MEDITACIÓN LXXI
(11 DE MARZO)
Sobre la vanidad de las ciencias humanas.
Punto 1°.- Conoced vuestros deberes esta es la más necesaria de todas
las ciencias; todas las demás son vanas y
frívolas, si no las referimos a la ciencia de la salvación. ¿De qué le sirve al hombre, decía el
Salvador, ganar todo el mundo, si llega a
perder su alma? ¿Y no podemos decir igualmente; De qué le sirve al hombre saberlo todo, si ignora lo único que puede
conducirle a la salvación y a la felicidad eterna de su alma? Las
especulaciones estériles, los conocimientos que no tienen relación con este fin
único necesario que no debemos jamás perder de vista, y que a lo más solo
pueden traernos un vano humo de gloria, no son en el fondo más que una
ociosidad menos vulgar y más reflexiva, una ignorancia tanto más despreciable
cuanto que va acompañada regularmente de mucha presunción y orgullo.
Punto 2°.- Los conocimientos humanos vienen a ser
perniciosos cuando nos apartan de la ciencia de la salvación; es decir,
cuando nos impiden absolutamente pensar en ella; cuando no tienen ninguna
relación ni aún remota con los deberes de nuestro estado; cuando perdemos, por
adquirirlos, un tiempo que podríamos emplear más útilmente en cumplir
obligaciones más esenciales; cuando no son para nosotros más que un
entretenimiento tomado con exceso, sin ningún fin razonable, y por
consiguiente, sin fruto y sin mérito: cuando no buscamos más que satisfacer una
vanidad sin límites y una curiosidad desmedida y desarreglada.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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