MEDITACIÓN CLXXIX
(27 DE JUNIO)
Sobre el estado de la tibieza.
Punto 1°.- Es este un estado ordinario aun entre aquellos que
hacen profesión de piedad. Está uno exento de los grandes crímenes y de los
vicios groseros; pero está sin ardor para los bienes del cielo, sin gusto por
la oración, sin aplicación al trabajo, sin fervor y sin piedad en la práctica
de sus deberes: en este estado, no se tiene, por decirlo así, ni vicio ni
virtud. Se evita el mal sin hacer el
bien; y esto es lo que se llama un estado de tibieza y de negligencia en los
caminos de la salvación.
Punto 2°.- Peligro de este estado. Puede comparársele a una fiebre lenta y oculta, que
mina poco a poco las fuerzas del alma, y que consume de día en día su vida y su
substancia. Permanecemos
tranquilamente en este estado, porque no nos sentíamos culpables de ningún
crimen. Confesamos que no somos del número de los cristianos fervorosos; mas
no creemos que debemos ser degradados hasta la clase de los pecadores. Sin
embargo, vemos que el Señor rechaza
igualmente al alma tibia y al alma infiel; vemos que pronuncia las mismas
maldiciones contra el que abandona enteramente la obra de Dios y contra el que
la hace con negligencia: Maledictus qui
facit opus Dei negligenter Maldito el
que ejecute negligentemente la obra de Dios.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
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