jueves, 14 de julio de 2016

MEDITACIÓN CXCVII (15 DE JULIO)



MEDITACIÓN CXCVII
(15 DE JULIO)

De la preferencia que un cristiano debe a Dios y a su salvación, 
sobre cualquier otro objeto.




Punto 1°.- En cuanto Dios; el que ama a su hijo o a su hija más que a mí, nos dice el mismo Jesucristo, no es digno de mí. Aun el mismo amor paternal, aunque natural e indispensable, tiene pues sus límites. Y estos límites son, el amor que debemos a Dios, al cual todos nuestros otros amores deben estar subordinados; sus límites son los mandamientos de Dios, y las leyes que nos impone. He aquí las barreras en donde debe detenerse, y tan luego como las traspase, viene a ser necesariamente criminal y desordenado.

Punto 2°.- En cuando a nuestra salvación, este es el mayor y más esencial de nuestros intereses. Y si se teme que los hijos no se encuentren un día bastante ricos para la vida presente, debemos temer mucho más encontrarnos nosotros desprovistos de virtudes, y de méritos para la vida futura. Si la prudencia no permite a un padre abandonar todos sus bienes a sus hijos cuando los establece en el mundo, menos le permite sacrificar la salvación de su alma a su elevación y a su fortuna.  



Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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