MEDITACIÓN LXXIII
(13 DE MARZO)
Sobre los medios de adquirir el
conocimiento de nuestros deberes.
Punto 1°.- El primero es
consultar la ley de Dios. Esta ley habla y nos advierte nuestras
obligaciones. David en medio de esa multitud prodigiosa de negocios y de
ocupaciones exteriores, que llenaban casi todos los momentos de su vida,
encontraba todavía tiempo para meditar la ley del Señor. Esta ley divina estaba
siempre presente a su espíritu y su corazón. Después de todo, cualesquiera que sean el número y la variedad de los
deberes que nos impone, si la práctica es difícil, el estudio de ella no es
infinito, puesto que toda gira sobre estos dos preceptos: Amaréis a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a vosotros
mismos: toda la ley y los profetas están encerrados en estos dos
mandamientos.
Punto 2°.- El segundo medio de
conocer nuestros deberes es consultar nuestra conciencia. Es esta un juez
severo que lleváis en vosotros mismos, y que establece su tribunal en el camino
de vuestra salvación; es un censor exacto, que se levanta contra vuestros
extravíos, un fiel intérprete del Ángel que Dios os ha dado para conduciros: Observa eum et audi vocen ejus (Ex 23; .21 obedécele
y no le seas rebelde). ¡Ah! No desperdiciéis sus avisos y sus represiones:
no rechacéis la luz que Dios os ofrece; no sofoquéis esa voz interior que solo
a los pecadores obstinados parece importuna, y que hace volver a Dios a las
almas extraviadas, cuando no han perdido todo deseo y toda esperanza de su
salvación.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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