MEDITACIÓN CLIV
(2 DE JUNIO)
Sobre el deseo de agradar al mundo.
Punto 1°.- El mundo no merece
las penas que se toman por agradarle. Aun cuando no pensáramos más que en
agradar a un solo hombre en el mundo, por el deseo de adelantar y hacer nuestra
fortuna, ¡a cuántas fatigas, asiduidades y penosas complacencias no tenemos que
sujetarnos! ¿No es cierto que nos vemos obligados a estudiar sus gustos, sus
inclinaciones y sus caprichos para conformarnos a ellos, y arreglarnos a su
conducta, por desarreglada que sea? Dios
mío, ¿y habrá algún hombre sobre la tierra que merezca semejantes sacrificios?
No: Señor, sólo a vos son debidos, porque sólo vos sois digno de ellos, y
porque vos sois el único dueño que podáis recompensarlos dignamente.
Punto 2°.- El mundo no está en
estado de recompensar los trabajos que se toman por agradarle. Insensatos de nosotros, decían aquellos dos
cortesanos de quienes habla San Agustín en el libro de sus Confesiones: nos
olvidamos del Cielo para no pensar más que en la tierra; dejamos los bienes
verdaderos para correr tras de una sombra; sufrimos mil penas, y mil disgustos
por obtener unas recompensas frívolas, que el mundo hace esperar largo tiempo,
que concede con dificultad, y que a veces quita rápidamente: tantos cuidados y
tantos trabajos ¿No estarían mejor empleados en merecer las recompensas del
cielo?
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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