martes, 27 de diciembre de 2016

MEDITACIÓN CCCLXIII (28 DE DICIEMBRE)



MEDITACIÓN CCCLXIII
(28 DE DICIEMBRE) 

Sobre la ley perfecta.




Punto 1°.- La ley evangélica es esta ley perfecta de que habla el Apóstol Santiago, cuando dice: El que considera actualmente la ley perfecta, etc. Es llamada perfecta; 1°. Porque no tiene nada de exagerado en su perfección. Si prohíbe severamente las venganzas particulares, permite y autoriza la venganza pública; si prohíbe la avaricia y el apego a los bienes de este mundo, no prohíbe enriquecerse por medios honestos y legítimos; si condena el lujo y las locas prodigalidades, aprueba todo lo que al buen parecer de su condición exigen. Es pues perfecta en sí misma, pero de un género de perfección que arregla todos los estados y que corrigen todos los desórdenes.   
 
Punto 2°.- Nada tiene de laxa en su moderación. Si distingue los preceptos de los consejos, nos declara al mismo tiempo que el desprecio de los consejos dispone a la transgresión de los preceptos; si inspira a los pecadores una saludable confianza quitándoles la desesperación, les ofrece bastantes motivos para alejarlos de la presunción; si no lleva el exceso de la mortificación exterior del cuerpo, nos pone límite a la de las pasiones.  


Oración Universal 
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).

Dios mío, yo creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi arrepentimiento. 

Yo os adoro como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano defensor. 

Dios mío, dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro poder

Yo os consagro mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino por Vos. 

Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis. 

Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma. 

Dios mío, ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las virtudes que me convienen. 

Llenad mi corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo. 

Que yo procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos. 

Venid a mi socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la tibieza con la devoción.  

Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad. 

No permitáis que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis resoluciones. 

Señor, inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior modesto una conversación edificante y una conducta regular. 

Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación

Dios mío, descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo, la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.   

Haced que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro Señor.

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