miércoles, 7 de diciembre de 2016

MEDITACIÓN CCCXLIII (8 DE DICIEMBRE)

MEDITACIÓN CCCXLIII
(8 DE DICIEMBRE)  

Sobre las disposiciones de los hombres 
respecto de la humildad.



Punto 1°.- Todos aman, aprueban y estiman la humildad en los demás. Les agrada en los grandes que no se manifiestan vanos ni ocupados de su grandeza; les agrada en los inferiores que reconocen su dependencia y su sujeción; les agrada en fin, en los iguales, que les ceden todo y que evitan entrar en competencia con ellos. Entonces conocen todo el precio y todo el mérito de la humildad, no tienen dificultad en hacerle justicia, y al oírlos se creería que están muy prendados de los encantos de esta virtud.   


Punto 2°.- Pero aunque la aman y aprueban en los otros, no están dispuestos de ninguna manera a practicarla ellos mismos. ¿Por qué? Es que la humildad de los otros lisonjea en extremo nuestro orgullo, y la nuestra, por el contrario, lo mortifica y lo destruye. La humildad de los otros hace que se abajen ante nosotros, y esto es lo que nos agrada: la nuestra nos obliga a humillarnos delante de los demás y he aquí lo que nuestro orgullo no puede soportar.      

Oración Universal 

Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor. 

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