MEDITACIÓN CCV
(23 DE JULIO)
Sobre la tranquilidad de un
cristiano
a la hora de la muerte.
Punto 1°.- La muerte se presenta a nuestro espíritu bajo de dos ideas
espantosas. 1°. Como un naufragio
universal que devora nuestro cuerpo, nuestros bienes, nuestras dignidades y
placeres. No hemos traído nada a este
mundo; y no debemos llevar nada de él. Mas esta idea no tiene nada de terrible para un cristiano caritativo:
pues él ha prevenido la muerte despojándose de una gran parte de sus bienes en
favor de los pobres; ha dado a la caridad lo que hacía la materia de la
avaricia, o más bien, no se ha despojado de nada por sus limosnas; sino que ha
mandado sus riquezas delante de él; ha transportado sus bienes a la otra vida,
por sus caridades, y está a punto de ir a tomar posesión de ellas en el cielo.
Punto 2°.- La muerte
se presenta a nuestro espíritu como el momento de un examen severo y riguroso
de nuestra vida, que decidirá de nuestra suerte para la eternidad. Está decretado, dice el Apóstol, que
todos los hombres morirán una vez, y luego sigue el juicio. Mas este juicio
lejos de ser terrible para el cristiano caritativo, viene a ser más bien la
fuente de sus consuelos y el fundamento de su esperanza. No teme el oír decir
al soberano Juez: Redde rationem
villicationis tuae: Dame cuenta de tu administración: ¿Qué se han hecho los
talentos que te he confiado? ¿Qué uso has hecho de ellos? Los pobres
responderán por él.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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