MEDITACIÓN LXV
(5 DE MARZO)
Sobre el desprecio de la vida.
Punto 1°.- Un verdadero cristiano
debe despreciar la vida; 1° porque es discípulo
de Jesucristo, y se le ha consagrado por el bautismo; se ha obligado a
escucharle como a su maestro, a seguirle como a su modelo, a imitar sus
sentimientos cuando su estado no le permita asemejársele por las mismas
acciones; Hoc sentile in vobis quod et in Christo Jesu (Pensad
entre vosotros de la misma manera que Cristo Jesús. Flp. c2 v5). Ahora bien, ¿qué
aprecio ha hecho este divino Salvador de la vida? ¿no la ha sacrificado, no la
ha prodigado por nuestra salvación? Cuando fue llegada su hora, ¿vaciló un
momento en renunciar a ella? No podían quitársela, era preciso que él la diese.
Ego pono animam mean a me ipso (...yo
doy mi alma por mi propia voluntad Jn c10 v18). La duración de nuestra vida no depende de
nosotros; ¿y rehusaremos sacrificarla por un Dios que ha sacrificado la suya
por nosotros? Este es el sentimiento que debe inspirarnos la más leve mirada
dirigida a la imagen de este divino Salvador expirando sobre una cruz.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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