MEDITACIÓN XCII
(1° DE ABRIL)
Sobre el respeto humano.
Punto 1°.- El respeto humano es una debilidad incomprensible. Si se trata de practicar la virtud, el
respeto humano os detiene. ¿Qué van a decir, qué van a pensar de mí en el
mundo? Mas ¿cuál es este mundo cuyas miradas y discursos tanto teméis? Una
reunión de gentes que no pueden conocerse sin despreciarlas, y que no se debe
temer si se las conoce. Y no obstante, al
juicio frívolo e inconsiderado de esta multitud, sacrificáis la salvación de
vuestra alma, mientras que tenéis que oponer a sus vanos discursos, vuestra
razón, vuestra religión, vuestra conciencia y vuestro Dios.
Punto 2°.- Si se trata de
satisfacer las pasiones, se desafía al respeto humano. Si se nos dice que la
fama de nuestros desordenes admira, escandaliza y repugna aún a las personas
menos razonables, no nos inquietamos por ello; ¿Qué derecho tienen esas gentes,
decimos, para criticar mi conducta? ¿Estoy acaso obligado a darles cuenta de
mis acciones? ¿Mi reputación y mi gloria dependen de sus discursos? Así es como el respeto humano hace caer al
pecador en contradicción consigo mismo; de este modo somos, por una parte,
débiles y tímidos para el bien, y por otra, atrevidos, intrépidos y magnánimos
para el mal: Usque adeo in vito magnanimi
sumus (continuamente expuestos deseamos aparecer magnánimos).
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.