viernes, 22 de julio de 2016

MEDITACIÓN CCV (23 DE JULIO)



MEDITACIÓN CCV
(23 DE JULIO)

Sobre la tranquilidad de un cristiano 
a la hora de la muerte.   




Punto 1°.- La muerte se presenta a nuestro espíritu bajo de dos ideas espantosas. 1°. Como un naufragio universal que devora nuestro cuerpo, nuestros bienes, nuestras dignidades y placeres. No hemos traído nada a este mundo; y no debemos llevar nada de él. Mas esta idea no tiene nada de terrible para un cristiano caritativo: pues él ha prevenido la muerte despojándose de una gran parte de sus bienes en favor de los pobres; ha dado a la caridad lo que hacía la materia de la avaricia, o más bien, no se ha despojado de nada por sus limosnas; sino que ha mandado sus riquezas delante de él; ha transportado sus bienes a la otra vida, por sus caridades, y está a punto de ir a tomar posesión de ellas en el cielo.

Punto 2°.- La muerte se presenta a nuestro espíritu como el momento de un examen severo y riguroso de nuestra vida, que decidirá de nuestra suerte para la eternidad. Está decretado, dice el Apóstol, que todos los hombres morirán una vez, y luego sigue el juicio. Mas este juicio lejos de ser terrible para el cristiano caritativo, viene a ser más bien la fuente de sus consuelos y el fundamento de su esperanza. No teme el oír decir al soberano Juez: Redde rationem villicationis tuae: Dame cuenta de tu administración: ¿Qué se han hecho los talentos que te he confiado? ¿Qué uso has hecho de ellos? Los pobres responderán por él.   



Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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