MEDITACIÓN
III
(3 DE ENERO)
Sobre la
observancia de la Ley de Dios
Punto 1°.- El que ama a Dios observa la ley de Dios con
fidelidad; está atento de agradarle y teme siempre ofenderle. El verdadero amor produce infaliblemente la
conformidad de los sentimientos y de las voluntades, así es que no tiene ya
otra voluntad sino la de Dios; todo lo que Dios reprueba él lo condena;
todo lo que manda lo abraza con sumisión y aún lo busca con solicitud. Cuando
Dios habla no sabe más que obedecer; a la voz de éste supremo Señor su amor
propio se calla, sus pasiones permanecen en silencio y las inclinaciones más
queridas a la naturaleza se miran como nada.
Punto 2°.- La observa con facilidad. La ley de Dios
parece muchas veces dura y severa a la naturaleza, porque la contiene siempre
en sus límites del deber; no tolera la menor debilidad; no favorece ningún
afecto desarreglado; sino que sujeta a mil restricciones y exige a veces
grandes sacrificios. Mas nada es costoso
a un alma vivamente penetrada del amor de su Dios; los sacrificios le agradan;
las penas y la sujeción llegan a serle agradables, y no cree poder dar a Dios
demasiadas pruebas de su amor. El justo observa sin esfuerzo y sin
repugnancia unas leyes que el Amor a grabado en su corazón.
AFECTOS Y
SUPLICAS
¿Podré reconocerme en éste retrato? ¿Podré creer que os amo?
¡oh Dios mío! Cuando siento tanta repugnancia en obedecer, y mezclo tanta
reserva y tantas infidelidades voluntarias en mi obediencia. Dios
mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
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