MEDITACIÓN CCCXLVI
(11 DE DICIEMBRE)
Sobre el motivo de la caridad
cristiana.
Punto 1°.- Un cristiano debe
amar a su prójimo por Dios; es decir, por
agradar a Dios que pone en cierto modo en el mismo rango el amor que debemos al
prójimo, y el que exige para sí mismo, cuando nos dice que el segundo
precepto de la ley es semejante al primero: Secundum
autem simile est huic. El amor del
prójimo está pues encerrado en el amor de Dios como en su principio, y el amor
de Dios se encuentra en el amor del prójimo como en su efecto, y así el uno se
sigue necesariamente del otro.
Punto 2°.- Este motivo hace en primer lugar nuestra caridad sobrenatural y divina; y la hace universal, y le da una extensión que abrasa los grandes y los pequeños, los ricos y los pobres, los iguales y los inferiores, los amigos y los enemigos. Sin este motivo hay una infinidad de circunstancias en que la caridad sería impracticable. Es tan raro que se pueda amar a los hombres por sí mismos, que si no se les amara por Dios, jamás llegaría a poder cumplirse el precepto que nos obliga a amarlos como a nosotros mismos.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
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