MEDITACIÓN CCCXLVIII
(13 DE DICIEMBRE)
Sobre la regla de la caridad
Cristiana.
Punto 1°.- Un
cristiano ama al prójimo como Dios nos ama. Así pues, Dios es, no solamente el objeto y el motivo
de la caridad cristiana, sino también su modelo: Yo os doy un mandamiento nuevo, que es el de amaros los unos a los
otros como yo os he amado. Pues ¿Qué
amor fue nunca más sólido, más constante, más sincero y más generoso que el que
Jesucristo ha tenido por nosotros? ¿Y es así como nosotros amamos a nuestros
hermanos?
Punto 2°.- Se peca
contra esta regla, no solamente por el odio, el desprecio y la dureza
que se tenga para con el prójimo, sino también por la indiferencia. Dios no
solo nos prohíbe aborrecerlos, sino que nos manda y nos obliga a amarlos. Así
pues, no es permitido a un cristiano el
ser bueno y útil sólo para sí y para sus amigos, sino que debe serlo para todo
el mundo, según la extensión de su poder y de sus fuerzas. La caridad es activa; no se contenta con
aliviar al prójimo en sus necesidades con palabras de dulzura y compasión, o
con deseos vivos, pero estériles; sino que trabaja en cuanto es posible en
manifestarle su afecto con auxilios verdaderos y efectivos. Mis queridos hijos, decía el Apóstol San
Juan, no amemos solamente con las palabras, sino con las obras y en verdad.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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