MEDITACIÓN CLIII
(1° DE JUNIO)
Sobre los juicios del mundo.
Punto 1°.- Un verdadero
cristiano desprecia los juicios del mundo. Conoce su falsedad, su
injusticia, su inconstancia, su ceguedad, y no hace aprecio de ellos, ni aun se
digna poner atención. Esto quiere decir
que un cristiano no debe ser celoso hasta cierto punto, en formarse una buena
reputación, pero solo quiere tenerla para con las personas prudentes y
virtuosas, que no siguen en sus juicios más que las luces de la razón, y las
reglas de la religión, de la verdad y de la justicia.
Punto 2°.- Razones que lo
determinan a despreciarlos. Un verdadero cristiano mira al mundo como
una reunión confusa de personas de diversos caracteres y de inclinaciones
diferentes, de las cuales la mayor parte no tienen ni ciencia, ni virtud, ni
arreglo, ni juicio; que apenas saben discernir el bien del mal, que no tienen
ninguna idea del verdadero mérito, que cada uno se cree capaz de gobernar a los
demás, siendo que no sabe gobernarse a sí mismo; en donde, en una gran
multitud, apenas encontraréis dos que tengan los mismos sentimientos; y apenas
encontraréis uno que tenga sentimientos razonables.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.