MEDITACIÓN CLXXXVII
(5 DE JULIO)
Sobre la obligación de la limosna.
Punto 1°.- Esta es
una verdadera deuda vinculada a la posesión de las riquezas. Y así es
calificada en la Escritura: Redde debitum
tuum. El negarse a darla es
tratando allí de fraude y de injusticia: Eleemosynan
pauperis ne defraudes; Y notad que
el Espíritu Santo la llama la limosna del
pobre, y no la limosna del rico, porque pertenece al pobre que la recibe
más bien que al rico que la da. No miréis pues a los pobres como unos
desgraciados que recorren a vuestra caridad y a vuestra compasión: miradlos
como acreedores fundados en derecho, y que procuran el pago de una deuda que
les es adquirida.
Punto 2°.- La mayor parte de los ricos se persuaden
falsamente que la limosna es de su parte una pura liberalidad. Sobre este
falso principio se creen dueños de darla o de rehusarla, según les place. Sobre este falso principio se creen
dispensados de tomar cada año, sobre sus rentas, este superfluo fijo y
determinado del cual son deudores a los pobres. Es la condición de ellos al ser
pobres, dicen, así como la mía es el ser rico. Es verdad, es su condición el
ser pobre; pero no es su condición el ser abandonados; es su condición implorar
vuestro socoro, porque están en esa necesidad; pero la vuestra es el
socorrerlos, porque estáis en la abundancia.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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