MEDITACIÓN CLIX
(7 DE JUNIO)
Sobre el examen de conciencia.
Punto 1°.- Importancia de este
examen. ¿Cómo podremos acusarnos de nuestras faltas? ¿Cómo tomaremos la resolución y los medios de corregirnos de ellas, si
no las conocemos? ¿Y cómo hemos de
conocerlas, si no tenemos cuidado de examinar frecuentemente nuestra
conciencia, y procurar darnos cuenta a nosotros mismos de nuestras acciones?
Jesucristo compara al verdadero fiel con un hábil negociante: Similis est homini negociatori. Pues bien, ¿hay uno solo que deje de
examinar cada día sus ganancias y sus pérdidas, y que al percibir que ha
sufrido alguna pérdida no trate inmediatamente de repararla? Así debemos
examinar cada día las pérdidas que tengamos en los caminos de la salvación,
para impedir que se acumulen, que el vicio eche raíces en nuestro corazón, y se
fortifiquen en él los malos hábitos.
Punto 2°.- Estado de un alma que descuida el examinar su conciencia. He
pasado, dice el Sabio, por el campo
del perezoso, y por la viña del insensato, y todo estaba lleno de ortigas, todo
estaba cubierto de espinas. Tal es el estado deplorable de esos mundanos
que no piensan nunca en examinar su conciencia, asemejase a un campo inculto y
abandonado, que no produce más que abrojos y espinas: y éstas sólo se descubren
y se arrancan por la práctica frecuente y habitual de este examen.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me
prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y
que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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