MEDITACIÓN LXXXV
(25 DE MARZO)
Sobre los pecados de ignorancia.
Punto 1°.- Hay dos clases de ignorancias, una involuntaria e
invisible, y la otra voluntaria o en sí, o en su principio. La primera, es tan
rara en un siglo tan instruido como el nuestro, y en un cristiano que vive en
el mundo y que tiene tantos medios y facilidad para conocer sus deberes, que es
inútil detenernos en ella. Consideremos sólo la ignorancia voluntaria: frecuentemente se sirven de ella para
excusar sus faltas. Yo no sabía, dicen, que esto fuese prohibido. ¿No lo
sabíais? Pues podíais y debíais saberlo: vuestra ignorancia lejos de
justificaros es ella misma un pecado. David pedía al Señor que perdonare sus
ignorancias, ignorantias meas ne memimeris (de mi ignorancia no te acuerdes) y todo lo que tiene necesidad de ser
perdonado, no puede ser más que un pecado que nos ha hecho culpables.
Punto 2°.- Origen de los
pecados de ignorancia. Este es la
negligencia en instruirse acerca de sus deberes porque se ignoran, y quien los
ignora es porque está resuelto a no cumplirlos: se teme la molestia y la sujeción;
se miran los avisos, los consejos, las predicaciones, las santas lecturas, los
escrúpulos razonables, como una luz importuna que sólo sirve para inquietarnos
y turbar la tranquilidad de una vida que se quiere abandonar toda entera a la
molicie y a la indiferencia por su salvación.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario