MEDITACIÓN CCXII
(30 DE JULIO)
Sobre la humildad de Jesucristo.
Punto 1°.- Aprended de mí, nos dice, que soy manso y humilde de corazón. San
Agustín nota que no nos dice: Aprended de
mí, a hacer milagros, a curar los ciegos y a resucitar a los muertos,
porque una humildad sólida es medio más
seguro y eficaz de agradar a Dios, que una elevación que os expone al orgullo.
¿Y qué, Señor, añade el mismo Padre, todos los tesoros de ciencia y de
sabiduría que están en vos se reducen a enseñarnos que sois manso y humilde de corazón? ¿La humildad es una virtud tan rara y tan difícil que no podríamos
conocerla sino por Vos? Sí, responde San Agustín, los hombres solos no habrían
llegado nunca a alcanzarla; era necesario que un Dios viniese a darles el
ejemplo; porque no hay cosa más arraigada en el corazón humano que el orgullo.
Punto 2°.- Toda la
vida de Jesucristo no ha sido otra cosa que un ejercicio de humildad. Quiso nacer
de una madre pobre, en un establo y en un pesebre; quiso ser circuncidado, y
después bautizado como pecador; huir a Egipto como débil. Cuando en seguida quisieron hacerle rey, se oculta; en el fin de su
vida se humilla hasta lavar los pies de sus discípulos, y corona tantos grandes
ejemplos por la muerte ignominiosa de la cruz. Mas ¿Por qué, Señor, exclama
San Bernardo, tantas humillaciones para una majestad tan grande? Es a
fin de que ya no haya nadie que se atreva a gloriarse sobre la tierra.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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