MEDITACIÓN
CCLXXV
(1° DE OCTUBRE)
Sobre la eficacia de la oración.
Punto 1°.- La
oración saca su fuerza principal de la meditación de Jesucristo. Si pedís alguna cosa a mi Padre, en mi
nombre, os la concederá. Éste nombre adorable de nuestro Redentor es el que
la Iglesia invoca al final de sus oraciones. ¿Mas qué cosa es pedir a nombre de Jesucristo? Es 1° pedir con una fe
ardiente y una firme confianza en los méritos de Jesucristo. Cuando pido a
nombre de Jesucristo con esta fe y esta confianza, Jesucristo es el que pide en
mí y conmigo, y el Señor le escucha a causa del respeto y miramientos que le
son debidos: Exauditus est pro sua
reverentia (Hebreos 5,7: Fue escuchado en vista de su reverencia). Mi oración unida a los méritos de Jesucristo,
es la oración de un Hombre Dios; separada de sus méritos, es la oración de un
hombre pecador. Si Jesucristo no pide conmigo, ¿qué fuerza tendrán mis
oraciones? ¿No caerán ellas mismas por su propia debilidad?
Punto 2°.- Pedir a nombre de Jesucristo, es pedir por
la imitación de las virtudes de Jesucristo. Bien queremos interponer su nombre en nuestras oraciones, y apelar a
sus méritos en nuestro auxilio; pero no queremos santificarnos por la imitación
de sus virtudes. Pues bien, este
divino Salvador no nos comunica la fuerza y la virtud de sus méritos, si no
encuentra en nosotros su humildad, su dulzura, su mortificación, su paciencia y
su caridad, o a lo menos el deseo de esas virtudes. Hasta aquí, decía a sus discípulos, no habéis pedido nada en mi nombre: porque no habéis pedido nada
con ésa fe viva que todo obtiene, y ésa caridad ardiente que obra todo.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.