MEDITACIÓN
XVII
(17 DE ENERO)
Sobre la adulación.
Punto 1°.- Un cristiano no debe nunca adular a nadie:
porque la adulación supone un deseo
interesado de agradar a expensas de la Verdad y ¿Qué cosa hay más contraria
al espíritu del cristianismo que un designio semejante? Un verdadero cristiano
procura siempre agradar a su Dios que es la Verdad misma y mejor querría
desagradar a los hombres que ofenderle; si evita el decirles algunas verdades
duras cuando está obligado a considerar su delicadeza, evita aún con más
cuidado el fomentar su orgullo y su amor propio aprobando sus errores con
mentirosas lisonjas.
Punto 2°.- Un cristiano no quiere ser adulado; sino
más bien procura conocer sus faltas para corregirse de ellas. Teme a los
aduladores como a los enemigos más peligrosos de la virtud, y prefiere los
reproches útiles de un censor áspero y severo que no dispensa nada, a los
discursos insidiosos de un adulador que aplaude todo. Sabe que su amor propio
es ya demasiado hábil para seducirle, sin que los hombres complacientes y
artificiosos vengan también con unas alabanzas preparadas con arte a prestar
nuevos colores a sus ilusiones, no pretende establecer su mérito sobre varios
aplausos; desdeña y desprecia toda la gloria humana y no es sensible mas que a
la de Dios.
AFECTOS Y
SUPLICAS
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la
brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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