MEDITACIÓN LXX
(10 DE MARZO)
Sobre la ciencia de la salvación.
Punto 1°.- Esta ciencia es llamada en la Escritura la ciencia de
Dios, sciemtiam Dei, porque nos
enseña: 1°. A conocer a Dios, es
decir, el más perfecto y cabal de todos los seres, aquel que reúne en el más
alto grado todas las perfecciones imaginables, perfecciones que llegan aún más
allá de todo lo que podemos imaginar. Y
si el conocimiento de sus obras más pequeñas nos parece digno de ocupar nuestro
espíritu, ¿qué será el conocerle a Él mismo? ¡Oh hombres! Vosotros os creéis
sabios cuando conocéis imperfectamente una parte de las obras de Dios, e
ignoráis la ciencia de la salvación; renunciáis al conocimiento de ese Ser
superior y soberano que encierra en su esencia divina todo lo que puede
arrebatar y satisfacer vuestra admiración sin agotarla jamás.
Punto 2°.- Esta ciencia es llamada en la Escritura la ciencia de los
santos, sciemtiam sanctorum, porque
nos enseña también a conocer nuestros deberes, y por consiguiente a conocer la
piedad, la caridad, la justicia, que son la imagen de Dios. Este conocimiento de nuestros deberes es
propiamente el arte de conformar nuestras acciones con la naturaleza y la
voluntad de Dios, y de imitar sus perfecciones divinas en cuanto la debilidad
humana puede permitirlo. ¿Y qué cosa más digna de ocupar toda la atención
de nuestro espíritu y todos los movimientos de nuestro corazón?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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