MEDITACIÓN LXXXI
(21 DE MARZO)
Sobre la ceguedad de la conciencia.
Punto 1°.- Esta ceguedad es más común de lo que se piensa. Hay, dice el Sabio, un camino que al
hombre le parece recto, y cuya salida viene a parar a la muerte. Todos aquellos
que tienen algún sentimiento de religión o algún deseo de su salvación, no se
pierden por el hábito de los grandes crímenes; pues no querrían imitar a
aquellos que violan sin escrúpulo y sin remordimientos todas las leyes divinas
a la vez. Así es que toman un camino que les parece recto, porque su
conciencia cegada sobre las faltas que cometen habitualmente les oculta su
desorden y sus consecuencias. Esta ceguedad
es tan común que se echan de ver sus efectos en las personas que parecen tener
una piedad no común: es verdad que estas observan una gran parte de las leyes
de Dios; más el único camino que conduce a la vida es aquel que se observan
todas sin ninguna excepción.
Punto 2°.- ¿Sobre cuáles pecados es más fácil y más ordinario cegarnos? 1°. Se ciega uno más fácilmente sobre las faltas pequeñas que sobre las grandes, porque no se ve el peligro evidente de las faltas ligeras cuando son continuas y multiplicadas; 2°. Se ciega con la misma facilidad sobre la calidad de estas faltas, que creemos algunas veces ligeras cuando son muy grandes a los ojos del Señor; 3°. Hay también faltas muy grandes y conocidas por tales, sobre las cuales nos cegamos, porque costaría demasiado al amor propio el corregirse de ellas.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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