MEDITACIÓN CXCII
(10 DE JULIO)
Sobre la desgracia de los tiempos.
Punto 1°.- Las guerras
que desolan las provincias, y que empobrecen los reinos, de hombres y de
dinero; las enfermedades que despueblan la tierra; la esterilidad de los campos,
que reduce todo un pueblo a la miseria, esto es lo que se llama la desgracia de
los tiempos. Ahora bien, los ricos del mundo son siempre los que
sufren menos en esto; y sin
embargo, estas desgracias les sirven de pretexto para dispensarse de la limosna;
agotan la fuente de sus caridades, pero no se detienen en la licencia
desenfrenada de su lujo y sus prodigalidades; pretenden pues, que los pobres
solos deben llevar la carga de la miseria pública, y ellos se creen con derecho
de suprimir los socorros que les deben, en un tiempo en que tienen más
necesidad de ser socorridos.
Punto 2°.- Los ricos
del mundo son los que más debían sufrir de la desgracia de los tiempos. Ellos son
los que la atraen por sus pecados; ellos son a quienes Dios mira con ojos de ira,
y los pobres no hacen más que excitar su compasión. Los ricos debían pues, más que nadie, resentir la amargura de estos
azotes terribles que están destinados sólo para castigarlos. Si los pobres fueran los únicos que debían
experimentar sus rigores, seguiríase de aquí, que Dios, al descargar estos
azotes sobre la tierra, sólo habría querido herir a los desgraciados.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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