MEDITACIÓN CLXV
(13 DE JUNIO)
Sobre la devoción de los grandes.
Punto 1°.- Es raro que esta devoción sea entera y perfecta; 1°.
Porque se creen dispensados de muchas obligaciones que la ley de Dios les
impone. Miran su estado como una condición privilegiada, que los
dispensa de muchos artículos de la ley: no reflexionan que su estado es menos
un privilegio que un obstáculo; y por
consiguiente, una desgracia respecto de su salvación: que no hay más que una sola ley, un solo Evangelio para los grandes y para
el pueblo, porque todos los hombres son iguales en Dios y en Jesucristo. En Dios, ante quien todas las grandezas
humanas solo son pura nada, y en Jesucristo,
que mira a todos los fieles como a sus hermanos; que no conoce otro título ni
cualidad preferible a la de cristiano, ni otros derechos más preciosos que aquellos
que han adquirido por el bautismo a la herencia celestial.
Punto 2°.- No se hacen ningún escrúpulo de muchos
vicios condenados por la ley, tales como las empresas de la ambición, las
altanerías de la arrogancia, las pretensiones del orgullo, la sensibilidad en
las injurias, el engaño y la duplicidad en las concurrencias, la injusticia en
la autoridad, el exceso y la continuidad en los placeres.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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