MEDITACIÓN CLXIII
(11 DE JUNIO)
Sobre las faltas del examen de
conciencia.
Punto 1°.- La primera es con
respecto a su duración. Algunos lo hacen raras veces, dejan transcurrir
largos intervalos de un examen a otro, y por esto, no piensan ya en el bien y
el mal que han podido hacer; ya no se conocen, y su corazón llega a ser un
abismo impenetrable que les es imposible profundizar. Este examen, que debe ser tan exacto y tan severo, solo es ya una
revista superficial y precipitada, que solo sirve para aturdir la conciencia,
sin ser capaz absolutamente de ilustrarla. Muchas veces se difiere hasta
los momentos en que abrumados por el sueño, están entorpecidos igualmente los
ojos del cuerpo y los del alma. ¿Qué fruto podéis esperar de un examen hecho
con tanta tibieza y negligencia?
Punto 2°.- Con respecto a su
objeto. Queremos justificarnos a
nuestros propios ojos; recurrimos a mil falsos pretextos para excusar nuestras
faltas. Ya nos autorizamos con la bondad del motivo que nos hace obrar; ya las
rechazamos sobre una desgraciada e inevitable necesidad. Reconocemos los
pecados que hemos cometido; pero nos persuadimos que hay una verdadera
imposibilidad, y que aún habría una especie de escándalo en todo lo que
hiciéramos por repararlos.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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