jueves, 24 de marzo de 2016

MEDITACIÓN LXXXV (25 DE MARZO)

MEDITACIÓN LXXXV
(25 DE MARZO)

Sobre los pecados de ignorancia.



Punto 1°.- Hay dos clases de ignorancias, una involuntaria e invisible, y la otra voluntaria o en sí, o en su principio. La primera, es tan rara en un siglo tan instruido como el nuestro, y en un cristiano que vive en el mundo y que tiene tantos medios y facilidad para conocer sus deberes, que es inútil detenernos en ella. Consideremos sólo la ignorancia voluntaria: frecuentemente se sirven de ella para excusar sus faltas. Yo no sabía, dicen, que esto fuese prohibido. ¿No lo sabíais? Pues podíais y debíais saberlo: vuestra ignorancia lejos de justificaros es ella misma un pecado. David pedía al Señor que perdonare sus ignorancias, ignorantias meas ne memimeris (de mi ignorancia no te acuerdes) y todo lo que tiene necesidad de ser perdonado, no puede ser más que un pecado que nos ha hecho culpables.  


Punto 2°.- Origen de los pecados de ignorancia. Este es la negligencia en instruirse acerca de sus deberes porque se ignoran, y quien los ignora es porque está resuelto a no cumplirlos: se teme la molestia y la sujeción; se miran los avisos, los consejos, las predicaciones, las santas lecturas, los escrúpulos razonables, como una luz importuna que sólo sirve para inquietarnos y turbar la tranquilidad de una vida que se quiere abandonar toda entera a la molicie y a la indiferencia por su salvación.  

Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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