MEDITACIÓN CLXXXV
(3 DE JULIO)
Sobre la desigualdad de las
condiciones.
Punto 1°.- Dios ha
querido esta desigualdad para establecer una dependencia mutua entre todos los
miembros de la sociedad. Si quitáis las
necesidades que ligan a los hombres entre sí, si los hacéis todos iguales en
riquezas en grandeza y en poder, ya no habrá ni orden, ni subordinación en la
sociedad; ésta no será más que un cuerpo compuesto de miembros separados y
divididos, que no tendrán ninguna relación, ni se prestarán ningún socorro
mutuo. Ha sido pues necesario que hubiese en el mundo príncipes y súbditos,
amos y criados, y por consiguiente, ricos y pobres. Así pues, el rico está hecho para el pobre, y el
pobre para el rico. Este, para dar al pobre con que sostener su vida, y el
pobre para proporcionar al rico medios para obrar su salvación.
Punto 2°.- Dios al
imponer a los ricos la obligación de alimentar a los pobres, ha tenido la mira
de restablecer entre ellos una especie de igualdad. Sois ricos, todo lo tenéis en abundancia;
ésta es la ley de la desigualdad; pero estáis obligado a subvenir a las
necesidades de aquellos que están faltos de todo. Y de este modo, Dios
establece entre ellos y vos una especie de correspondencia que os aproxima a la
igualdad. Es propio de la justicia y de la bondad de Dios que el mundo tenga lo
necesario; mas no teniéndolo, en la ley de la desigualdad, ha sido necesario
establecer la del pobre en lo superfluo del rico.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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