jueves, 22 de agosto de 2013

LA REVOLUCIÓN (19)

Por Mons de Segur

XIX. ALGUNAS APLICACIONES PRÁCTICAS DE LOS PRINCIPIOS DE 89

¿Quiere saberse de qué modo, de medio siglo acá, la prensa revolucionaria de todos los matices pretende aplicar prácticamente los principios de 89? Aquí tenéis unas cuantas muestras de ello; son hechos que no se pueden negar.

-La indiferencia religiosa, favorecida por las instituciones civiles, que va invadiendo más y más las sociedades.

-La fe, que pierde cada día su saludable imperio, batida continuamente en brecha por un periodismo imprudente.

-La civilización material que prevalece por todas partes sobre la civilización moderna y cristiana, y que desarrolla en toda Europa el materialismo y el lujo.

-El respeto a las autoridades arrancando casi del todo de los corazones, al par que el espíritu de independencia se ha desarrollado mucho más de lo que debiera y esto en la familia, en el Estado, en la Iglesia.

-La educación y enseñanza de la juventud confiadas las mas veces a seglares sin religión, que no tienen ni la misión ni la voluntad de hacer conocer á sus educandos la verdad católica, y mucho menos la de hacérsela practicar.

-Las instituciones católicas mas sagradas, como el matrimonio, las congregaciones religiosas, las reuniones sinodales de los Pastores de la Iglesia, etc., todas ellas atacadas, y algunas veces suprimidas del todo, por autoridades seglares del todo incompetentes

-Todo cuanto viene de Roma, sospechoso; todo cuanto resiste a Roma, alentado y premiado.

-La opinión pública pervertida por las falsas libertades, y amotinada en toda Europa contra las ideas católicas, contra el Papado

-La Iglesia despojada del derecho de propiedad, y entregada de este modo al capricho del Estado

-En fin, todos los principios falseados, los poderes envilecidos, la fe cada día mas debilitada, resucitado el protestantismo, pueblos enteros viviendo sin Dios y sin religión alguna, la indiferencia perdiendo almas en una proporción enorme, etc., todo, todo esto se ve hecho en nombre de la Ley, en nombre de los principios modernos

Este es para la Iglesia, el resultado práctico; estos los frutos de la Revolución moderada, de la Revolución del 89

Por otro lado, si echas la vista sobre la Europa moderna. Hija del 89, ¿qué espectáculo se ofrece á vuestros ojos? Mas revoluciones, y revoluciones sociales, en un año que antes en un siglo; pueblos que juegan con las coronas de sus Reyes como niños con juguetes; en el espacio de setenta años treinta y nueve tronos derrumbados, veintidós dinastías desterradas, que viajan a pié por toda Europa; veinticinco Cartas y Constituciones aclamadas, juradas y rotas; las formas de gobierno mas opuestas sucediéndose como las hojas sobre los árboles, como las olas de un mar embravecido. El mundo sobre un volcán, y todos los que, aun se llaman Príncipes, Reyes, Emperadores, sacudidos y bamboIeandose sobre sus tronos, como el marinero en las vergas de su navío durante la tempestad


Por los frutos conoced el árbol, y juzgad por las consecuencias; ahora, jactaos aún, si os atrevéis a tanto, sobre los principios.

sábado, 10 de agosto de 2013

LA REVOLUCIÓN (18)

Por Mons de Segur

XVIII. LA IGUALDAD

Una palabra solamente diré sobre esta cuestión, para distinguir lo verdadero de lo falso. Como para la libertad, distinguimos para la igualdad tres clases: la una buena, la otra que parece buena, y no lo es, la tercera, que ni lo es, ni lo parece

1.° La igualdad cristiana, que es la sola absolutamente verdadera y absolutamente posible, y que por esta razón es la sola admitida y practicada por la Iglesia, que ha enseñado siempre que todos los hombres son hermanos, que no hay mas que una misma moral, una misma religión, un mismo juicio, un mismo Dios para pobres y para ricos, para soberanos y para vasallos, para pequeños y para grandes. Nuestras Iglesias son los únicos verdaderos templos de la igualdad entre los hombres, y nuestros Sacramentos, sobre todo el de la Santa Eucaristía, los símbolos instituidos divinamente para recordarnos a todos esta igualdad fraternal y eterna.

La igualdad liberal de 1789, que domina en nuestras leyes modernas, que es una mezcla de ideas verdaderas y falsas como los principios proclamados entonces; esta igualdad, admisible en muchos puntos, por ejemplo, en la repartición de impuestos, en el goce de los derechos civiles, etc., esta igualdad es contraria a la ley de Dios en otros puntos, por ejemplo en lo que toca a inmunidades eclesiásticas. Por otra parte, es muchas veces imposible en la práctica, aun cuando exista teóricamente en las leyes. ¿Cuál es el país donde los grandes dignatarios, los altos funcionarios, los personajes influyentes, no tienen muchos privilegios de hecho, que destruyen la igualdad civil y política, y que ninguna ley podrá jamás abolir? 

La igualdad revolucionaria, la igualdad de 93 y de la guillotina, la igualdad salvaje de Proudhon, es decir el nivelamiento absoluto de todas las condiciones, el socialismo, el comunismo, la anarquía.
Estas distinciones, puramente de sentido común, bastan para resolver muchas discusiones en las que todos los hombres honrados están acordes en el fondo, y sobre las que, como en las anteriores, solo se disputa por falta de entenderse.

domingo, 4 de agosto de 2013

LA REVOLUCIÓN (17)

Por Mons de Segur

XVII. LA LIBERTAD.

Esta es otra máscara que debemos arrancar a la Revolución; esta es otra palabra grande y santa de la lengua cristiana, de la que abusa a cada paso el genio del mal.

La libertad en su sentido mas elevado, es la facultad de hacer el bien, es decir, de cumplir enteramente la voluntad de Dios. La libertad absoluta y perfecta no es de este mundo; esta sola la tendremos en el cielo. En este mundo siempre es imperfecta la libertad, la facultad de hacer el bien. Con esta facultad de hacer el bien tenemos también la posibilidad de obrar mal; esta posibilidad, entiéndase bien, no es una facultad, un poder; es una debilidad, una falta de poder. Nuestra libertad en la tierra es, pues, imperfecta, por estar limitada con algún obstáculo procedente de la debilidad humana, o de la perversidad de los hombres, o de los ataques del demonio.


En religión, la libertad consiste en poder conocer y practicar plenamente la verdad religiosa, es decir, la Religión católica, apostólica, romana. Para el Papa y los Obispos, la libertad es la facultad plena y entera de enseñar y gobernar los fieles; y para estos, la de poder obedecer a aquellos sin impedimento alguno. La verdadera libertad religiosa no es mas que esto. En el orden civil y político, la libertad es, para los que gobiernan, el poder de ejercer todos sus legítimos derechos; y para gobernantes y gobernados, la facultad de cumplir sin estorbo todos los verdaderos deberes de ciudadanos. Todas las verdaderas libertades, civiles y políticas, están comprendidas en esta definición, a lo menos en lo que tienen de esencial. En fin, en el orden de la familia consiste la libertad, para el padre y la madre, en la facultad de ejercer plenamente sus derechos verdaderos sobre los hijos y sus servidores, y para todos ellos, la de cumplir sus respectivos deberes. Todo es, pues, bueno y santo en la libertad, en la verdadera libertad; cuanto mas completa sea, tanto mas orden habrá; la autoridad misma solo está instituido para proteger la libertad.

Sentado esto, hay tres maneras de entender y desear la libertad, tanto para las sociedades como para los individuos:

1ª Libertad de hacer el bien con los menos impedimentos posibles.
2ª Libertad de hacer el bien y el mal con igual facilidad en lo uno y en lo otro.
3ª Libertad de hacer el mal poniendo trabas al bien.

1ª La primera de estas formas constituye la verdadera y buena libertad, la menos imperfecta en este mundo, la libertad tal cual la quiere Dios y tal cual la Iglesia la pide, la enseña y la practica. Esta libertad, relativamente perfecta, no en una utopía; es lo mismo que la justicia y las demás virtudes morales propuestas por Dios y su iglesia, a los hombres y sociedades: estas virtudes son practicadas casi siempre con imperfección, pero siempre son practicables, y debamos procurar practicarlas con la mayor perfección posible.

Así sucede con la libertad: cuantos medios se nos dan para obrar bien, mas libres somos; y cuanto mas libres somos, mas nos acercamos al orden y la verdad. Cuanta mas facilidad nos dan los poderes de este mundo para obrar bien, tanto mas apartarán los obstáculos que molesten la libertad, y tanto mas obrarán según los designios de Dios, que quiere el bien en todo, y en todo rechaza el mal.

Y si se pregunta cómo podrán los poderes humanos conocer con certeza cuales sean los obstáculos que deben alejar para proteger y desarrollar la libertad, es muy fácil la respuesta: la Iglesia los dirigirá con toda seguridad en lo que toque al orden religioso y moral, como hemos dicho ya; y en las cuestiones puramente temporales y políticas, una vez puesto a salvo el interés superior de las almas, estos poderes tomarán todas las medidas que les dictaren la experiencia y la razón, para asegurar la libertad del bien y comprimir el mal.

2ª Libertad de hacer el bien y el mal: igual protección acordada, a los buenos y a los malos, a la verdad y al error, a la fe y la herejía; esta es la segunda forma bajo la que puede concebirse la libertad. Así la conciben los liberales.

No hablo aquí de aquellos impíos que piden igual libertad para el bien y para el mal, con la esperanza de ver á este triunfar de aquel; hablo de los liberales honrados y cristianos que aman la Iglesia, que detestan el desorden y la Revolución, y que aceptan la lucha, porque creen de buena fe que el bien acabará siempre por triunfar.

Temiendo estos, sin duda, chocar demasiado con los indiferentes é impíos, hacen concesiones sobre los principios, y rechazan, tachándola de imprudente y perniciosa, la noción pura y verdadera de la libertad, tal cual la profesó la Iglesia católica diez y ocho siglos hace, y tal como acabo de presentarla en cuatro palabras. Ellos dejan el terreno de la verdad inflexible, dejan la casa paterna para correr tras del hijo pródigo, para procurar volverlo a ella.

Yo creo que estos liberales van muy engañados, y que la verdad entera, solamente la verdad, es capaz de librarnos del azote revolucionario: Veritas liberabit vos, dice el Evangelio. Me parece que los liberales dan muestras de poca fe y de poco valor cuando abandonan de este modo el partido de la santa libertad: de poca fe, porque dudan prácticamente de la Providencia de Jesucristo sobre su Iglesia, y porque aceptan como un hecho consumado la dominación inicua de los principios revolucionarios en el mundo; de poco valor, porque adoptan demasiado á menudo las ideas liberales, para no ser tachados por el mundo moderno de espíritus retrógrados y absurdos, de utopistas y de hombres de la edad media.

Estos mismos liberales ponen como principio lo que no es mas que una necesidad de transición, y no ven que este pretendido principio de igualdad entre el bien y el mal es tan contrario a la fe como al sentido común

¿No tenemos la experiencia de cada día para hacernos ver que, a causa de la corrupción y decadencia de nuestra pobre naturaleza, mas nos inclinamos al mal que no al bien? ¿No es este un hecho incontestable y aun de fe? Favorecer igualmente al uno que al otro, sería exponernos a una perdición casi segura. Poner la verdad en la misma línea que el error, al bien en la misma que el mal, y la justicia en frente de nuestras pasiones desordenadas, sería entregar la verdad al error, el bien al mal, la justicia a las pasiones. Esto es lo que hacía decir a San Agustin: Quo; ptgjor mars ánimos quamlibertas erráris? “La peor muerte para el alma es la libertad del error.” 

Lo que es verdad de cada uno de nosotros, lo es mucho mas tratándose de las sociedades. Ninguna sociedad puede servir a dos señores, y el justo medio es imposible en cuestión de principios

Pero entonces, nos dice el liberalismo, sean ustedes lógicos consigo mismos, y no pidan, como lo hacemos nosotros, que se les ponga bajo un mismo pié que á nuestros contrarios.” De ningún modo pedimos esta igualdad como un principio; lo que hacemos es un argumento ad hominem á los poderes opresores, Y nada mas. Nos dirigimos razonablemente a su equidad natural, sin entrar en lo mas mínimo en la cuestión de principios. 

Les decimos: “Otorgadnos al menos lo que otorgáis a los demás ciudadanos; esto es de derecho natural." Hablando así, estamos acordes católicos y liberales. Pero esto no es una razón para no desear cosa mejor, para no tener inclinación hacia un estado normal. La libertad del liberalismo vale mas que le opresión, lo confesamos; pero no debe mirarse como un fin, y mucho menos como un principio. 

La Iglesia, se dirá, ha reclamado esta igualdad en todas sus pruebas." Cierto, pero ¿en qué sentido lo hizo? La Iglesia jamás reclamó la libertad bastarda del bien y del mal, aun en medio de las persecuciones. Los apologistas del cristianismo, no me cansaré de repetirlo, solo, hacían argumentos ad homínem a sus adversarios; jamás aprobaron, como se aprueba un derecho, la libertad del error y del mal, que perdía las almas alrededor suyo. La Iglesia es la sociedad del bien, de la verdad; no quiere ni puede querer sino la verdadera libertad, la libertad del bien, el poder de enseñar y practicar la verdad. ¡Por amor de Dios, no confundamos lo posible con lo deseable, y no pongamos como principios unas necesidades harto tristes y pasajeras! 

Así, pues, solo hablaremos de autoridad cuando seamos los mas fuertes, y de libertad cuando seamos débiles.” Esto sería muy poco noble, y por esto no lo hace la Iglesia. Débil o fuerte, oprimido o triunfante, con la misma voz dice a los hombres, buenos y malos: “La verdad y el bien son únicamente dignos de vuestro amor; el nial os pierde. Cuanto mas libertad diereis al bien, tanto mas os bendecirá Dios en este mundo y en el otro; cuanto mas diereis al mal, tanto mas desdichados seréis. Dios solo da la autoridad á los hombres para que protejan el libre ejercicio de lo que es bueno y justo; todo príncipe, magistrado ô padre de familia que se sirve de su autoridad para proteger otras cosas que la justicia, la verdad y el bien, abusan de los dones de Dios Y pierden su alma.” Nunca dijo la Iglesia otra cosa. Su derecho y su deber consisten en reclamar siempre de los poderes del mundo la libertad del bien y protección para esta libertad.

Habrá, pues, dos pesos y dos medias: libertad para nosotros, y opresión para los demás." La Iglesia como su Divino Maestro, solo tiene un peso y una medida; no quiere, no favorece sino al derecho, la verdad, el bien; rechaza y detesta todo lo que es error, todo lo que es malo é injusto. ¿Cuál es el cristiano que se atreva a decir que Satanás tiene en este mundo los mismos derechos que Jesucristo? Esto es, sin embargo, lo que encierra en sí la pretensión del liberalismo. La Iglesia y todos nosotros con ella, reclamamos los derechos.de la verdad, porque ella sola los tiene; negamos lo que se atreven a llamar los derechos del error, de la herejía, del mal, porque el error, la herejía y el mal no poseen derecho alguno. Ya sé que hay necesidades de hecho que algunas veces obligan a la autoridad a cerrar los ojos sobre males que no puede impedir; pero su deber es suprimir los abusos lo mejor y mas pronto posible.

Es una cosa muy particular, la indignación que muestra un gran número de cristianos cuando se trata de la opresión del mal. En el interior de sus familias, y con respecto a sus hijos y familiares, ellos mismos oprimen y reprimen el mal, tanto como pueden, usando aun de la fuerza cuando no hasta la persuasión. ¡Y estos mismos encuentran malo que la Iglesia, que el Estado obren del mismo modo! Salvando así las costumbres, la fe, el honor y el bienestar de sus familias, ellos cumplen un deber sagrado, el primero de sus deberes; y cuando la Iglesia, el Estado, cumpliendo este mismo deber, levantan el brazo para castigar a los corruptores públicos de la fe, de las costumbres de la sociedad entera, entonces la Iglesia y el Estado son tiranos, crueles, intolerantes y fanáticos a sus ojos. Me parece que quien tiene dos pesos y medias, es mas bien el liberalismo que nosotros.

Este confunde el moderantismo, es decir, la tolerancia doctrinal, con la moderación, que es la tolerancia personal, la caridad; y en esto se aparta gravemente de la regla católica.

En el fondo, el liberalismo no es mas que un acomodo con la Revolución, y por esto es por lo que esta le muestra tanta simpatía. La libertad del bien y del mal es un atractivo, en el cual la serpiente revolucionaria seduce gran numero de espíritus confiados en demasía, como hizo cuando presentó a Eva, con un sin número de promesas fascinadoras, no solamente el fruto del árbol de la ciencia del mal, sino también el de la ciencia del bien y del mal.

“¡Pero entonces, se dice, entregamos la libertad en manos de los poderes de este mundo, y harto sabemos el uso que hacen de ella!" La Iglesia no se abandona ni se entrega de modo alguno a los poderes de la tierra. Cuando los soberanos temporales escuchan su voz, cuando son cristianos, ella les pide que le faciliten la salvación de todos, protegiendo la libertad de su ministerio, desarmando a los enemigos de la fe, y conteniendo por medio del temor, a aquellos hombres perversos para quienes no basta la persuasión. ¿Es esto acaso ponerse a la merced del poder?

Cuando un príncipe no es católico la Iglesia no le pide asistencia alguna, y se contenta con el argumento ad hominen que ya he citado. Esto es poco mas o menos lo que hacemos nosotros según las circunstancias, en nuestras sociedades modernas, que ya no descansan sobre la base católica. Pedir mas sería una gran imprudencia, y, por otro lado, puramente perder el tiempo.

"¿No creemos, pues, en el poder de la verdad cuando le buscamos apoyos humanos?" Creemos, y muy de veras, en el poder de la verdad, y creemos también con ardor y muy prácticamente en el pecado original. Todo lo que es bueno necesita protección en este mundo, porque el mundo esta pervertido y hay en el muchos malos. La sociedad, así religiosa como política, solamente fue establecida por Dios para organizar la defensa de los buenos contra los malos.

El Estado protege el comercio, las artes, las ciencias, la propiedad; y siendo cristiano, ¿no había de proteger el don mas precioso del cielo, la verdad, esta libertad, este derecho de nuestras almas? Observad que proteger no es dominar y si demasiadas veces los príncipes han entendido así la protección, se han equivocado grandemente, y Dios los ha castigado por ello; pero este abuso no a destruido el principio, y la Iglesia ha tenido y tendrá siempre razón de decir â las sociedades humanas: “Vosotros debéis ayudarme.”

“No es tan solo para el gobierno de la sociedad temporal, sino sobre todo para la protección de la Iglesia, que se dio el poder a los príncipes (Encíclica de 1832):” Así hablaba Gregorio XVI; y Pio IX, mas explicito aún, declara que “no se ha dado solamente a los príncipes la autoridad suprema para que gobiernan el mundo, sino principalmente para que defiendan la Iglesia” (Encíclica de 1846). El mismo Pio IX toma textualmente esta sentencia del Papa San León el Grande. Esta es la enseñanza formal de la Santa Sede, en la que deberían pensar un poco mas los liberales que son verdaderamente católicos.

“Pero ¿se nos negará que hay liberales y liberales?" Esto es cierto; pero ¿hay acaso liberalismo y liberalismo? Todo está en esto, porque es cuestión de principios, y no de personas. ¿Quién no rinde homenaje al carácter y rectas intenciones de los liberales católicos? Lo que me parece evidente es que estos defienden la buena causa de un modo que la comprometen, con una prudencia muy falsa, sin espíritu de fe, con argumentos que faltan por la base, y esto es así, porque el liberalismo no es capaz de sostener un examen serio. En el fondo, mis partidarios no están bien persuadidos de lo que quieren; creen tener una doctrina, y solo tienen sentimientos; creen defender principios, porque presentan algunos de ellos; mas estos principios, separados del principal, son ramas separadas del tronco, y, por consiguiente, faltas de savia y de vida.

La libertad del bien y del mal: he aquí en dos palabras el resumen de la tesis liberal. Adóptese con intenciones cristianas o perversas, siempre queda lo que es: un grave error, y un error práctico muy peligroso, porque es seductor; un error muy útil a la Revolución, porque le prepara el camino. Por esto fue que el Papa Pio IX, sin hacer distinción alguna, condenó, no las intenciones de los liberales, pero sí el liberalismo; y por eso su antecesor, Gregorio XVI, ya había condenado, con una energía verdaderamente apostólica, el mismo falso principio de libertad sus dos principales aplicaciones: libertad de conciencia y libertad de imprenta (Encíclica Mirari 13 agosto de 1832).

Perdone el lector si he hablado tan largamente sobre el liberalismo; es una cuestión del día, sobre la que se necesita estar bien afirmado. Sin embargo, conviene saber que a pesar de estas divergencias, que son en realidad mas bien cuestiones de conducta que cuestiones de doctrina, todos los cristianos de honradez, todos los católicos ilustrados están acordes contra la Revolución; y las disensiones que existen entre ellos no son mas que malas inteligencias, cuestión de palabras y de fórmulas.

Vuelvo a tomar el curso de mi objeto; y habiendo hecho ver la libertad tal cual la entiende la Iglesia, y la libertad tal cual la entiende el liberalismo, voy a tratar de la libertad tal cual la entiende la Revolución.

La libertad revolucionaria es la libertad de hacer el mal, impidiendo se haga el bien, oprimiendo á la Iglesia y á sus Pastores, pisoteando los derechos legítimos del poder, violando los derechos de la familia. Inútil es, entre gentes honradas pararse á discutir sobre este punto. Hacer el mal en perjuicio del bien, ya no es libertad, es licencia; ya no es uso, sino el abuso, el abuso sacrílego del mas magnifico don de Dios. Solo un perverso y un criminal puede entender y querer de este modo la libertad.

Se ha pretendido que esta era la libertad del año de 1793: yo por mi parte afirmo que también era esta la libertad de 1789, al menos en lo concerniente a la Iglesia y a la fe. Bastante lo han probado los hechos, y sin verter sangre, puede muy bien oprimirse al bien. ¿No son acaso las leyes revolucionarias mas peligrosas aun que el cadalso?

Tales son, según creo, las verdaderas nociones de la libertad.

Se aplican tanto al orden religioso como al orden político y al orden intimo de la familia. Cada cual puede con estos principios juzgar fácilmente lo que hay de bueno y de malo en esto que nuestras instituciones moderna: dan en llamar libertad religiosa, libertad de cultos, libertad de imprenta y en general libertades políticas

La libertad religiosa bien entendida consiste en poder practicar, con los menores estorbos posibles, la Religión, la verdadera Religión; ella impone al soberano temporal la obligación de proteger, en lo posible, el ejercicio pleno y entero de la Religión católica, que es la sola verdadera Religión, y ayudar de este modo á la Iglesia en su santa misión. “El príncipe, dice San Pablo, no lleva en vano su espada; pues es el ministro de Dios para el bien: Non enim sine causa gladium portal; Day enim míníster est in bonum, oinclea: in iram ei, qui malum agít [ad Ro1vr.,xrI1],”

Pregunto: ¿Qué mayor bien para un pueblo, como para un particular, que el de poder conocer y servir a Dios con toda libertad y cumplir con el primero y mas grande de todos los deberes?

He dicho antes en lo posible, porque sucede que así el soberano, como el padre de familia, se ve obligado a tolerar muchas cosas que no puede impedir, aunque sean dañosas para los intereses espirituales de su pueblo. Su deber no es el atropellarlo todo por medidas imprudentes, sino el reparar por todos los medios legítimos, un mejor porvenir. Está obligado en conciencia a extirpar el mal que pueda, y sin esperar.

Y los judíos y los protestantes, ¿qué se hace de ellos?” Una de dos: o ellos ya han introducido el error en un país católico, o aun no se han establecido y quieren entrar en él. En el primer caso, el deber de un soberano católico es tolerarlos, y asegurarles, como a los católicos, todos los derechos civiles; pero impedir al mismo tiempo que propaguen sus errores deletéreos. Si puede, debe procurar que se conviertan, facilitándoles el ministerio de la Iglesia. En una palabra, es el papel de un buen padre para con sus hijos. Pero en el segundo caso, el deber del príncipe es del todo diferente, aunque sea en el fondo el cumplimiento del mismo deber. Si quiere permanecer fiel a su alta misión en este caso, debe impedir á todo trance que la herejía manche la fe de sus súbditos, y tratar a los propagandistas como a injustos agresores. La herejía no tiene entonces derecho alguno.

Y en los países protestantes, ¿qué deberá hacer el soberano?" Mal puede un soberano protestante aplicar un principio verdadero protegiendo una religión falsa. No estará la culpa en el principio; y la desgracia del soberano y del pueblo será únicamente la de ser protestante. Sucede a menudo que se aplican principios verdaderos en falso; el demonio tuerce en provecho suyo las instituciones mas excelentes. Jesucristo, por otra parte, tiene el derecho de echar a Satanás, porque Satanás es un rebelde, un injusto, un usurpador y un sacrílego Satanás, al contrario, ningún derecho tiene contra Jesucristo, porque Jesucristo es legitimo Señor, bueno, justo y Santo. Lo mismo sucede con respecto a la Iglesia y a la herejía.


Lo que acabamos de decir en este capítulo se aplica igualmente a la libertad de imprenta, a la de enseñanza y educación, y a todas las libertades políticas. Nunca podría ser un hombre bastante liberal si comprendiera bien la libertad, y nunca se comprenderá ésta sino yendo a la escuela de la Iglesia. Solamente la Iglesia es la madre de la libertad sobre la tierra, al mismo tiempo que es la protectora y la salvaguardia de la autoridad.