MEDITACIÓN CLXXII
(20 DE JUNIO)
De la negligencia en evitar las
faltas ligeras.
Punto 1°.- No debemos
confundir esta negligencia con la fragilidad. Dios sabe que somos frágiles, pero no nos permite ser negligentes. Perdona a
nuestra debilidad las faltas que se nos escapan, mas no tiene la misma
indulgencia por la libertad que nos tomamos de cometerlas con reflexión: El que desprecia las faltas pequeñas, dice
el Salvador; caerá poco a poco en las
grandes. Notad que no dice, el que
las comete por acaso y por fragilidad, sino el
que las desprecia, es decir, el que las comete por principio y hábito.
Punto 2°.- Diferencia
del pecador y del justo con respecto a las fallas ligeras. Ambos
tienen la desgracia de caer en ellas, puesto que todos somos pecadores, y que
no hay vida tan pura y tan perfecta que no esté manchada con alguna falta a los
ojos del Señor: mas el justo peca por
sorpresa, y el pecador por reflexión; el justo percibe sus mejores caídas y se
las reprocha, el pecador no las echa de ver, o si las ve, no se digna fijar su
atención en ellas; el uno, tan luego como cae, vuelve a levantarse, el otro
permanece tranquilo en su pecado; el uno se corrige de él y el otro persevera.
Examinad aquí vuestra conducta y vuestros sentimientos respecto de las faltas
ligeras, y juzgad si merecéis ser colocado en el número de los justos o de los
pecadores.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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