MEDITACIÓN CLXII
(10 DE JUNIO)
Sobre la severidad del examen de
conciencia.
Punto 1°.- Debemos ser severos en este examen. 1°. Porque entonces hacemos contra nosotros
mismos las funciones de la justicia y de la ira de Dios para prevenir su
juicio. Ahora bien, ¿cuál será en el
juicio que queremos prevenir, la exactitud de sus pesquisas y la severidad de
sus decisiones? No podrán ser ni oscurecidas por el error, ni corrompidas por
el interés. Así pues, las que llevemos contra nosotros mismos en el examen
de conciencia, deben tener las mismas cualidades. Debemos pues formarlas sobre la ley de Dios. Sin escuchar ni al amor propio, ni a la prudencia de la carne, ni a la
política del mundo; sin interpretar su ley, ni por el ejemplo, ni por la
costumbre, ni por las preocupaciones del siglo; sino tomándola tal como es, sin
alteración y sin rodeos.
Punto 2°.- Porque este juicio
que hacemos contra nosotros mismos en el examen de conciencia, no es definitivo
y sin apelación. Hay un tribunal
superior y sobreaño en donde será revisado y discutido con la mayor exactitud.
Podéis lisonjearos y aseguraros cuanto queráis, Dios será vuestro juez; y
mientras más miramientos e indulgencias hayáis tenido para con vosotros mismos,
más experimentaréis el rigor y la severidad de su Justicia.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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