excelencia. Cada una de estas edades es mil años, según todas las tradiciones hebraicas y cristianas; y solo nos faltan cien años poco mas ó menos, para llegar al fin de la sexta edad, del sexto día de la iglesia. Pero todas estas consideraciones nos llevarían demasiado lejos, y, si no me engaño, creo haber dicho lo suficiente para demostrar a un espíritu cristiano y no prevenido, que la situación presente merece ser tomada por lo serio; y que, según todas las apariencias, la Iglesia deberá pronto defenderse contra el peligro supremo



Ante este peligro, acercándonos probablemente a esta prueba, sobrehumana, preciso es que todos seamos santos, hombres de oración y de penitencia, enteramente separados de corazón de los bienes perecederos que la Revolución puede arrebatarnos, usando de este mundo como si no usásemos de él, dirigiendo nuestras miradas hacia la patria celestial, y no viviendo sobre la tierra mas que para la eternidad. Debemos tomar por Reina y Señora de nuestro corazón a la Virgen Inmaculada, la Eucaristía por nuestro pan de cada día, al Santo Evangelio por nuestra lectura predilecta. Vivamos todos para Dios, fuertes en medio del torrente devastador y universal, unidos en todo con un lazo indisoluble al Vicario de Nuestro Señor Jesucristo; busquemos en la pura luz católica el guía fiel que nos hará atravesar con paso seguro las tinieblas de la Revolución, conduciéndonos hasta el puerto del descanso.
 †

FIN

LA REVOLUCIÓN (24)

Por Mons de Segur

XXIV.¿ES PRECISO LUCHAR CONTRA EL IMPOSIBLE?

Todo consiste en saber si es imposible. Dicen en Francia que esta palabra no existe en el vocabulario francés. ¿Es verdad? No lo sé; lo que sí sé es que no es palabra cristiana. “Lo que es imposible para el hombre, siempre es posible para Dios.” Siendo el mundo pagano, lo que todos sabemos que era, ¿no parecía imposible, y tres veces imposible que doce pescadores judíos lo convirtieran a la locura de la Cruz? ¿No parecía imposible que San Pedro reemplazase a Nerón en el Vaticano? La historia de la Iglesia es la historia de las imposibilidades vencidas; es la realización permanente del oráculo del Salvador. Et níhil impossíbile erit vobis. “Para vosotros nada será imposible.” (Luc. xvii,1 )

Si no me engaño, es menos difícil de arreglar el mundo actual, que lo que fue para nuestros padres el arreglar el mundo pagano. Empleemos los mismos medios, las mismas armas, y la fe triunfará ahora como triunfó entonces.

“Sea, -dirán algunos cristianos tímidos- pero habiéndose esparcido y arraigado por todas partes las ideas modernas y democráticas; pareciendo un hecho consumado la imposibilidad para la Iglesia de ejercer sus derechos sobre las sociedades, y pareciendo que el porvenir debe favorecer mas y mas este estado deplorable de las cosas, ¿no sería quizá mas razonable, y acaso aún mas útil a su buena causa, el aceptar el hecho, el hacer concesiones sobre el derecho, y contemporizar sin temor con los principios modernos? Obrando de otro modo, ¿no nos exponemos acaso a comprometerlo todo? Y ¿no sería esto exponer la Religión a recriminaciones públicas?”

Guardaos de creer esto: En los tiempos de transición como el nuestro, los hombres no pueden pasarse sin verdad, sin la verdad entera. Las verdades han sido debilitadas y abandonadas por las pasiones humanas: Diminuta sunt veritates â filiis hominum. Como depositarios de todos estos principios sagrados de la vida religiosa, social, política y doméstica, devolvámoslos al mundo, que se muere por falta de conocerlos. Abajo pues, con la prudencia humana; lo perdería todo. Prurientia carnis, morst est. Seamos prudentes, esto sí; pero prudentes en Cristo. Pasaremos como siempre, por insensatos, pero seremos muy sabios. “Insistamos como nos lo manda la fe, insistamos oportuna é inoportunamente; reprendamos, supliquemos, señalemos el mal con toda perseverancia y doctrina.” Estas son las palabras del Apóstol San Pablo, que nos pide con instancia: “Delante de Dios y delante de Jesucristo, juez de vivos y muertos;” y añade, profetizando las debilidades humanas y de los tiempos en que vivimos: “Porque vendrá un tiempo en que no se tolerará la sana doctrina, sino que los hombres se abandonarán apasionadamente a una multitud de doctores aduladores, y desviándose de la verdad se alimentarán de fábulas. En cuanto a vosotros, velad y no temáis el castigo [ii ad Tim., iv].” Nada mas claro que esta regla de conducta; tengamos, pues, el valor de adoptarla.

“¡Pero se clamará contra la Iglesia!” Se clamará, y luego ya no se gritará mas. ¿No se grita acaso en el día? ¿Qué es el periodismo, qué la política en toda Europa sino un grito permanente contra la Iglesia bajo el nombre de partido clerical de ultramontanisma de fanatismo? Hablemos alto y fuerte en medio de este clamoreo; acordémonos que nos está prohibido el callar: Vae mihi; quia tacui!

“Pero pidiendo demasiado, nada obtendréis.” De ningún modo pedimos demasiado; pedimos lo que Dios quiere, y lo que los hombres deben darle; lo que es justo, y, en fin, lo que solamente puede salvarnos a todos. Observadlo bien; aquí se trata de una cuestión de vida o muerte, como en otro tiempo, entre el paganismo y el cristianismo; son dos principios que se excluyen el uno al otro, la Iglesia y la Revolución, Jesucristo y el diablo; entre ellos no hay término medio. Por otra parte, ¿tendríais aún la simpleza de creer que las concesiones sirven de algo con los revolucionarios? “Una sola concesión puede satisfacernos: esta es la destrucción completa y entera del poder temporal de la Iglesia.” Estas son las palabras textuales de la Revolución. Si pedíamos poco, nada ganaríamos.

“¡Pero debemos ser caritativos!" Sí por cierto; la caridad y la dulzura pueden volver los culpables al buen camino, y por esto hemos de ser siempre dulces y caritativos; pero las cuestiones de principios son cuestiones de verdad y no de caridad; y en ellas no hay materia para concesión alguna. Antes que sociedad de caridad, es la Iglesia sociedad de verdad. Nunca deben separarse la verdad y la caridad. La cuidad que sacrificase la verdad, dejaría de serlo, y no sería mas que debilidad y traición

"¡Pero la prudencia es necesaria aun para decir la verdad, y tampoco se deben tirar las perlas e los cerdos!" Sin duda alguna, pero jamás debe hacerse traición a la verdad, ni a la Iglesia, ni a Cristo, bajo el pretexto de atraerse con mas facilidad las simpatías de los hombres. Nunca observó la Iglesia tal conducta; nunca recurrieron a esta falsa prudencia los Apóstoles, los Papas ni los Santos. Los cristianos que obrasen de otro modo obrarían mal; y si sus rectas intenciones no los excusaran, serian, a no dudarlo, culpables a los ojos de Dios.

“¡Pero, en fin, todas los verdades no son buenas para ser dichas!" Ya lo sé; pero esto se entiende solamente de aquellas verdades que hieren sin utilidad alguna, y no de aquellas que pueden curar y salvar. Ahora bien; solo las verdades del orden católico, antirrevolucionario, pueden salvar el mundo en el tiempo en que nos hallamos. Proclamémoslas y con una firmeza caritativa salvemos a nuestros hermanos, aun a pesar suyo.

Y, en fin, como dice el P. Lacordaire en una de sus magníficas Conferencias, vale más intentar algo, que no intentarlo."   No está todo perdido todavía. Las circunstancias son graves, y todos lo reconocen; la Iglesia pierde cada día mas su influencia, por no decir su existencia social; por todas partes hay católicos, y buenos católicos; pero ya no hay poderes católicos, ya no hay Estados constituidos según el orden divino, el mal revolucionario avanza cada día mas, como las olas del primer diluvio; pero a pesar de todo, siempre existen los elementos de salvación. Lo repito con seguridad: el estado actual del mundo es un estado transitorio. Una de dos: o la Iglesia, en un tiempo dado, triunfará de la Revolución, y en este caso desaparecerían por sí mismas estas necesidades de transición, que se nos quiere obligar a aceptar hoy día como principios, dejando el campo libre a los principios eternos del cristianismo, o al contrario triunfará la Revolución por algún tiempo; y entonces, ¿de qué nos habrán servido las concesiones que ahora se nos aconsejan? Si ha llegado “la hora de las tinieblas,” la hora del príncipe de este mundo; si está en los altos designios de Dios que sucumbamos en la lucha, defendiendo hasta el fin los derechos de Dios; si así debe ser, al menos habremos sido buenos servidores, y podremos decir con el grande Apóstol: “He combatido por el buen combate, he concluido mi carrera, he conservado la fe. Solo me queda el recibir la corona de justicia que me dará nuestro Señor el Divino Juez."

“¿Puede acaso la Revolución triunfar del todo de la Iglesia? ¿Puede acaso perecer la obra de Dios? La obra, de Dios no perecerá, pero sucederá con la Iglesia lo que sucedió con su Divino Jefe; tendrá como Él su hora, su pasión, su calvario, su sepulcro, antes de reinar sobre el universo entero, y antes de juntar bajo el cayado del Pastor celestial a toda la humanidad. Todo esto lo profetizó el Evangelio.


Pero esta solución muy posible de la cuestión revolucionaria, merece que nos detengamos un poco en ella.

LA REVOLUCIÓN (23)

Por Mons de Segur

XXIII. LA REACCIÓN CATÓLICA.

¿Somos reaccionarios? No, si por tales se entienden unos espíritus sombríos, siempre ocupados en echar de menos lo pasado, el antiguo régimen, la edad media: “Nadie, decía el buen Nicodemo, nadie puede volver al seno de su madre para nacer de nuevo.” Esto lo sabemos, y no queremos cosas imposibles. Si, somos reaccionarios, si con esto se entiende ser hombres de fe y de corazón, católicos ente todo, que no transigimos con principio alguno, que no abandonamos verdad alguna, y que respetamos, en medio de las blasfemias y de las ruinas revolucionarias, el orden social establecido por Dios, y estamos decididos a no retroceder ni un paso ente las exigencias de un mundo pervertido, y miramos como un deber de conciencia la reacción antirrevolucionaria


Ya lo he dicho: la Revolución es el gran peligro que amenaza a la Iglesia en el día. Digan lo que quieran los adormecedores, este peligro está a nuestras puertas, en el aire que respiramos, en nuestras mas íntimas ideas. En vísperas de grandes catástrofes, siempre hubo de estos ciegos, mudos y sordos incomprensibles, que nada quieren ver, nada oír ni comprender; “Todo va. bien, dicen nunca estuvo el mundo mas ilustrado, ni el público mas próspero; nunca el ejército fue mas valiente, ni estuvo la administración mejor organizada, ni se vio la industria mejor, ni fueron las comunicaciones mas rápidas, ni la patria se encontró tan unida." 

Tales hombres no ven, no quieren ver que bajo este orden material está oculto un profundo desorden moral, y que la mina, pronta a estallar, se encuentra en la base misma del edificio. Dormidos y adormeciendo a los otros, abandonan la defensa, la hacen abandonar a los otros, y entregan la Iglesia desarmada en manos de la Revolución

Y, sin embargo, es mas claro que la luz del día que la Revolución es el anticristianismo, que llama a si todas las fuerzas enemigas de la Iglesia: incredulidad, protestantismo, cesarismo, galicanismo, racionalismo, naturalismo, falsa política, falsa ciencia, falsa educación. “¡Todo esto es mío, todo esto sirva parar mi obra, exclama la Revolución; todos marchamos contra el enemigo común! No mas Papa, no mas Iglesia, libertémonos del yugo católico, emancípese la humanidad.” 

Este es el terrible adversario contra quien todo cristiano está obligado en conciencia a resistir y obrar como hemos dicho, y esto con toda la energía que da el amor de Dios, unido al verdadero patriotismo. Este es nuestro común enemigo, preciso es vencer o morir

¿Y cómo venceremos? Primeramente, repito, no temiendo. Un cristiano, un católico, un hombre honrado solo teme a Dios. Seguro: como estamos de que Dios está con nosotros, debemos también estarlo de que, tarde o temprano, la victoria será nuestra. Quizá será necesario que haya sangre vertida, como en los primeros siglos, humillaciones y sacrificios de toda especie; bien puede ser así. Pero al fin venceremos: Confidite, ego vice mundum

Luego debemos poner al servicio de la Gran causa todas las influencias, todos los recursos de que podamos disponer. Si por nuestra posición social podemos ejercer una acción general sobre la sociedad, sea por nuestra pluma, sea por cualquier otro medio legítimo, no faltemos a nuestro deber católico de hombre público. Hagamos el bien en la mayor escala posible

Si no podemos ejercer más que una acción individual y limitada, guardémonos de creer que esta influencia está perdida en medio del torbellino. El Océano solo se compone de gotas de agua reunidas, y convirtiendo individuos, ha llegado la Iglesia a convertir, a trasformar el mundo, después de tres siglos de indomable paciencia. Hagamos como ella; en frente de le Revolución, universal como entonces el paganismo, busquemos, aunque sea individualmente, “el reino de Dios y su justicia, y lo demás nos será dado por añadidura.” Jóvenes, hombres maduros, viejos, niños, mujeres, muchachas, ricos, pobres, sacerdotes, seglares, seamos lo que seamos, trabajemos confiadamente, y hagamos la obra de Dios; si el mundo se llena de Santos, si la mayoría de los miembros que componen la sociedad se vuelve profundamente católica, la opinión pública reformará por sí misma y sin sacudimiento esta sociedad que se pierde, y le Revolución desaparecerá. 

Tengamos para el bien la energía que la Revolución tiene para el mal. No hace mucho la oímos decir a los hijos de las tinieblas: “El trabajo que vamos a emprender no es obre de un día, ni de un mes, ni de un año; puede durar muchos años, un siglo quizá; pero en nuestras filas, el soldado muere, y la lucha sigue. No perdamos valor por un revés ni por una derrota; de derrota en derrota es como se llega a la victoria." 

Hijos de la luz, tomad esta regla para vosotros, y aplicadla con el celo del amor. La Iglesia es pobre: ¿sois ricos? dadle vuestro oro: ¿sois pobres? partid vuestro pan con ella. La Iglesia es atacada con las armas en la mano: por vuestras venas corre una sangre generosa; ofrecedle vuestra sangre. La Iglesia se ve calumniada indignamente. ¿Tenéis voz? Pues hablad. ¿Manejáis una pluma? Pues escribid en su defensa. La Iglesia se ve abandonada, entregada traidoramente por los que se llaman sus hijos: su única confianza esta en Dios: haced por vuestras oraciones que llegue pronto el socorro de arriba. Sírvanos a todos de lema el hermoso dicho de Tertuliano: In his, omnis homo miles: hoy día todo católico debe ser soldado

Ante todo, es preciso en el siglo que atravesamos formarse con cuidado el espíritu y la inteligencia; preciso es fundar la vida sobre principios puramente católicos, para no ser arrastrados, como muchos, por todos los vientos de doctrinas. Casi todos los jóvenes que se entregan a las ideas revolucionarias carecen de aquellos principios serios y reflexionados, cuyo punto de partida es la fe. En este punto pesa una terrible responsabilidad sobre aquellos hombres que están encargados de instruir â la juventud;  de mucho tiempo acá, la enseñanza y la educación son la cuna oculta de la Revolución. 

Andémonos con mucho cuidado respecto de nuestras lecturas; hay muy pocos libros buenos; muy pocos verdaderamente puros en cuanto a principios políticos y sociales; casi todos ellos desconocen totalmente la misión social de la Iglesia; o la rechazan, o no se dignan hablar de ella. No teniendo ya, como punto de partida, la autoridad divina, se ven obligados a basarlo todo sobre el hombre; sobre el Soberano, si son monárquicos, y de ahí resulta el absolutismo o el cesarismo; y si son demócratas, sobre la soberanía del pueblo, y esto es la Revolución propiamente dicha. En ambos casos hay error fundamental, principio social anticristiano. Los mas peligrosos de estos libros, al menos para lectores honrados, no son los libelos abiertamente impíos, sino mas bien los de falsa doctrina moderada que profesan un cierto respeto a la Iglesia: 89 es mucho mas peligroso que 93

Desconfiad sobre todo de los libros de historia. Solamente de algunos años a esta parte, un cambio feliz, debido a la buena fe y a estudios más concienzudos, nos ha proporcionado algunas obras preciosas, que bastan para disipar las preocupaciones y los errores [1].  Hace tres siglos que la historia ha sido trasformada en una verdadera, máquina de guerra contra el cristianismo, antes por el odio protestante, y más tarde por el volterianismo, se ha vuelto, dice el conde de Maistre, "una conspiración completa contra la verdad.” 

Lo que es verdad de los libros, lo es también, y mucho mas, de los periódicos, esta peste pública que envenena al mundo entero. Casi todos ellos son los campeones manifiestos u ocultos de la Revolución.    

Nada es tan peligroso como un periódico no católico; su lectura continuada cada día se insinúa pronto y profundamente en las cabezas mejores, y acaba por falsear el juicio. Os lo suplico: no os abandonéis á ninguno de estos periódicos, y menos todavía a aquellos que cubren sus malas y perversas doctrinas con una máscara de honradez y se dicen conservadores. “No hay peor agua que la estancada."   

En fin, recomiendo a los jóvenes una instrucción religiosa muy fuerte y sólida. No me atrevo a hablarles de la Summa de Santo Tomás, obra maestra incomparable, que reúne, con un orden magnífico, toda la doctrina religiosa, toda la tradición católica; pero las inteligencias han bajado de tal modo desde que la fe no sostiene la razón, que en el día ni aún se está en estado de comprender: lo que aquel gran Doctor ofrecía a los estudiantes, de la Edad Media como “leche para los principiantes."  

Entre muchas obras de fondo, recomiendo la Teología dogmática y la Exposición del derecho canónico, por el Cardenal Gousset; la Regla de fe, por el P. Perrone, y los hermosos Estudios, filosóficos, de M. Nicolás; como resumen de la doctrina cristiana, el gran Catecismo del Concilio de Trento, traducido por Mons Doney; en fin, las excelentes Respuestas populares del P. Trance, que reasumen con extraordinaria lucidez y con una doctrina muy pura todas las controversias que están a la orden del día.  

No basta la claridad en la inteligencia; preciso es además la santidad del corazón. Toda persona que quiera producir en si una verdadera reacción contra el mal que nos devora, debe vivir como verdadero cristiano, llevar una vida pura, inocente, extraña al mundo, y en todo animado por el espíritu del Evangelio. Debe orar á menudo y comulgar con frecuencia, bebiendo así en este manantial vivo, la vida verdaderamente cristiana y católica. Los hombres de fe, de oración y de caridad son los únicos que poseen el secreto de las grandes victorias.  

Esta debe ser nuestra reacción contra la seducción de los falsos principios y el torrente universal de corrupción. Este es nuestro deber, deber del cual daremos cuenta a Dios cuando nos llame a su presencia. Este deber mira ante todo a los que directa o indirectamente tienen cargo de almas: los Pastores de la Iglesia, Obispos y Sacerdotes, doctores del pueblo cristiano encargados por Dios de enseñar a todos los hombres todos sus deberes y  preservarlos de los lazos de la mentira; los jefes de los Estados, que, como hemos dicho, deben vigilar indirectamente por la salvación de sus pueblos, facilitando a la Iglesia su saludable misión; en fin, los padres y madres, cuyo ministerio consiste, ante todo, en hacer de sus hijos buenos cristianos y hombres de corazón.  


¡Bendiga Dios nuestros esfuerzos, y sálvese el mundo por segunda vez por los cristianos!  

viernes, 27 de diciembre de 2013

LA REVOLUCIÓN (21 Y 22)

Por Mons de Segur

XXI. DE CÓMO SE FORMAN LOS REVOLUCIONARIOS   

Una sociedad se hace revolucionaria cuando no reprime los motines, y las malas pasiones que minan en su seno los grandes principios religiosos y políticos, que son, como hemos dicho mas arriba, la base de todo orden social. Pero aquí solo me ocupo del individuo, y para este, principia casi siempre muy temprano.  

¡Veis aquel niño que muerde y pega a su madre! Es un revolucionario en lactancia. A los cinco años hace ruido en su casa, e impone su capricho a su padre y a su madre; este es un revolucionario en ciernes. De estudiante, se mofa de sus maestros, rompe sus libros, y no hace mas que calaveradas; es un revolucionario ganando cursos en la Universidad. De aprendiz, se forma para el vicio, insulta a los sacerdotes que le prepararon para su primera comunión, los buenos Hermanos, a quienes deba su educación gratuita; es un revolucionario que va formándole. De obrero, se rebela contra su principal, lee y comenta los periódicos demagógicos, se queja del gobierno, entra en las sociedades secretas, hace fiestas los lunes y jamás los domingos; y si se presenta ocasión, sube a las barricadas; es un revolucionario emancipado. Ahí tenéis al revolucionario de chaqueta.  

El revolucionario de levita y gabán es en el colegio un discípulo indisciplinado; sus costumbres están corrompidas mucho antes que tenga edad para ello; prepara motines, y tanto hace, que lo expulsan. Llega a la adolescencia, corriendo de liceo en liceo, ya corrompido, sin fe, ambicioso y determinado; es demócrata sin saber en qué consiste esto; y si sabe algún tanto ensuciar papel, escribe artículos de periódico; revolucionario meritorio. Escribe para el teatro, o folletos; si su prosa tiene aceptación, si por ella logra influencia, una de dos: o pesca un empleo, un puesto lucrativo, y entonces se vuelve hombre de orden; o, al contrario, no pesca, y entonces conspira, firmemente decidido, si la cosa va bien y si llega al poder, a apropiarse lo mas que pueda del bien público y a suprimir el fanatismo y la superstición; gran revolucionario, padre de la libertad. En una palabra, se hace un hombre revolucionario, acostumbrárnosle a rechazar la autoridad paterna, religiosa y política. El gusto de la rebelión se desarrolla cada año más, y bajo la inspiración del demonio, se vuelve muchas veces un verdadero malvado.

XXII. CÓMO SE DEJA DE SER REVOLUCIONARIO 

Las sociedades dejen de serlo haciéndose católicas, completamente católicas, y los individuos acudiendo al sagrado tribunal de la confesión. No existen otros medios para lograrlo.

La Revolución es la rebeldía, el orgullo, el pecado; la confesión y con ella la muy dulce y santa comunión, es la humilde sumisión del hombre a su Creador; es el amor, la fuerza, el orden

He conocido a uno de estos felices convertidos del campo revolucionario. Habíase entregarlo a todos los excesos de la rebelión del espíritu y del corazón; había rechazado la Iglesia como una cosa anticuada y perjudicial, la autoridad como un yugo vil. Siendo representante del pueblo, y perteneciendo al partido de la Montaña, había soñado no sé qué regeneración social. Honrado, sin embargo, en el fondo, y sincero en sus extravíos, pronto vio abrirse delante de si unos abismos que jamás hubiera sospechado; vio de cerca a los revolucionarios, con sus proyectos y sus obras. Partidario de los famosos principios de 89, vio salir de ellos las fatales consecuencias de 93; cogió la Revolución infraganti..., y conducido al bien por el exceso mismo del mal, tendió sus brazos desesperados hacia aquella Iglesia que había desconocido; se arrepintió, examinó, creyó, y depuso a los pies del sacerdote, junto con la carga de sus pecados, la librea horrorosa de la Revolución. Esto sucedió cerca de diez años ha, y desde entonces ha encontrado paz y felicidad. Hace un bien inmenso a su alrededor, dedicándose con santo ardor al servicio de Jesucristo. Y en las filas poco cristianas de nuestros jóvenes demócratas, ¡cuántos nobles corazones, engañados por las utopías revolucionarias, buscan esa paz y esa felicidad sin poderlas encontrar! Las aspiraciones de sus almas no quedarán satisfechas sino cuando se sometan al dulce yugo del Salvador, y cuando, volviéndose verdaderos católicos, experimenten el poder divino de la palabra evangélica: “Venid a mí, todos vosotros los que sufrís y los que trabajáis; yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrareis el descanso de vuestras almas.”  


Y lo que es verdad para el individuo, lo es también para la sociedad; el hijo pródigo, el mundo moderno, miserable por estar lejos de la casa paterna, lejos de la Santa Iglesia, no encontrará reposo mas que a los pies de Jesucristo y de su Vicario sobre la tierra.

jueves, 26 de diciembre de 2013

LA REVOLUCIÓN (20)

XX. DE LAS VARIAS ESPECIES DE REVOLUCIONARIOS.



Siendo la Revolución una idea, un principio, todo hombre que se deja dominar por esta idea, por este principio, es un revolucionario. Lo es mas o menos, según entra mas o menos en el lazo.  

Se pueden y deben distinguir muchas categorías de revolucionarios. Los primeros y más culpables, que más se acercan a Satanás, su padre, son aquellos hombres malvados que conspiran a sangre fría contra Dios y contra los hombres, seducen y engañan a los pueblos, y conducen, cual capitanes esforzados, el ejército del infierno al asalto de la Iglesia y de la sociedad. No constituyen estos mas que un pequeño número; pero los que hay, son imágenes verdaderas del demonio

A estos siguen aquellos que, menos imbuidos de la idea revolucionaria, pero tan perversos como los otros, conducen también la Revolución a su destino final, y quieren abiertamente concluir con el orden social católico y aun con el verdadero principio monárquico; rechazando, sin embargo, al mismo tiempo el asesinato y el pillaje. Estos son los Mirubeau, los Palmerston, los Cavour, y todos esos impíos que, de un siglo a esta parte, volviendo la política, las leyes e instituciones civiles contra la Iglesia de Jesucristo, son el azote de la sociedad cristiana. Estos saben contenerse mas que los primeros, saben colorear con más habilidad sus proyectos anticatólicos, y no inspiran horror; pueden hablar y escribir a la faz de todos, y disponen de un gran poder material y moral; creen ser los conductores, y son ellos mismos conducidos. El gran número de los revolucionarios de esta clase, y los medios de acción de que disponen, los hacen muy temibles. 

Deben ocupar el tercer puesto aquellos hombres de orden hijos del 89, que quieren hacer abstracción completa de la Iglesia en todo el orden político y social. Sus intenciones son a veces honrosas; pero les falta el sentido antirrevolucionario, que es la fe, que es el sentido católico. No detestan a la Iglesia; aun le conceden cierto respeto vago y efímero pero no la comprenden, y le impiden salvar la sociedad, que solo por ella puede salvarse. La acción revolucionaria de estos hombres es mas bien negativa que positiva. Son, de un siglo a esta parte, pocos los hombres políticos de Europa que no pertenezcan â esta numerosa categoría de revolucionarios. Casi todo el periodismo europeo está en sus filas y a su servicio. Así es que forman la semilla de los francmasones.  

Tras estos vienen los hombres de imaginación exaltada y sin ninguna instrucción religiosa, pero que tienen el corazón bueno y noble, que toman las ideas democráticas por arranques generosos, por amor al pobre pueblo, por patriotismo y de buena fe creen que la Revolución es un progreso saludable y la religión de la libertad. A esta clase de hombres siempre les gustan las reformas; pero al mismo tiempo aborrecen los motines. Son unos pobres extraviados, que obran el mal sin saberlo. Una instrucción sólida y una conversión religiosa los ganaría completamente para la buena causa

En fin, muy cerca de nosotros, pero siempre en el campo de la Revolución, encontramos un número considerable de honrados cristianos, y que practican la Religión; pero poco instruidos, que se dejan deslumbrar por el prestigio del liberalismo, y quieren conciliar el bien con el mal. Sus preocupaciones de política, de posición social, paralizan prácticamente las ideas de respeto que tienen en su corazón hacia los derechos de la Religión. Les gusta el sacerdote, y sin embargo temen su influencia. Critican de buena gana al Papa y al Obispado, toman fácilmente el partido del Estado contra la Iglesia, de lo temporal contra lo espiritual, en cuanto a política no tienen mas principio que el liberalismo, que no lo es. La palabra libertad basta para trastornarles, y, a su modo de ver, el único remedio para todos los males es la secularización y la moderación.  

Que lo quieran o no, todas estas clase de hombres pertenecen al partido de la Revolución, al partido del verdadero desorden, de la desorganización religiosa y política de la sociedad. Los primeros y segundos son los conductores, y los otros son los instrumentos, cuando no los engañados. Todos están y se hallan envueltos en la inmensa red de que hablé mas arriba la Venta Suprema; los últimos, los revolucionarios honrados, detestan y temen a los otros, como un pez pequeño a otro grande, pero siempre sucede que este devora a aquel.  

Que cada cual se examine y se juzgue; que vea en conciencia y en la presencia de Dios, si pertenece a una de estas cinco clases que acabo de enumerar. La fortuna, el rango, nada tienen que ver en ello; se puede ser revolucionario en cualquiera de los grados de la escala social; es cosa puramente de principio o de conducta. Cualquiera que en su inteligencia y sus actos, en su conducta pública o privada, por sus palabras, sus obras, sus ejemplos, de cualquier modo que sea, viole el orden social católico establecido por Dios para la salvación del mundo, es revolucionario; que sea grande o pequeño, eclesiástico o seglar, eso nada hace al caso. Hay revolucionarios en todas partes: en los talleres, en los palacios como en las chozas; hay revolucionarios de frac negro y corbata blanca, lo mismo que los hay de capa y chaqueta.  


Solamente los católicos, los verdaderos católicos de corazón y espíritu están fuera del campo de la Revolución; pero deben andar con mucho cuidado para no dejarse seducir en medio del contagio público. Un solo hombre hay en el mundo que está absolutamente al abrigo de la seducción, y es aquel a quien dijo Jesucristo; “He orado por ti, para que tu fe no pueda desfallecer; y tú a tu vez, confirma tus hermanos." El Papa, sucesor de Pedro, Jefe de la Iglesia, está protegido por el mismo Dios contra todos los errores, y, por consiguiente, contra el error revolucionario. Como Papa, como Doctor católico, nunca puede ser seducido*. Unámonos, pues, indisolublemente á la enseñanza pontifical; levantemos nuestras mirada: fieles sobre todas las cabezas, sobre todas las coronas, y aun sobre todos las minas, para fijarlas en la tiara de San Pedro. Saber lo que enseña en el Pontífice romano Vicario de Dios, y creerlo como él, pensar como él, y decir como él: este es el medio único e infalible de precaverse de los lazos de la Revolución. ¡Cuántas ilusiones existen sobre este punto entre aquellos que el mundo llama hombres honrados, y cuantos lobos hay que se creen corderos!  

*  Que pensar ahora que vemos a Francisco (Bergoglio) al servicio de la Revolución.

jueves, 22 de agosto de 2013

LA REVOLUCIÓN (19)

Por Mons de Segur

XIX. ALGUNAS APLICACIONES PRÁCTICAS DE LOS PRINCIPIOS DE 89

¿Quiere saberse de qué modo, de medio siglo acá, la prensa revolucionaria de todos los matices pretende aplicar prácticamente los principios de 89? Aquí tenéis unas cuantas muestras de ello; son hechos que no se pueden negar.

-La indiferencia religiosa, favorecida por las instituciones civiles, que va invadiendo más y más las sociedades.

-La fe, que pierde cada día su saludable imperio, batida continuamente en brecha por un periodismo imprudente.

-La civilización material que prevalece por todas partes sobre la civilización moderna y cristiana, y que desarrolla en toda Europa el materialismo y el lujo.

-El respeto a las autoridades arrancando casi del todo de los corazones, al par que el espíritu de independencia se ha desarrollado mucho más de lo que debiera y esto en la familia, en el Estado, en la Iglesia.

-La educación y enseñanza de la juventud confiadas las mas veces a seglares sin religión, que no tienen ni la misión ni la voluntad de hacer conocer á sus educandos la verdad católica, y mucho menos la de hacérsela practicar.

-Las instituciones católicas mas sagradas, como el matrimonio, las congregaciones religiosas, las reuniones sinodales de los Pastores de la Iglesia, etc., todas ellas atacadas, y algunas veces suprimidas del todo, por autoridades seglares del todo incompetentes

-Todo cuanto viene de Roma, sospechoso; todo cuanto resiste a Roma, alentado y premiado.

-La opinión pública pervertida por las falsas libertades, y amotinada en toda Europa contra las ideas católicas, contra el Papado

-La Iglesia despojada del derecho de propiedad, y entregada de este modo al capricho del Estado

-En fin, todos los principios falseados, los poderes envilecidos, la fe cada día mas debilitada, resucitado el protestantismo, pueblos enteros viviendo sin Dios y sin religión alguna, la indiferencia perdiendo almas en una proporción enorme, etc., todo, todo esto se ve hecho en nombre de la Ley, en nombre de los principios modernos

Este es para la Iglesia, el resultado práctico; estos los frutos de la Revolución moderada, de la Revolución del 89

Por otro lado, si echas la vista sobre la Europa moderna. Hija del 89, ¿qué espectáculo se ofrece á vuestros ojos? Mas revoluciones, y revoluciones sociales, en un año que antes en un siglo; pueblos que juegan con las coronas de sus Reyes como niños con juguetes; en el espacio de setenta años treinta y nueve tronos derrumbados, veintidós dinastías desterradas, que viajan a pié por toda Europa; veinticinco Cartas y Constituciones aclamadas, juradas y rotas; las formas de gobierno mas opuestas sucediéndose como las hojas sobre los árboles, como las olas de un mar embravecido. El mundo sobre un volcán, y todos los que, aun se llaman Príncipes, Reyes, Emperadores, sacudidos y bamboIeandose sobre sus tronos, como el marinero en las vergas de su navío durante la tempestad


Por los frutos conoced el árbol, y juzgad por las consecuencias; ahora, jactaos aún, si os atrevéis a tanto, sobre los principios.

sábado, 10 de agosto de 2013

LA REVOLUCIÓN (18)

Por Mons de Segur

XVIII. LA IGUALDAD

Una palabra solamente diré sobre esta cuestión, para distinguir lo verdadero de lo falso. Como para la libertad, distinguimos para la igualdad tres clases: la una buena, la otra que parece buena, y no lo es, la tercera, que ni lo es, ni lo parece

1.° La igualdad cristiana, que es la sola absolutamente verdadera y absolutamente posible, y que por esta razón es la sola admitida y practicada por la Iglesia, que ha enseñado siempre que todos los hombres son hermanos, que no hay mas que una misma moral, una misma religión, un mismo juicio, un mismo Dios para pobres y para ricos, para soberanos y para vasallos, para pequeños y para grandes. Nuestras Iglesias son los únicos verdaderos templos de la igualdad entre los hombres, y nuestros Sacramentos, sobre todo el de la Santa Eucaristía, los símbolos instituidos divinamente para recordarnos a todos esta igualdad fraternal y eterna.

La igualdad liberal de 1789, que domina en nuestras leyes modernas, que es una mezcla de ideas verdaderas y falsas como los principios proclamados entonces; esta igualdad, admisible en muchos puntos, por ejemplo, en la repartición de impuestos, en el goce de los derechos civiles, etc., esta igualdad es contraria a la ley de Dios en otros puntos, por ejemplo en lo que toca a inmunidades eclesiásticas. Por otra parte, es muchas veces imposible en la práctica, aun cuando exista teóricamente en las leyes. ¿Cuál es el país donde los grandes dignatarios, los altos funcionarios, los personajes influyentes, no tienen muchos privilegios de hecho, que destruyen la igualdad civil y política, y que ninguna ley podrá jamás abolir? 

La igualdad revolucionaria, la igualdad de 93 y de la guillotina, la igualdad salvaje de Proudhon, es decir el nivelamiento absoluto de todas las condiciones, el socialismo, el comunismo, la anarquía.
Estas distinciones, puramente de sentido común, bastan para resolver muchas discusiones en las que todos los hombres honrados están acordes en el fondo, y sobre las que, como en las anteriores, solo se disputa por falta de entenderse.

domingo, 4 de agosto de 2013

LA REVOLUCIÓN (17)

Por Mons de Segur

XVII. LA LIBERTAD.

Esta es otra máscara que debemos arrancar a la Revolución; esta es otra palabra grande y santa de la lengua cristiana, de la que abusa a cada paso el genio del mal.

La libertad en su sentido mas elevado, es la facultad de hacer el bien, es decir, de cumplir enteramente la voluntad de Dios. La libertad absoluta y perfecta no es de este mundo; esta sola la tendremos en el cielo. En este mundo siempre es imperfecta la libertad, la facultad de hacer el bien. Con esta facultad de hacer el bien tenemos también la posibilidad de obrar mal; esta posibilidad, entiéndase bien, no es una facultad, un poder; es una debilidad, una falta de poder. Nuestra libertad en la tierra es, pues, imperfecta, por estar limitada con algún obstáculo procedente de la debilidad humana, o de la perversidad de los hombres, o de los ataques del demonio.


En religión, la libertad consiste en poder conocer y practicar plenamente la verdad religiosa, es decir, la Religión católica, apostólica, romana. Para el Papa y los Obispos, la libertad es la facultad plena y entera de enseñar y gobernar los fieles; y para estos, la de poder obedecer a aquellos sin impedimento alguno. La verdadera libertad religiosa no es mas que esto. En el orden civil y político, la libertad es, para los que gobiernan, el poder de ejercer todos sus legítimos derechos; y para gobernantes y gobernados, la facultad de cumplir sin estorbo todos los verdaderos deberes de ciudadanos. Todas las verdaderas libertades, civiles y políticas, están comprendidas en esta definición, a lo menos en lo que tienen de esencial. En fin, en el orden de la familia consiste la libertad, para el padre y la madre, en la facultad de ejercer plenamente sus derechos verdaderos sobre los hijos y sus servidores, y para todos ellos, la de cumplir sus respectivos deberes. Todo es, pues, bueno y santo en la libertad, en la verdadera libertad; cuanto mas completa sea, tanto mas orden habrá; la autoridad misma solo está instituido para proteger la libertad.

Sentado esto, hay tres maneras de entender y desear la libertad, tanto para las sociedades como para los individuos:

1ª Libertad de hacer el bien con los menos impedimentos posibles.
2ª Libertad de hacer el bien y el mal con igual facilidad en lo uno y en lo otro.
3ª Libertad de hacer el mal poniendo trabas al bien.

1ª La primera de estas formas constituye la verdadera y buena libertad, la menos imperfecta en este mundo, la libertad tal cual la quiere Dios y tal cual la Iglesia la pide, la enseña y la practica. Esta libertad, relativamente perfecta, no en una utopía; es lo mismo que la justicia y las demás virtudes morales propuestas por Dios y su iglesia, a los hombres y sociedades: estas virtudes son practicadas casi siempre con imperfección, pero siempre son practicables, y debamos procurar practicarlas con la mayor perfección posible.

Así sucede con la libertad: cuantos medios se nos dan para obrar bien, mas libres somos; y cuanto mas libres somos, mas nos acercamos al orden y la verdad. Cuanta mas facilidad nos dan los poderes de este mundo para obrar bien, tanto mas apartarán los obstáculos que molesten la libertad, y tanto mas obrarán según los designios de Dios, que quiere el bien en todo, y en todo rechaza el mal.

Y si se pregunta cómo podrán los poderes humanos conocer con certeza cuales sean los obstáculos que deben alejar para proteger y desarrollar la libertad, es muy fácil la respuesta: la Iglesia los dirigirá con toda seguridad en lo que toque al orden religioso y moral, como hemos dicho ya; y en las cuestiones puramente temporales y políticas, una vez puesto a salvo el interés superior de las almas, estos poderes tomarán todas las medidas que les dictaren la experiencia y la razón, para asegurar la libertad del bien y comprimir el mal.

2ª Libertad de hacer el bien y el mal: igual protección acordada, a los buenos y a los malos, a la verdad y al error, a la fe y la herejía; esta es la segunda forma bajo la que puede concebirse la libertad. Así la conciben los liberales.

No hablo aquí de aquellos impíos que piden igual libertad para el bien y para el mal, con la esperanza de ver á este triunfar de aquel; hablo de los liberales honrados y cristianos que aman la Iglesia, que detestan el desorden y la Revolución, y que aceptan la lucha, porque creen de buena fe que el bien acabará siempre por triunfar.

Temiendo estos, sin duda, chocar demasiado con los indiferentes é impíos, hacen concesiones sobre los principios, y rechazan, tachándola de imprudente y perniciosa, la noción pura y verdadera de la libertad, tal cual la profesó la Iglesia católica diez y ocho siglos hace, y tal como acabo de presentarla en cuatro palabras. Ellos dejan el terreno de la verdad inflexible, dejan la casa paterna para correr tras del hijo pródigo, para procurar volverlo a ella.

Yo creo que estos liberales van muy engañados, y que la verdad entera, solamente la verdad, es capaz de librarnos del azote revolucionario: Veritas liberabit vos, dice el Evangelio. Me parece que los liberales dan muestras de poca fe y de poco valor cuando abandonan de este modo el partido de la santa libertad: de poca fe, porque dudan prácticamente de la Providencia de Jesucristo sobre su Iglesia, y porque aceptan como un hecho consumado la dominación inicua de los principios revolucionarios en el mundo; de poco valor, porque adoptan demasiado á menudo las ideas liberales, para no ser tachados por el mundo moderno de espíritus retrógrados y absurdos, de utopistas y de hombres de la edad media.

Estos mismos liberales ponen como principio lo que no es mas que una necesidad de transición, y no ven que este pretendido principio de igualdad entre el bien y el mal es tan contrario a la fe como al sentido común

¿No tenemos la experiencia de cada día para hacernos ver que, a causa de la corrupción y decadencia de nuestra pobre naturaleza, mas nos inclinamos al mal que no al bien? ¿No es este un hecho incontestable y aun de fe? Favorecer igualmente al uno que al otro, sería exponernos a una perdición casi segura. Poner la verdad en la misma línea que el error, al bien en la misma que el mal, y la justicia en frente de nuestras pasiones desordenadas, sería entregar la verdad al error, el bien al mal, la justicia a las pasiones. Esto es lo que hacía decir a San Agustin: Quo; ptgjor mars ánimos quamlibertas erráris? “La peor muerte para el alma es la libertad del error.” 

Lo que es verdad de cada uno de nosotros, lo es mucho mas tratándose de las sociedades. Ninguna sociedad puede servir a dos señores, y el justo medio es imposible en cuestión de principios

Pero entonces, nos dice el liberalismo, sean ustedes lógicos consigo mismos, y no pidan, como lo hacemos nosotros, que se les ponga bajo un mismo pié que á nuestros contrarios.” De ningún modo pedimos esta igualdad como un principio; lo que hacemos es un argumento ad hominem á los poderes opresores, Y nada mas. Nos dirigimos razonablemente a su equidad natural, sin entrar en lo mas mínimo en la cuestión de principios. 

Les decimos: “Otorgadnos al menos lo que otorgáis a los demás ciudadanos; esto es de derecho natural." Hablando así, estamos acordes católicos y liberales. Pero esto no es una razón para no desear cosa mejor, para no tener inclinación hacia un estado normal. La libertad del liberalismo vale mas que le opresión, lo confesamos; pero no debe mirarse como un fin, y mucho menos como un principio. 

La Iglesia, se dirá, ha reclamado esta igualdad en todas sus pruebas." Cierto, pero ¿en qué sentido lo hizo? La Iglesia jamás reclamó la libertad bastarda del bien y del mal, aun en medio de las persecuciones. Los apologistas del cristianismo, no me cansaré de repetirlo, solo, hacían argumentos ad homínem a sus adversarios; jamás aprobaron, como se aprueba un derecho, la libertad del error y del mal, que perdía las almas alrededor suyo. La Iglesia es la sociedad del bien, de la verdad; no quiere ni puede querer sino la verdadera libertad, la libertad del bien, el poder de enseñar y practicar la verdad. ¡Por amor de Dios, no confundamos lo posible con lo deseable, y no pongamos como principios unas necesidades harto tristes y pasajeras! 

Así, pues, solo hablaremos de autoridad cuando seamos los mas fuertes, y de libertad cuando seamos débiles.” Esto sería muy poco noble, y por esto no lo hace la Iglesia. Débil o fuerte, oprimido o triunfante, con la misma voz dice a los hombres, buenos y malos: “La verdad y el bien son únicamente dignos de vuestro amor; el nial os pierde. Cuanto mas libertad diereis al bien, tanto mas os bendecirá Dios en este mundo y en el otro; cuanto mas diereis al mal, tanto mas desdichados seréis. Dios solo da la autoridad á los hombres para que protejan el libre ejercicio de lo que es bueno y justo; todo príncipe, magistrado ô padre de familia que se sirve de su autoridad para proteger otras cosas que la justicia, la verdad y el bien, abusan de los dones de Dios Y pierden su alma.” Nunca dijo la Iglesia otra cosa. Su derecho y su deber consisten en reclamar siempre de los poderes del mundo la libertad del bien y protección para esta libertad.

Habrá, pues, dos pesos y dos medias: libertad para nosotros, y opresión para los demás." La Iglesia como su Divino Maestro, solo tiene un peso y una medida; no quiere, no favorece sino al derecho, la verdad, el bien; rechaza y detesta todo lo que es error, todo lo que es malo é injusto. ¿Cuál es el cristiano que se atreva a decir que Satanás tiene en este mundo los mismos derechos que Jesucristo? Esto es, sin embargo, lo que encierra en sí la pretensión del liberalismo. La Iglesia y todos nosotros con ella, reclamamos los derechos.de la verdad, porque ella sola los tiene; negamos lo que se atreven a llamar los derechos del error, de la herejía, del mal, porque el error, la herejía y el mal no poseen derecho alguno. Ya sé que hay necesidades de hecho que algunas veces obligan a la autoridad a cerrar los ojos sobre males que no puede impedir; pero su deber es suprimir los abusos lo mejor y mas pronto posible.

Es una cosa muy particular, la indignación que muestra un gran número de cristianos cuando se trata de la opresión del mal. En el interior de sus familias, y con respecto a sus hijos y familiares, ellos mismos oprimen y reprimen el mal, tanto como pueden, usando aun de la fuerza cuando no hasta la persuasión. ¡Y estos mismos encuentran malo que la Iglesia, que el Estado obren del mismo modo! Salvando así las costumbres, la fe, el honor y el bienestar de sus familias, ellos cumplen un deber sagrado, el primero de sus deberes; y cuando la Iglesia, el Estado, cumpliendo este mismo deber, levantan el brazo para castigar a los corruptores públicos de la fe, de las costumbres de la sociedad entera, entonces la Iglesia y el Estado son tiranos, crueles, intolerantes y fanáticos a sus ojos. Me parece que quien tiene dos pesos y medias, es mas bien el liberalismo que nosotros.

Este confunde el moderantismo, es decir, la tolerancia doctrinal, con la moderación, que es la tolerancia personal, la caridad; y en esto se aparta gravemente de la regla católica.

En el fondo, el liberalismo no es mas que un acomodo con la Revolución, y por esto es por lo que esta le muestra tanta simpatía. La libertad del bien y del mal es un atractivo, en el cual la serpiente revolucionaria seduce gran numero de espíritus confiados en demasía, como hizo cuando presentó a Eva, con un sin número de promesas fascinadoras, no solamente el fruto del árbol de la ciencia del mal, sino también el de la ciencia del bien y del mal.

“¡Pero entonces, se dice, entregamos la libertad en manos de los poderes de este mundo, y harto sabemos el uso que hacen de ella!" La Iglesia no se abandona ni se entrega de modo alguno a los poderes de la tierra. Cuando los soberanos temporales escuchan su voz, cuando son cristianos, ella les pide que le faciliten la salvación de todos, protegiendo la libertad de su ministerio, desarmando a los enemigos de la fe, y conteniendo por medio del temor, a aquellos hombres perversos para quienes no basta la persuasión. ¿Es esto acaso ponerse a la merced del poder?

Cuando un príncipe no es católico la Iglesia no le pide asistencia alguna, y se contenta con el argumento ad hominen que ya he citado. Esto es poco mas o menos lo que hacemos nosotros según las circunstancias, en nuestras sociedades modernas, que ya no descansan sobre la base católica. Pedir mas sería una gran imprudencia, y, por otro lado, puramente perder el tiempo.

"¿No creemos, pues, en el poder de la verdad cuando le buscamos apoyos humanos?" Creemos, y muy de veras, en el poder de la verdad, y creemos también con ardor y muy prácticamente en el pecado original. Todo lo que es bueno necesita protección en este mundo, porque el mundo esta pervertido y hay en el muchos malos. La sociedad, así religiosa como política, solamente fue establecida por Dios para organizar la defensa de los buenos contra los malos.

El Estado protege el comercio, las artes, las ciencias, la propiedad; y siendo cristiano, ¿no había de proteger el don mas precioso del cielo, la verdad, esta libertad, este derecho de nuestras almas? Observad que proteger no es dominar y si demasiadas veces los príncipes han entendido así la protección, se han equivocado grandemente, y Dios los ha castigado por ello; pero este abuso no a destruido el principio, y la Iglesia ha tenido y tendrá siempre razón de decir â las sociedades humanas: “Vosotros debéis ayudarme.”

“No es tan solo para el gobierno de la sociedad temporal, sino sobre todo para la protección de la Iglesia, que se dio el poder a los príncipes (Encíclica de 1832):” Así hablaba Gregorio XVI; y Pio IX, mas explicito aún, declara que “no se ha dado solamente a los príncipes la autoridad suprema para que gobiernan el mundo, sino principalmente para que defiendan la Iglesia” (Encíclica de 1846). El mismo Pio IX toma textualmente esta sentencia del Papa San León el Grande. Esta es la enseñanza formal de la Santa Sede, en la que deberían pensar un poco mas los liberales que son verdaderamente católicos.

“Pero ¿se nos negará que hay liberales y liberales?" Esto es cierto; pero ¿hay acaso liberalismo y liberalismo? Todo está en esto, porque es cuestión de principios, y no de personas. ¿Quién no rinde homenaje al carácter y rectas intenciones de los liberales católicos? Lo que me parece evidente es que estos defienden la buena causa de un modo que la comprometen, con una prudencia muy falsa, sin espíritu de fe, con argumentos que faltan por la base, y esto es así, porque el liberalismo no es capaz de sostener un examen serio. En el fondo, mis partidarios no están bien persuadidos de lo que quieren; creen tener una doctrina, y solo tienen sentimientos; creen defender principios, porque presentan algunos de ellos; mas estos principios, separados del principal, son ramas separadas del tronco, y, por consiguiente, faltas de savia y de vida.

La libertad del bien y del mal: he aquí en dos palabras el resumen de la tesis liberal. Adóptese con intenciones cristianas o perversas, siempre queda lo que es: un grave error, y un error práctico muy peligroso, porque es seductor; un error muy útil a la Revolución, porque le prepara el camino. Por esto fue que el Papa Pio IX, sin hacer distinción alguna, condenó, no las intenciones de los liberales, pero sí el liberalismo; y por eso su antecesor, Gregorio XVI, ya había condenado, con una energía verdaderamente apostólica, el mismo falso principio de libertad sus dos principales aplicaciones: libertad de conciencia y libertad de imprenta (Encíclica Mirari 13 agosto de 1832).

Perdone el lector si he hablado tan largamente sobre el liberalismo; es una cuestión del día, sobre la que se necesita estar bien afirmado. Sin embargo, conviene saber que a pesar de estas divergencias, que son en realidad mas bien cuestiones de conducta que cuestiones de doctrina, todos los cristianos de honradez, todos los católicos ilustrados están acordes contra la Revolución; y las disensiones que existen entre ellos no son mas que malas inteligencias, cuestión de palabras y de fórmulas.

Vuelvo a tomar el curso de mi objeto; y habiendo hecho ver la libertad tal cual la entiende la Iglesia, y la libertad tal cual la entiende el liberalismo, voy a tratar de la libertad tal cual la entiende la Revolución.

La libertad revolucionaria es la libertad de hacer el mal, impidiendo se haga el bien, oprimiendo á la Iglesia y á sus Pastores, pisoteando los derechos legítimos del poder, violando los derechos de la familia. Inútil es, entre gentes honradas pararse á discutir sobre este punto. Hacer el mal en perjuicio del bien, ya no es libertad, es licencia; ya no es uso, sino el abuso, el abuso sacrílego del mas magnifico don de Dios. Solo un perverso y un criminal puede entender y querer de este modo la libertad.

Se ha pretendido que esta era la libertad del año de 1793: yo por mi parte afirmo que también era esta la libertad de 1789, al menos en lo concerniente a la Iglesia y a la fe. Bastante lo han probado los hechos, y sin verter sangre, puede muy bien oprimirse al bien. ¿No son acaso las leyes revolucionarias mas peligrosas aun que el cadalso?

Tales son, según creo, las verdaderas nociones de la libertad.

Se aplican tanto al orden religioso como al orden político y al orden intimo de la familia. Cada cual puede con estos principios juzgar fácilmente lo que hay de bueno y de malo en esto que nuestras instituciones moderna: dan en llamar libertad religiosa, libertad de cultos, libertad de imprenta y en general libertades políticas

La libertad religiosa bien entendida consiste en poder practicar, con los menores estorbos posibles, la Religión, la verdadera Religión; ella impone al soberano temporal la obligación de proteger, en lo posible, el ejercicio pleno y entero de la Religión católica, que es la sola verdadera Religión, y ayudar de este modo á la Iglesia en su santa misión. “El príncipe, dice San Pablo, no lleva en vano su espada; pues es el ministro de Dios para el bien: Non enim sine causa gladium portal; Day enim míníster est in bonum, oinclea: in iram ei, qui malum agít [ad Ro1vr.,xrI1],”

Pregunto: ¿Qué mayor bien para un pueblo, como para un particular, que el de poder conocer y servir a Dios con toda libertad y cumplir con el primero y mas grande de todos los deberes?

He dicho antes en lo posible, porque sucede que así el soberano, como el padre de familia, se ve obligado a tolerar muchas cosas que no puede impedir, aunque sean dañosas para los intereses espirituales de su pueblo. Su deber no es el atropellarlo todo por medidas imprudentes, sino el reparar por todos los medios legítimos, un mejor porvenir. Está obligado en conciencia a extirpar el mal que pueda, y sin esperar.

Y los judíos y los protestantes, ¿qué se hace de ellos?” Una de dos: o ellos ya han introducido el error en un país católico, o aun no se han establecido y quieren entrar en él. En el primer caso, el deber de un soberano católico es tolerarlos, y asegurarles, como a los católicos, todos los derechos civiles; pero impedir al mismo tiempo que propaguen sus errores deletéreos. Si puede, debe procurar que se conviertan, facilitándoles el ministerio de la Iglesia. En una palabra, es el papel de un buen padre para con sus hijos. Pero en el segundo caso, el deber del príncipe es del todo diferente, aunque sea en el fondo el cumplimiento del mismo deber. Si quiere permanecer fiel a su alta misión en este caso, debe impedir á todo trance que la herejía manche la fe de sus súbditos, y tratar a los propagandistas como a injustos agresores. La herejía no tiene entonces derecho alguno.

Y en los países protestantes, ¿qué deberá hacer el soberano?" Mal puede un soberano protestante aplicar un principio verdadero protegiendo una religión falsa. No estará la culpa en el principio; y la desgracia del soberano y del pueblo será únicamente la de ser protestante. Sucede a menudo que se aplican principios verdaderos en falso; el demonio tuerce en provecho suyo las instituciones mas excelentes. Jesucristo, por otra parte, tiene el derecho de echar a Satanás, porque Satanás es un rebelde, un injusto, un usurpador y un sacrílego Satanás, al contrario, ningún derecho tiene contra Jesucristo, porque Jesucristo es legitimo Señor, bueno, justo y Santo. Lo mismo sucede con respecto a la Iglesia y a la herejía.


Lo que acabamos de decir en este capítulo se aplica igualmente a la libertad de imprenta, a la de enseñanza y educación, y a todas las libertades políticas. Nunca podría ser un hombre bastante liberal si comprendiera bien la libertad, y nunca se comprenderá ésta sino yendo a la escuela de la Iglesia. Solamente la Iglesia es la madre de la libertad sobre la tierra, al mismo tiempo que es la protectora y la salvaguardia de la autoridad.