MEDITACIÓN CCCXLII
(7 DE DICIEMBRE)
De los efectos del orgullo.
Punto 1°.- Este es el único de
todos los vicios que sea opuesto a sí mismo, y que arruine el fundamento sobre
el cual pretende apoyarse. Se apacienta de la estimación, del respeto, de
las alabanzas y de las complacencias de los hombres; y es el que nos hace
perderlas: porque una grandeza
orgullosa, viene a ser por sí misma una grandeza odiosa y despreciable; una
grandeza cuyo abatimiento y bajeza se procura; y por el contrario, el mérito y
la grandeza, nunca nos parecen más dignos de estimación, de respeto y de
veneración, que cuando los que gozan de esas ventajas parecen menos
deslumbrados con ellas, y están más lejos de prevalerse de sus ventajas.
Punto 2°.- El orgullo casi
nunca sale bien en lo que emprende. La
temeridad, la presunción, el desprecio de los consejos que nos dan, la
confianza ciega y mal fundada en sus propias ideas, la tenacidad, la
obstinación, la resistencia a la verdad, que los otros nos muestran y que han
encontrado antes que nosotros, son las consecuencias ordinarias del orgullo.
Ahora bien, ¿qué cosa más propia para
precipitar a un hombre en un abismo de desgracias y extravíos, que unos vicios
tan opuestos a la recta razón, a las reglas de la prudencia y a las luces de la
sabiduría?
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento.
Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor.
Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder.
Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen.
Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones.
Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario