domingo, 26 de junio de 2016

MEDITACIÓN CLXXIX (27 DE JUNIO)



MEDITACIÓN CLXXIX
(27 DE JUNIO)

Sobre el estado de la tibieza.



Punto 1°.- Es este un estado ordinario aun entre aquellos que hacen profesión de piedad. Está uno exento de los grandes crímenes y de los vicios groseros; pero está sin ardor para los bienes del cielo, sin gusto por la oración, sin aplicación al trabajo, sin fervor y sin piedad en la práctica de sus deberes: en este estado, no se tiene, por decirlo así, ni vicio ni virtud. Se evita el mal sin hacer el bien; y esto es lo que se llama un estado de tibieza y de negligencia en los caminos de la salvación.

Punto 2°.- Peligro de este estado. Puede comparársele a una fiebre lenta y oculta, que mina poco a poco las fuerzas del alma, y que consume de día en día su vida y su substancia. Permanecemos tranquilamente en este estado, porque no nos sentíamos culpables de ningún crimen. Confesamos que no somos del número de los cristianos fervorosos; mas no creemos que debemos ser degradados hasta la clase de los pecadores. Sin embargo, vemos que el Señor rechaza igualmente al alma tibia y al alma infiel; vemos que pronuncia las mismas maldiciones contra el que abandona enteramente la obra de Dios y contra el que la hace con negligencia: Maledictus qui facit opus Dei negligenter   Maldito el que ejecute negligentemente la obra de Dios.  



Oración Universal

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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