MEDITACIÓN XXX
(30 DE ENERO)
Sobre la pureza del cuerpo.
Punto 1°.- Un cristiano debe tener horror a todos los pecados
contrarios a ésa virtud: 1°, porque su cuerpo ha venido a ser por el bautismo,
el templo del Espíritu Santo.
En la Escritura, la creación del
mundo es atribuida especialmente al Padre, la redención al Hijo, y la
Santificación al Espíritu Santo, que se llama por esta razón, Espíritu
santificador; y así, desde el instante
en que un hombre ha recibido el bautismo que le santifica, el Espíritu Santo ha
tomado posesión de su cuerpo y de su alma. “Vosotros habéis sido lavados, santificados y justificados en el
bautismo, decía San Pablo, por virtud
del Espíritu Santo” y esta consagración aunque interior y
oculta, es aún más santa y más eficaz que la que se hace todos los días a
nuestra vista, de los templos y de los altares; y si se temería profanar estos templos exteriores, ¿cómo no ha de
temerse colocar el ídolo de la voluptuosidad en un cuerpo donde el Espíritu
Santo ha establecido su habitación?
Punto 2°.- 2°. Porque su cuerpo
viene a hacerse por la comunión el mismo cuerpo de Jesucristo. La unión de vuestra carne con la de
Jesucristo que se hace por este Sacramento es tan perfecta, que no es posible
imaginar una más estrecha y más íntima. ¿Tollens
ergo membra Christi faciam membra meretricis? (¿He de abusar yo de los
miembros de Cristo, para hacerlos miembros de una prostituta? 1 Cor. VI:15). No podéis pues ya profanar vuestra carne
sin prostituir al mismo tiempo y sin crucificar la suya por segunda vez.
Oración Universal
Para servir de preparación a la
lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi
esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os
doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por
vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de
que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra
sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo
queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad,
purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes
que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis
culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo
con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza
con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros,
paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la
templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un
exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la
gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del
cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite
el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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