MEDITACIÓN CCXIII
(31 DE JULIO)
De la necesidad de ser humildes
para agradar a Dios.
Punto 1°.- Nada es
agradable a Dios sin la humildad. Es necesario pues que esta virtud
proceda, acompañe y siga todas nuestras acciones, porque desde el momento que
el orgullo se mezcla en ellas y destruye todo su mérito. Por otra parte, este
orgullo es tanto más de temer, cuantos más méritos y virtudes tenemos; porque las acciones malas son la materia de los
otros vicios; y las más laudables son el alimento del orgullo: los otros vicios
no van sino con el desorden y la vergüenza, y éste solo se adhiere a la gloria
y a las virtudes.
Punto 2°.- Todo lo que
está infectado de la levadura del orgullo es desagradable a Dios. Un cristiano fiel, aunque haya hecho
grandes progresos en la piedad, si admite en su corazón un sentimiento de
orgullo, un deseo de agradar a los hombres y atraerse su estimación, una
secreta complacencia en su propio mérito, pierde en un momento todo el fruto de
sus trabajos pasados, fracasa desgraciadamente en la mitad de su carrera, y
toda su virtud se estrella contra este escollo. San Bernardo compara el que junta un gran caudal de virtudes, sin
juntar a ellas la humildad, con un hombre que lleva un puñado de polvo expuesto
al viento; el primer soplo se lo lleva todo. Por muchos méritos que hayáis
adquirido, acordaos que Dios resiste a
los soberbios, y da su gracia a los humildes.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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