domingo, 19 de junio de 2016

MEDITACIÓN CLXXII (20 DE JUNIO)



MEDITACIÓN CLXXII
(20 DE JUNIO)

De la negligencia en evitar las faltas ligeras.




Punto 1°.- No debemos confundir esta negligencia con la fragilidad. Dios sabe que somos frágiles, pero no nos permite ser negligentes. Perdona a nuestra debilidad las faltas que se nos escapan, mas no tiene la misma indulgencia por la libertad que nos tomamos de cometerlas con reflexión: El que desprecia las faltas pequeñas, dice el Salvador; caerá poco a poco en las grandes. Notad que no dice, el que las comete por acaso y por fragilidad, sino el que las desprecia, es decir, el que las comete por principio y hábito.

Punto 2°.- Diferencia del pecador y del justo con respecto a las fallas ligeras. Ambos tienen la desgracia de caer en ellas, puesto que todos somos pecadores, y que no hay vida tan pura y tan perfecta que no esté manchada con alguna falta a los ojos del Señor: mas el justo peca por sorpresa, y el pecador por reflexión; el justo percibe sus mejores caídas y se las reprocha, el pecador no las echa de ver, o si las ve, no se digna fijar su atención en ellas; el uno, tan luego como cae, vuelve a levantarse, el otro permanece tranquilo en su pecado; el uno se corrige de él y el otro persevera. Examinad aquí vuestra conducta y vuestros sentimientos respecto de las faltas ligeras, y juzgad si merecéis ser colocado en el número de los justos o de los pecadores.   



Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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