MEDITACIÓN CLXIV
(12 DE JUNIO)
Sobre las pretendidas ventajas del
nacimiento.
Punto 1°.- Según las ideas del mundo, un hombre nacido de una sangre ilustre,
está destinado por su nacimiento a los principales empleos, a los cargos más
importantes, sin tener ninguno de los talentos necesarios para cumplirlos, y
sin que esté obligado a tomar el tiempo y los cuidados necesarios para
prepararse a ello. Todo lo sabe sin haber aprendido nada, es a propósito para
todo, sin haberse hecho capaz de nada: su mérito está en cierto modo asegurado
y establecido sobre el de sus antepasados; y lleno de estas vanas
preocupaciones, no hay cargo, por grande y difícil que sea, al cual no se crea
con derecho a pretender.
Punto 2°.- Según los principios de la religión, el
hombre más distinguido por su nacimiento está obligado a esperar, lo mismo que
los que nacen en la oscuridad, la elección y la vocación de Dios para aspirar a
los cargos y a los empleos. Está obligado a examinar delante de Dios si será
capaz de cumplir: a consultar sus fuerzas y a ejercitar su espíritu y sus
talentos por un trabajo asiduo, para ponerse en estado de corresponder a las
miras y a los designios de la Providencia. No debe emplear ni las sordas y
odiosas intrigas, ni los medios bajos e ilícitos para elevarse: la pereza, y la
desaplicación, lejos de ser prerrogativas de su condición, son más bien un
abuso palpable y manifiesto, del cual tendrá que dar cuenta en el tribunal del
Soberano Juez.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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