miércoles, 2 de marzo de 2016

MEDITACIÓN LXIII (3 DE MARZO)

MEDITACIÓN LXIII
(3 DE MARZO)  

Sobre el temor de la muerte.



Punto 1°.- Un cristiano tiene grandes razones para temer la muerte. Lo cual no debe entenderse de ese temor vergonzoso, cobarde y deshonroso, que se llama propiamente miedo, que hace al hombre medroso y tímido, cuando su vida está en peligro: esta es una debilidad indigna de un hombre. Trátase únicamente de ese temor razonable y reflexivo, que no considera la muerte sino con relación a la eternidad a donde nos conduce; temor que no es incompatible con el valor, porque está siempre sometido al imperio de la religión y del deber. Ahora bien, este temor de la muerte está fundado sobre la justa severidad del juicio de Dios que la sigue inmediatamente, y que decidirá de nuestra suerte por toda la eternidad. Señor, decía el Rey y Profeta, sí entráis en juicio con vuestro siervo, ¿quién podrá ser justificado delante de vos? ¿Quién podrá sostener la mirada de vuestra justicia?   

Punto .- Uso que debe hacerse de este temor. No debe hacernos tímidos e irresolutos cuando sea necesario perder o exponer nuestra vida: solo debe servirnos para obligarnos a vivir bien, porque si la muerte no es de temer verdaderamente sino porque será seguida de un juicio tan terrible y tan tremendo, ¿qué no deberé hacer mientras estoy todavía sobre la tierra, para santificar todos los días de mi vida, para expiar mis pecados y para aplacar la cólera del Soberano Juez?   

Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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