MEDITACIÓN LXXIV
(14 DE MARZO)
Sobre la verdadera felicidad.
Punto 1°.- Nuestro fin e
interés capital es la felicidad, todos queremos ser felices; más no buscamos
esta felicidad donde está, y creemos encontrarla donde no está. Porque si
consideráis la felicidad primeramente en
su naturaleza, veréis que consiste por una parte, en estar exento si es
posible, de todo mal, o a lo menos de los más grandes males: y por la otra, en
gozar si se puede, de todos los bienes, o a lo menos de los bienes más grandes.
La exención de los dolores y de las incomodidades del cuerpo, forma, si
queréis, una parte de la felicidad; pero no es sino la menor parte. Para ser felices, es todavía más esencial
el estar libre de las penas, tormentos e inquietudes del alma. Por ésta
razón vemos tantos pobres, felices en su indigencia, porque gozan de esta
tranquilidad; y tantos ricos desgraciados en su opulencia, porque su alma es
presa de punzantes penas y de crueles inquietudes.
Punto 2°.- Si consideráis la felicidad respecto de su duración, consiste sin duda en ser feliz no por un poco de tiempo, sino por el tiempo más largo que sea posible, y si se puede, para siempre. En una palabra, la verdadera, la perfecta felicidad, es la que reside en nuestra alma y que nunca tiene fin. Por tanto, no hay más que la religión que puede procurárnosla, puesto que ella sola tiene por fin conducirnos a esa gran felicidad que nos libra de los mayores males, y que nos asegura para siempre la posesión de un bien infinito en su naturaleza y en su duración.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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