lunes, 25 de julio de 2016

MEDITACIÓN CCVIII (26 DE JULIO)



MEDITACIÓN CCVIII
(26 DE JULIO)

Sobre la excelencia de la caridad.




Punto 1°.- Esta es la más grande de todas las virtudes; y la única que nunca tendrá fin. Todas las demás están fundadas sobre nuestra miseria y nuestra imperfección, y no debemos mirarlas como verdaderos bienes; sino porque sirven de remedio a nuestros males. La fe supone nuestra ignorancia, la esperanza es señal de nuestras necesidades; la oración es una confesión de nuestra debilidad; la paciencia, una prueba de nuestras aflicciones; y la penitencia una relación esencial con nuestros pecados. Todas estas virtudes serán pues desterradas del cielo, porque todo lo que se resiente de la debilidad y la imperfección de la humanidad está excluido de allí para siempre.

Punto 2°.- La caridad sola nos seguirá al cielo. Allí poseeremos a un Dios que es la caridad misma: allí es donde Jesucristo, nuestro Redentor y nuestra cabeza, se reúne con todos sus miembros, por los lazos indisolubles de un Amor eterno. Allí es donde Dios se complace en colmar los deseos de esas almas bienaventuradas, con las cuales comparte su felicidad y su gloria. Allí, en fin, es donde la caridad reina y produce en todos los corazones una paz y una felicidad que nunca tendrán fin.  



Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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