MEDITACIÓN CLXX
(18 DE JUNIO)
Sobre la gravedad del pecado.
Punto 1°.- El pecado, según Santo
Tomás, consiste en preferir la criatura al Criador. Sí, todas las veces que
el hombre se determina a violar la ley de Dios para entregarse al atractivo de
los objetos sensibles, se erige una especie de tribunal en el fondo del
corazón; llama allí al Creador y a la criatura: y después de haber examinado las
ventajas que puede esperar de uno y otro, se pronuncia en favor de las
criaturas con perjuicio de lo que debe a Dios.
Punto 2°.- Lo que nos oculta la gravedad del pecado, es que solo juzgamos de él por la magnitud o la
ligereza de las penas con que se castiga. Medimos los pecados no según su
malicia y su gravedad natural, sino según la cualidad de las desgracias que son
capaces de atraernos; nos parecen más o menos funestos. El nombre mismo con que se califican los
grandes crímenes, solo tiene relación con nuestro propio interés; no los
llamamos mortales sino porque dan la muerte a nuestra alma: mas si
considerásemos el pecado con ojos puros y desinteresados, echaríamos de ver en
los más leves, un atentado capaz de atraer sobre nosotros todas las maldiciones
del Señor, si su justicia no cediera de sus derechos, proporcionándose a
nuestra debilidad.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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