MEDITACIÓN
CCVIII
(26 DE JULIO)
Sobre la excelencia de la caridad.
Punto 1°.- Esta es la más grande de todas las virtudes;
y la única que nunca tendrá fin. Todas las demás están fundadas sobre
nuestra miseria y nuestra imperfección, y no debemos mirarlas como verdaderos
bienes; sino porque sirven de remedio a nuestros males. La fe supone nuestra ignorancia, la esperanza es señal de nuestras
necesidades; la oración es una confesión de nuestra debilidad; la paciencia,
una prueba de nuestras aflicciones; y la penitencia una relación esencial con
nuestros pecados. Todas estas virtudes serán pues desterradas del cielo, porque
todo lo que se resiente de la debilidad y la imperfección de la humanidad está
excluido de allí para siempre.
Punto 2°.- La caridad sola nos seguirá al cielo. Allí poseeremos a un Dios que es la caridad
misma: allí es donde Jesucristo, nuestro Redentor y nuestra cabeza, se reúne
con todos sus miembros, por los lazos indisolubles de un Amor eterno. Allí es
donde Dios se complace en colmar los deseos de esas almas bienaventuradas, con
las cuales comparte su felicidad y su gloria. Allí, en fin, es donde la caridad
reina y produce en todos los corazones una paz y una felicidad que nunca
tendrán fin.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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