MEDITACIÓN CCCLII
(17 DE DICIEMBRE)
De la sumisión del espíritu a las verdades de la fe.
Punto 1°.- Esta sumisión
es absolutamente necesaria. La razón
es la luz del hombre, y la fe es la luz del cristiano. Dios quiere que le
honremos por el homenaje de nuestro espíritu y por el de nuestro corazón; y
nosotros le tributamos el primero por nuestra fe y el segundo por nuestro amor.
Esta fe eleva y consagra nuestro espíritu uniéndolo a la sabiduría de
Dios.
Punto 2°.- Esta sumisión debe
manifestarse en nuestra conducta. El filósofo se alimenta de las vanas
especulaciones de la razón humana, pero El justo vive de la fe, es decir, que
juzga de todo por los principios de la fe, y obra siempre por la dirección de
la fe. Ahora bien, ¿qué nos dice
esta fe, respecto de los placeres, de las riquezas y las grandezas del mundo?
¿Qué idea nos da de los bienes pasajeros de la vida presente, de la desgracia
de aquellos que se extravían en el camino ancho y espacioso que conduce al
infierno? Sobre estos principios, y no sobre los del mundo y el amor propio,
arregla un verdadero cristiano su conducta y sus sentimientos.
Oración Universal
Para servir de preparación a la lectura de esta obra (rezar diario al término de cada meditación).
Dios mío, yo
creo en vos, fortificad mi fe; espero en vos, asegurad mi esperanza; os
amo, redoblad mi amor; me arrepiento de haber pecado, aumentad mi
arrepentimiento.
Yo os adoro
como a mi primer principio, os deseo como a mi último fin, os doy
gracias, como a mi perpetuo bienhechor, y os invoco como a mi soberano
defensor.
Dios mío,
dignaos arreglarme por vuestra sabiduría, sostenerme por vuestra
justicia, consolarme por vuestra misericordia y protegerme por vuestro
poder.
Yo os consagro
mis pensamientos, mis palabras y mis acciones, a fin de que de ahora en
adelante no piense sino en Vos, no hable sino de Vos y no sufra sino
por Vos.
Señor yo quiero lo que vos queréis, porque vos lo queréis, como vos lo queréis y por el tiempo que vos lo queréis.
Yo os suplico que ilustréis mi entendimiento, inflaméis mi voluntad, purifiquéis mi cuerpo y santifiquéis mi alma.
Dios mío,
ayudadme a expiar mis pecados pasados, a vencer las tentaciones
venideras, a corregir las pasiones que me dominan y a practicar las
virtudes que me convienen.
Llenad mi
corazón de ternura por vuestras bondades, de aversión por mis culpas, de
celo para con mi prójimo y de desprecio por el mundo.
Que yo
procure, ¡Oh Señor! Ser sumiso para con mis superiores, caritativo con
mis inferiores, fiel con mis amigos e indulgente con mis enemigos.
Venid a mi
socorro ¡oh Dios mío! para poder vencer la sensualidad con la
mortificación, la avaricia con la limosna, la ira con la dulzura, y la
tibieza con la devoción.
Dios mío, hacedme prudente en las empresas, animoso en los peligros, paciente en las adversidades y humilde en la prosperidad.
No permitáis
que olvide nunca el juntar la atención en mis oraciones, la templanza en
mis comidas, la exactitud en mis empleos y la constancia en mis
resoluciones.
Señor,
inspiradme el cuidado de tener siempre una conciencia recta, un exterior
modesto una conversación edificante y una conducta regular.
Que yo me aplique sin cesar a dominar la naturaleza, a secundar la gracia, a guardar la fe y a merecer la salvación.
Dios mío,
descubridme cuanta es la pequeñez de la tierra, la grandeza del cielo,
la brevedad del tiempo y lo largo de la eternidad.
Haced
que me prepare para la muerte, que tema vuestro juicio, que evite el
infierno y que obtenga en fin la bienaventuranza por Jesucristo Nuestro
Señor.
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