viernes, 30 de septiembre de 2016

MEDITACIÓN CCLXXV (1° DE OCTUBRE)



MEDITACIÓN CCLXXV  
(1° DE OCTUBRE)  

Sobre la eficacia de la oración.  




Punto 1°.- La oración saca su fuerza principal de la meditación de Jesucristo. Si pedís alguna cosa a mi Padre, en mi nombre, os la concederá. Éste nombre adorable de nuestro Redentor es el que la Iglesia invoca al final de sus oraciones. ¿Mas qué cosa es pedir a nombre de Jesucristo? Es 1° pedir con una fe ardiente y una firme confianza en los méritos de Jesucristo. Cuando pido a nombre de Jesucristo con esta fe y esta confianza, Jesucristo es el que pide en mí y conmigo, y el Señor le escucha a causa del respeto y miramientos que le son debidos: Exauditus est pro sua reverentia (Hebreos 5,7: Fue escuchado en vista de su reverencia). Mi oración unida a los méritos de Jesucristo, es la oración de un Hombre Dios; separada de sus méritos, es la oración de un hombre pecador. Si Jesucristo no pide conmigo, ¿qué fuerza tendrán mis oraciones? ¿No caerán ellas mismas por su propia debilidad? 

Punto 2°.- Pedir a nombre de Jesucristo, es pedir por la imitación de las virtudes de Jesucristo. Bien queremos interponer su nombre en nuestras oraciones, y apelar a sus méritos en nuestro auxilio; pero no queremos santificarnos por la imitación de sus virtudes. Pues bien, este divino Salvador no nos comunica la fuerza y la virtud de sus méritos, si no encuentra en nosotros su humildad, su dulzura, su mortificación, su paciencia y su caridad, o a lo menos el deseo de esas virtudes. Hasta aquí, decía a sus discípulos, no habéis pedido nada en mi nombre: porque no habéis pedido nada con ésa fe viva que todo obtiene, y ésa caridad ardiente que obra todo.  



Oración Universal


Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

MEDITACIÓN CCLXXIV (30 DE SEPTIEMBRE)



MEDITACIÓN CCLXXIV  
(30 DE SEPTIEMBRE)

De las oraciones de los pecadores.



Punto 1°.- Estos niegan por su conducta lo que dicen a Dios por sus oraciones. Cuando oráis a Dios, dice san Crisóstomo, sin renunciar al pecado llamáis vuestro Padre a un Dios a quien no amáis; le pedís la santificación de su nombre, que deshonráis; el advenimiento de su reino, que desoláis; el cumplimiento de su santa voluntad, que combatís; la remisión de vuestros pecados, que más bien cuidáis de aumentar que de expiar; que os libre de las tentaciones, que buscáis; y el alejamiento del mal, que deseáis.  

Punto 2°.- Quieren que el Señor escuche sus peticiones, y ellos le rehúsan todo lo que les pide. Piden a Dios, en cierto modo, con las armas en la mano: se postran delante de sus altares y su corazón es del demonio. Dios les pide amor y fidelidad, y no se dignan de escucharle. Las peticiones de Dios son imperiosas y justas; las de los pecadores son siempre dependientes y a menudo irracionales. Cuando Dios pide, habla como dueño; cuando el hombre pide habla suplicando. ¿Y podrá lisonjearse que Dios le conceda sus peticiones, cuando él se obstina en rechazar las de Dios?     

Oración Universal


Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.