MEDITACIÓN CXCVII
(15 DE JULIO)
De la preferencia que un cristiano
debe a Dios y a su salvación,
sobre cualquier otro objeto.
Punto 1°.- En cuanto Dios; el que
ama a su hijo o a su hija más que a mí, nos dice el mismo Jesucristo, no es digno de mí. Aun el mismo amor
paternal, aunque natural e indispensable, tiene pues sus límites. Y estos
límites son, el amor que debemos a Dios, al cual todos nuestros otros amores
deben estar subordinados; sus límites son los mandamientos de Dios, y las leyes
que nos impone. He aquí las barreras en donde debe detenerse, y tan luego como
las traspase, viene a ser necesariamente criminal y desordenado.
Punto 2°.- En cuando a nuestra
salvación, este es el mayor y más esencial de nuestros intereses. Y si se
teme que los hijos no se encuentren un día bastante ricos para la vida
presente, debemos temer mucho más encontrarnos nosotros desprovistos de
virtudes, y de méritos para la vida futura. Si la prudencia no permite a un
padre abandonar todos sus bienes a sus hijos cuando los establece en el mundo,
menos le permite sacrificar la salvación de su alma a su elevación y a su
fortuna.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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