MEDITACIÓN CCCVI
(1° de NOVIEMBRE)
Del fin que debemos proponernos en
todas nuestras acciones.
Punto 1°.- Debemos proponernos
un fin en todas nuestras acciones. Muchas veces obramos por capricho, por
imaginación, por humor, por costumbre y por hábito, sin ningún motivo ni ningún
designio razonable, y vivimos por decirlo así, del acaso. Nos dejamos arrastrar por la vanidad de nuestros pensamientos, como un navío
que vaga a merced de los vientos; mas esta conducta es indigna de un hombre
racional, y con mucha más razón de un cristiano que sabe que la religión le
prohíbe los pensamientos, las acciones y las palabras ociosas, es decir, que no
se refieren a ningún fin.
Punto 2°.- Debemos proponernos en todas nuestras acciones, un fin laudable y digno de Dios. No basta que una acción sea buena en sí, sino que es preciso que sea hecha por un buen motivo. San Pablo nos enseña que en su tiempo unos predicaban el Evangelio por un espíritu de caridad, y otros por un espíritu de contención y de envidia; la acción era santa en sí, más la diferencia de los motivos la hacía buena en los unos, y mala en los otros. No viváis, no obréis; no habléis ni trabajéis sino por Dios, pues las acciones más pequeñas vienen a ser grandes, y las más indiferentes vienen a ser santas cuando tienen por motivo y objeto a Dios.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.