domingo, 31 de enero de 2016

MEDITACIÓN XXXI (31 DE ENERO)

MEDITACIÓN XXXI
(31 DE ENERO)

Sobre la severidad de los juicios de Dios



Punto 1°.- Juzgada en primer lugar por estas palabras de Jesucristo que miran a los pecados de pensamiento: “Sabéis que se dijo a vuestros padres: No cometeréis adulterio; y yo os digo que todo el que mira a una mujer con mal deseo a cometido ya adulterio en su corazón”. Así es que, una mirada, un pensamiento, un deseo, es bastante para hacernos culpables de un pecado grave a los ojos del Soberano Juez ¿Pues qué será el pasar años enteros en el hábito fijo y perseverante de esos desordenes espantosos, de esos crímenes abominables, que avergüenzan a la naturaleza, y que llevan a turbación, la deshonra y la desolación en las familias? ¿Qué será el renovarlos perpetuamente y multiplicarlos mucho más del número de los cabellos de su cabeza

Punto 2°.- Juzgadla en segundo lugar por esa otra amenaza de Jesucristo que mira a los pecados de palabras: “Sabéis que se dijo a vuestros antepasados: No matarás… Más yo os digo, que el que haya ofendido a su hermano por una grave injuria, merecerá ser condenado al fuego del infierno”. El Soberano juez es quien habla y pronuncia por sí mismo estas sentencias. ¿Quién no temerá Señor, la severidad de vuestra justicia? No solamente castigaréis la acción bárbara y cruel de la mano que se mancha en la sangre de un enemigo; sino que castigaréis hasta las palabras injuriosas, las palabras de ira y de indignación que hayan afligido al prójimo, según el grado de su malicia


Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción. 
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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