MEDITACIÓN CXCIII
(11 DE JULIO)
De los deberes de los ricos en las
desgracias públicas.
Punto 1°.- Su deber
para con Dios, es aplacarle por la penitencia. Así es como
los cumplían las Judith, las Esther, los David y los Mardoqueo, cuando el Señor
descargaba su pueblo los vasos de su cólera: Hemos pecado decían, hemos
cometido la iniquidad; humillémonos,
aflijamos nuestra carne rebelde e impenitente, por el cilicio y el ayuno;
volvámonos a la ley de Dios que hemos abandonado.
Punto 2°.- Sus deberes
para con los pobres es socorrerlos con las limosnas. ¿No es justo que la misericordia y la
caridad crezcan a proporción que la miseria aumenta? ¿Los pobres, más
abandonados cuando son más desgraciados? ¿A
qué título habíais de estar vos exento del todo de las penas y de los castigos
que abruman a vuestros hermanos? ¿No
os obliga la religión a mirar entonces como superfluos unos gastos que en otro
tiempo parecerían necesarios? ¿Y
cómo puede negarse que los piadosos excesos de la caridad no vienen a ser en
estas tristes ocasiones una ley de justicia y de humanidad?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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