MEDITACIÓN LXVIII
(8 DE MARZO)
Sobre la sumisión a la voluntad de
Dios.
Punto 1°.- Esta sumisión es un
deber indispensable. Un súbdito debe
estar sometido a las voluntades del soberano; un criado a las de su amo, y con
mucha más razón, la criatura a las del Creador. ¡Oh hombres! Exclama el
Apóstol San Pablo, ¿quién sois vosotros
para contestar con Dios? ¿Un vaso de
barro dice al que lo ha hecho; Porqué me habéis hecho así? ¿Y vosotros, no estáis mil veces más dependientes de Dios, que lo puede
estar un vaso del obrero que lo ha formado?
Punto 2°.- Esta sumisión hace nuestra felicidad. ¡Dichoso el hombre, en efecto, que se somete en todo a la voluntad divina, se abandona a la Providencia, se deja conducir por la sabiduría de Dios, y que lo espera todo en su bondad! Nada se opone a sus deseos, porque no desea sino lo que Dios quiere, y todo sucede según su voluntad porque él quiere y aprueba sinceramente todo lo que le acontece. ¡Oh bienaventurada paz! ¡Oh dulce tranquilidad! Vos sois la herencia y recompensa de esas almas fieles que descansan, por decirlo así, en el seno de Dios, porque no tienen nunca otra voluntad que la suya.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario