MEDITACIÓN LXIX
(9 DE MARZO)
Sobre la aplicación personal que debe uno hacerse a sí mismo de las
máximas evangélicas.
Punto 1°.- Se admiran estas
máximas, mas no se las practica. Por poco que reflexionemos sobre estos
grandes preceptos de amor de Dios superior a todo sentimiento, de un amor del
prójimo que iguale al que nos tenemos nosotros mismos, de un renunciamiento a
las pretensiones del amor propio, que eleve al hombre sobre la tierra, y sobre
todos los intereses humanos: ¿quién podría dejar de admirar unas máximas tan
sublimes y tan razonables? ¿Más cuál es
el fruto de esta admiración? No estamos ni más atentos a todos nuestros
deberes, ni más despegados de los bienes de este mundo.
Punto 2°.- Causa de este
desorden. Viene en partes de que admirando los preceptos y las máximas del
Evangelio, no se tiene cuidado de
hacerse de ellas una aplicación personal, es decir, de aplicarlas a su estado,
a sus inclinaciones, a sus defectos y a las circunstancias particulares en que
uno se encuentra. Bien podrá decirse que nada es más estimable que un
verdadero cristiano, más no se dice: ¿Lo
soy yo, y que debo hacer para llegar a serlo? De donde sucede, que somos
cristianos en la especulación sin llegar a serlo en la práctica.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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