MEDITACIÓN
XXV
(25 DE ENERO)
Sobre la singularidad.
Punto 1°.- Hay una
singularidad viciosa que debe evitarse. Las prácticas exteriores de la religión varían según los diferentes
estados en los que nos ha colocado la Providencia. La piedad cristiana no
tiene ni los mismos efectos, no las mismas exterioridades en el mundo y en el
claustro, en el secreto de la soledad y en el comercio de la sociedad. Tal acción, o tal práctica, exterior de
piedad es santa, generosa, y heroica pero no conviene a vuestro estado; por
tanto debéis absteneros de ella. Permaneced siempre en los límites de una
prudente discreción y contentos con observar la ley de dios sencilla y
llanamente sin aparato, sin pompa y sin afectación.
Punto 2°.- Hay una
singularidad necesaria de la cual no debemos avergonzarnos: y esta es la
que distingue nuestra vida y nuestra conducta de la de los pecadores. Está el mundo tan pervertido que la piedad
más sencilla y que debería ser la más común le parece singular: mas esta es una
singularidad de la cual no es permitido a ningún cristiano avergonzarse. La
ley de Dios sujeta a ella a todos los hombres, y cuando permanecemos en los
términos de esta ley divina sin añadirle nada, si el mundo encuentra en ella
que murmurar, no debemos escucharle, pues esto sería avergonzarse del
Evangelio; sería sacrificar su religión
a una cobarde condescendencia por ese mundo reprobado y maldito de Dios, que condena indistintamente todos sus
errores y sus vicios.
AFECTOS Y
SUPLICAS
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza
del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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