MEDITACIÓN CCCLXV
(30 DE DICIEMBRE)
De la ley del ayuno.
Punto 1°.- El fin general
de esta ley es la mortificación de la carne. Pero: esta mortificación tiene
tres efectos subordinados que hacen esta ley infinitamente saludable. Ayunad,
dice San Crisóstomo: 1°. Porque habéis
pecado: Jejuna, quia peccasti; es
una satisfacción que debéis a la justicia divina a quien habéis ofendido; 2°. Para no volver a pecar: Jejuna, ut non peces; es una precaución
que debéis tomar para sustraeros al imperio de los sentidos y para
acostumbraros a vencer los deseos de la carne; 3°. Para atraer sobre nosotros las gracias del cielo: Jejuna, ut accipias; este es un medio de
obtenerlas.
Punto 2°.- Nos dispensamos con demasiada facilidad del ayuno. Es verdad que puede dispensarse; mas ¿cuán necesario es que la necesidad sea verdadera para que la dispensa sea válida? No depende de los hombres el cambiar en la tierra lo que el Señor ha ordenado en el cielo. Pensad que esta necesidad, verdadera o falsa, será un día pesada en la balanza de su justicia y cuanto peso cargará vuestra conciencia, si ni estaba fundada más que en una vana delicadeza o de algunos temores imaginarios.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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