MEDITACIÓN CLXXXIII
(1° DE JULIO)
De la ceguedad de los mundanos
respecto
de las exigencias esenciales de su condición.
Punto 1°.- Esta ceguedad es la que les hace violar tan
tranquilamente el precepto de la limosna, porque les impide reconocer en
sus bienes nada superfluo que pueda pertenecer a los pobres, y que estén
obligados a emplear en su socorro. Es difícil que se cieguen acerca de la
cantidad de sus rentas, creyéndose más ricos de lo que son en efecto: conocen
bien sus propiedades; saben sus límites, su medida y extensión; mas casi todos
están ciegos o afecta estarlo acerca de las exigencias esenciales de su estado.
Se forman de ellas una idea tan falsa y tan
exagerada, que jamás se persuaden que sus gastos sean superiores a su
condición; por el contrario, sostienen que falta mucho para que le igualen.
Punto 2°.- Regla que debe seguirse para disipar esta
ceguedad. Consiste en arreglar sus gastos no según lo permite la condición;
sino según lo exige. La religión no pretende reduciros a una sencillez que
os degrade; pero tampoco da a los gastos que os convienen toda la extensión que
el mundo le da. Pretendéis que tales
gastos no son superiores a vuestra condición: pero esto no basta; es preciso
ver lo que quitar de ellos, sin que vuestra condición se degrade; porque todo
lo que puede quitarse sin perjuicio de ella, es un exceso, una superfluidad visible
que la religión condena, y que os obliga, por un precepto riguroso, a emplearlo
en obras de caridad.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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