MEDITACIÓN CCCLVI
(21 DE DICIEMBRE)
De la paz del corazón.
Punto 1°.- Esta paz no se
encuentra sino en el corazón de los justos. No hay paz para los impíos, dice la Escritura: Non est pax impiis; su corazón es semejante a un mar agitado:
Impii quasi mare fervens. Gozan cuando
más de una falsa paz que sólo sirve para adormecerlos en sus vicios; es un
sueño y un entorpecimiento letárgico que debe mirarse como el precursor de la
muerte. La gracia, la justicia y la paz, reinan por el contrario en el alma de
los justos: Gratia et Pax, justitia et pax. Pero notad que su corazón no es la
mansión de la paz sino en cuanto están sometidos al imperio de la justicia y de
la gracia.
Punto 2°.- Medios para adquirir
la paz del corazón. El primero es
siempre conformar nuestra voluntad a la de Dios; el segundo es poner en Él sólo
toda nuestra confianza. Un cuerpo permanece firme y sin movimiento cuando
está apoyado sobre un fondo inmóvil. Todo
el que se apoya sobre un brazo de carne, es decir sobre las creaturas, no goza
de las dulzuras del reposo, puesto que se experimenta constantemente los
defectos de su inconstancia. El justo por el contrario, que se apoya sobre el
brazo de Dios, permanece firme e inquebrantable, porque en Dios no hay cambio,
ni tinieblas, ni sombra de vicisitud.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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